jueves, 5 de febrero de 2015

30. Historia de la Edad Moderna y sus instituciones. Imperio español. Los Regidores.




LOS REGIDORES

AL-BAKKAL HOMMAD, NISRI
BULPES FERNÁNDEZ, CARME
CABELLO NÚÑEZ, LAURA 
CONDE LOBATO, RAQUE
ROJAS MATEOS, ALICIA
SÁNCHEZ SÁNCHEZ, JOSÉ JAVIER





Trabajo tutorizado por Dña.: PEZZI CRISTÓBAL, MARÍA DEL PILAR UNIVERSIDAD DE MÁLAGA













I. HISTORIDE LAS REGIDURÍAS



Para el desempeño del gobierno de las ciudades y villas, el rey nombraba a un número variable de regidores que constituían el regimiento, este a su vez era el órgano máximo de gobierno municipal y en cuyo seno se realizaba la elección de los oficios concejiles, la administración de los bienes y rentas del común así como la supervisión de la gestión económica municipal1.

Los regidores, como institución, surgieron con la reforma alfonsina de 1348,

donde se estipularon doce cargos2. Esta reforma de Alfonso XI, conocida como el Ordenamiento de Alcalá, provocó un cambio sustancial en la organización del municipio castellano. Desde un planteamiento global –meramente teórico, ya que cada ciudad imprimió al proceso una dinámica diferente– se consolidó un nuevo modelo de organización municipal dirigido desde la Corona. Su progresiva consolidación provocó la oposición y reticencias de las ciudades a través de sus procuradores en Cortes.

Durante la Edad Media, en el concejo, bajo un régimen abierto, los vecinos participaban libremente en la administración y gobierno de la ciudad. A lo largo de este período hubo dos tipos de concejo: el “consejo general” y el “concejo reducido”, desde 1348 llamado, este último, “regimiento”. Según fuentes medievales se perfiló una distinción entre “concejo”, “regimiento” y “ayuntamiento”. Al término “municipio” se le hizo sinónimo de “concejo”. El concepto “concejo” aludía a las reuniones de vecinos de un mismo lugar; mientras que el “ayuntamiento” era el edificio donde se reunía el concejo o bien el acto de reunirse, es decir, de “ayuntarse”3. Por su parte el “regimiento” venía a ser la plasmación orgánica del concejo cerrado desde 1348 en adelante4.

El término “regimiento” tuvo una doble acepción: significó el conjunto o reunión de regidores, y también hizo referencia al oficio, ya que se llamaba “regidor” a la persona que desempeñó el oficio de “regimiento”. Así pues, los regidores en el seno del concejo, como órgano rector del gobierno de la ciudad, determinaron día a día todos los temas que coadyuvaron al buen gobierno de los intereses vecinales5.

En los inicios de la Edad Moderna, el procedimiento para la formación y el cambio en el gobierno municipal pasaba por tener dos caracteres particulares: por un lado, los electores se restringieron a unos pocos vecinos, y por otro, se dejó a la “suerte” la constitución final del regimiento para cada año, mediante el proceso denominado insaculación o encantaramiento –procedimiento por el cual fueron elegidos por la suerte al sacar un boleto de un saco, cántaro o urna–. Las características de los elegibles para estos cargos quedaron fijadas en una ordenanza de 15016.

Durante la Edad Moderna la sociedad se encontraba dividida en distintos niveles superpuestos que integraban un sistema perfectamente definido. En él cada individuo desempeñaba una serie de privilegios y de obligaciones en función de los cuales obtenía un “status” o reconocimiento social según el cual se les asignaba un determinado estrato social7.

Sin embargo, en el antiguo reino de Aragón, no se realizaron cambios importantes hasta un momento avanzado de la Guerra de Sucesión: la victoria francesa en Almansa en 1707 propició una transformación política en la administración de la antigua Corona aragonesa8. El triunfo borbónico y, por consiguiente, la implantación del nuevo sistema de gobierno –cuyo punto de referencia era el existente en Castilla– se desarrolló de forma muy lenta y dubitativa debido a las circunstancias de la guerra y a la falta de una normativa clara con frecuentes reestructuraciones sobre la propia diversidad territorial y local del sistema castellano9.

Las normativas de la nueva organización político-administrativa quedaron recogidas en los decretos de Nueva Planta (1707-1711), en los que se promulgó, entre otros aspectos, la citada abolición de los fueros, manteniéndose, no obstante, el derecho foral privado; se recogió también la idea de militarización del reino de Aragón10.

Con estos profundos cambios político-administrativos, desaparecieron los cargos de gobierno existentes hasta ese momento –juristas, jurados…–, y el procedimiento por el que los mismos eran designados: la insaculación11.

La Chancillería propuso los sujetos más idóneos para cubrir dichos empleos. Una vez elaborado el correspondiente listado, este fue sometido al juicio del corregidor de la ciudad, quien compartió plenamente la valoración. La coincidencia de ambos dictámenes llevó a la Cámara de Castilla a consultar el parecer del monarca12.

Al no tomar el rey una determinación, las regidurías siguieron bajo un gobierno de tipo provisional y sin asimilarse al modelo castellano. Esto produjo gran confusión entre algunos municipios, provocando que acudieran a las instancias superiores para pedir que su gobierno se adecuase a la planta de Castilla –pidieron que se nombrasen regidores hábiles y buenos vasallos–13. Como solución, se presentó una nueva consulta al monarca para que decidiera los regidores de los principales ayuntamientos valencianos14.

Finalmente, todos los municipios valencianos se convirtieron en sedes corregimentales a partir de 1709 y tuvieron sus correspondientes regidores hacia mitad del mes de octubre del mismo año15.

A finales del siglo XVIII la Corona intentó terminar con esta estructura internacional anquilosada del régimen municipal mediante la revitalización de la política de incorporaciones –a partir de la real cédula del 18 de marzo de 1783 se permitió el acceso al cargo de regidor a individuos procedentes de la menestralía y del comercio, aunque esto no propició, como se esperaba, una ampliación de las clases sociales en que se hallaban divididas las regidurías desde su creación16– y con la creación de nuevos cargos en el seno del regimiento: los diputados del común – controlaban la administración de los abastos, los propios, mercados, pósitos, política y quintas– y del síndico personero –encargado de pedir y proponer todo aquello que competiera al bien común, para lo que tenían voz pero no voto en todas las reuniones capitulares–.

A partir de ese momento, los regidores, mucho más controlados en sus acciones y sin el aliciente de un buen sueldo, fueron perdiendo interés por estos empleos. Los enfrentamientos entre los representantes de la Corona y los del municipio motivaron la presencia de jueces comisionados para intentar sofocarlos17.


II. ¿QUIÉNES FUERON LOS REGIDORES?

La mayoría de regidores fueron miembros del estamento privilegiado, con cierto predominio de hidalgos o de vástagos de títulos nobiliarios. Fueron individuos de posición media-alta18. Sin embargo, se observaban diferencias en los diferentes municipios en cuanto al nivel de rentas o el total de sus propiedades, incluso dentro del mismo ayuntamiento hubo claras desigualdades entre el patrimonio de regidores de primera clase –caballeros– y la segunda –ciudadanos–19.

En Valencia, por ejemplo, los planteamientos de la Chancillería fueron distintos a los de la Cámara en cuanto a la condición social que debieron tener los empleados del consistorio. La Chancillería fue partidaria de que hubiera veinticuatro regidores de los que dieciséis serían caballeros y ocho ciudadanos, mientras que la Cámara excluyó a estos últimos de su participación20.

La mayoría de regidores fueron oriundos de las ciudades donde ejercieron o de sus alrededores y pertenecieron, por lo general, a la nobleza. Quien no pertenecía a la nobleza pero tuvo capital vio en las regidurías un medio por el cual ennoblecerse21.

Fueron hombres adinerados, cuyas riquezas procedieron de actividades mercantiles y manufactureras, que pretendieron ascender al escalafón noble-caballeresco, es decir, ocuparon en la sociedad un término medio entre los hidalgos y los pecheros o plebeyos.

Ostentar cargos públicos tenía una serie de privilegios ante la ley que les ponía por encima de los demás ciudadanos. Tuvieron privilegios a la hora de adquirir bienes y servicios cotidianos y se les permitió llevar armas. El cargo estuvo exento de responsabilidad, no estuvieron obligados a responder con sus haciendas por las deudas contraídas por el concejo. Una vez abandonado el cargo siguieron manteniendo los privilegios22.

La mayoría de los regidores no tuvieron una profesión claramente definida, generalmente vivieron de sus rentas. Muchos desempeñaron varias profesiones, pudiendo ser caballeros, rentistas y terratenientes mientras desempeñaban un oficio en la administración23.

Los letrados fueron uno de los grupos profesionales que mayor representación tuvieron en los ayuntamientos24.

Quienes pretendieron obtener una regiduría lo hicieron movidos por los beneficios económicos que podían obtener, no ya del sueldo, que era pobre, sino del grado de maniobra política o el prestigio social que su titularidad implicó –adquisición de bienes y propiedades–25.

Por otra parte, los regidores incluyeron en sus testamentos legados caritativos dirigidos a las cofradías que se encargaban de atender a niños, enfermos y a desvalidos, además de realizar una labor asistencial para los entierros26.


III. NOMBRAMIENTO DE LOS REGIDORES

En ocasiones el logro de una regiduría pudo servir para paliar las carencias económicas de una familia. A la oligarquía se accedía por vía de sangre o mediante un proceso de ascenso social27. Según Ana Guerrero Mayllo: “durante el siglo XVI y hasta el siglo XVIII los procedimientos seguidos para el acceso a las regidurías fueron: el electivo, la venta, el acrecentamiento y la renuncia”. Por su parte, Mª del Carmen Cayetano distingue tres: por nombramiento real directo, por transmisión del oficio y por elección. Lo cual no excluye otros como el arrendamiento.

El pretendiente “acudía al Consejo Supremo de la Cámara de Castilla”, donde elevaba una instancia al rey acompañada de documentos que le acreditaban como titular de dicho oficio –el cual había obtenido por herencia, renuncia o venta; bien de forma temporal, vitalicia o perpetua–. La información pasaba al secretario de Cámara, quien decidía si el candidato era lo suficientemente cualificado para asumir este título.

Finalmente la cédula, las dos actas, el auto, la genealogía, el interrogatorio, la información, el informe y la certificación de la votación –cerrados en un sobre y sellado con las armas de Madrid y dirigido al rey– se le entregaba al pretendiente para que llevase esta carta a la secretaría de Cámara y solicitase la expedición del título.

La documentación recogida en los expedientes responde a tres fases del procedimiento, que físicamente se agrupaban en dos: información o pruebas, en primer lugar; y nombramiento y toma de posesión del cargo, en segundo lugar28. Las adquisiciones de oficios no fueron perpetuas, pero se pudo renunciar a favor de quien se creyese oportuno, ya fuese un familiar o un comprador ajeno29. La lentitud que conllevaron los cambios supuso una administración atípica en Valencia, siendo posible que los cargos fueran designados por las autoridades militares y no por el monarca, como es el caso del caballero D’Asfeld, quien designó a diez regidores en febrero de1708.

Durante la etapa foral fue la suerte la que determinaba cuál de los individuos incluidos en los respectivos sacos desempeñaría durante un año el empleo en cuestión. Después de la implantación del sistema de regidores, estos pasaron a ser designados directamente por el monarca.

Aunque, por lo general, las regidurías fueron empleos ampliamente apetecidos, en determinados municipios, y en momentos concretos, encontrar individuos que estuvieran dispuestos a aceptar su nominación y pasar a desempeñarlas resultó complicado. Cuando ningún pretendiente acudía a solicitar la vacante existente se pasaba a la proposición de candidatos por parte del ayuntamiento de la población en cuestión. Con dicha fórmula se consiguieron dos objetivos: se valoraban los candidatos ante las instancias con capacidad de decisión, y se ampliaba el número de candidatos entre los cuales cabía escoger.

Un gran número de familias ocuparon las principales magistraturas urbanas con anterioridad a 1700, además las estrategias matrimoniales empleadas por ellas habitualmente contribuyeron a enmarañar un árbol genealógico que relacionó a buena parte de los regidores dentro de cada municipio e, incluso, con otros de poblaciones bastante alejadas31.

Si el pase del cargo de padre a hijo fue el más habitual, con un porcentaje mayor al 75%, también resultó normal que se renunciase al cargo en favor de otros miembros de la familia, como sobrinos o yernos. Mayores dificultades para el logro de su objetivo tuvieron quienes pretendieron pasar el cargo a sujetos con los que no mantenían lazos de sangre, sólo fuertes lazos de amistad32. No sólo se tuvieron en cuenta los méritos de los ascendientes de la propia familia, sino también los de la esposa33.

El modo de proveer los regimientos se hizo a petición y propuesta del concejo y casi siempre se atendió el principio hereditario, este sistema permitió la acumulación de regimientos en poder de la alta nobleza y quizás por eso, años después, Felipe II concedió a los regidores la facultad de renunciar a sus oficios en la persona que quisieran, poniendo el poder municipal en manos de la oligarquía urbana.

Al oficio de regidor se accedía a través de merced real –libre o gratuita– o de renunciación, que en un principio debió de ser de padres a hijos. Para que la renuncia fuese válida y efectiva, el renunciante debía vivir los veinte días siguientes a la fecha de renuncia que la ley exigía, a su vez el nuevo regidor estaba obligado a expedir el título a su nombre dentro de un plazo de treinta días y presentarlo en el ayuntamiento antes de un plazo de sesenta días, aumentando este plazo a noventa días durante el reinado de Felipe II. Durante los reinados de Felipe III y Felipe IV los cargos de regidores se enajenaron por parte de la Corona35.


IV. LABOR DE LOS REGIDORES


Con el apoyo institucional, las oligarquías urbanas se consolidaron a partir del siglo XVIII -aunque su origen se encuentra en los siglos XV y XVI-; los oficios que ocuparon dichas oligarquías dieron lugar a una estratificación social del ámbito urbano36.

Por otro lado, esta oligarquía urbana se consolidó feudalmente, en vez de contribuir en la dinámica de la producción37.

Con la reforma alfonsina de 1346 se estipuló un número fijo de cargos para cada ciudad, pero con el transcurso de las décadas se produjo un acrecentamiento general de los oficios, ligado al concepto patrimonial de los cargos públicos, hecho que vino derivado de la falta de liquidez de la Corona38. Los Reyes Católicos, desde el año 1494, acabaron con las diferencias existentes entre los regidores, quienes gozaron de las preeminencias propias del oficio desde un plano de igualdad. Los Reyes Católicos, al ser los regimientos de nombramiento real y aumentar el número de miembros del regimiento, poco a poco fueron poniendo en el concejo a personas de su absoluta confianza, acabando así con el predominio de los grandes nobles39. Aunque la mayoría de los cargos perpetuos se ofrecieron en fechas posteriores al siglo XVI, ya había mecanismos para la patrimonialización del oficio, como lo eran la renuncia o “resignatio in favorem”. Y aunque el rey se reservó el derecho a aceptar o no al candidato, era un hecho que en las regidurías primaba el parentesco. Más tarde, y en consecuencia de la patrimonialización de los oficios, el acceso a las regidurías se realizaría al margen de la Corona40.

A finales del siglo XVIII, a causa de la entrada de los cargos creados por la reforma de 1766 y de la crisis de las haciendas locales, hubo una tendencia general a disminuir el número de regidores41.

Debieron cumplir una serie de requisitos necesarios para ser regidor: ser natural del reino y vecino de la ciudad, ser hábil y suficiente, acreditar nobleza y limpieza de sangre y ser mayor de dieciocho años de edad.

Los regidores debieron ser mayores de edad para tener derecho al voto, de lo contrario sólo tuvieron voz. Generalmente la votación se hacía “de viva voz”. Si eran menores de edad, tenían un sustituto hasta que cumplían la mayoría42.

Los regidores se encargaron de comisiones de diversas materias: fiscales, gestión de los bienes de producción, comisión de vecinos, etc.43.

Las regidurías otorgaron a partes iguales poder y riquezas, por lo que muchos de los regidores fueron denunciados, ya fuese entre los mismos miembros de la regiduría o entre los vecinos, notable en el caso de Gijón –desarrollado más adelante–44.

En 1603 se publicó el estatuto de Madrid con el que se prohibió la venta de los cargos del gobierno de las ciudades a gentes del estado llano o descendientes de las minorías, sin embargo esto no se llevó a cabo con rigor45.

La decisión política de un municipio residió en el consistorio, órgano similar a los actuales ayuntamientos e integrado por el corregidor o el alcalde mayor, el teniente, los regidores, el procurador general, el procurador del común y los sesmeros46.

Existieron dos tipos de reuniones: ordinarias –celebradas martes y sábados por la mañana– y extraordinarias –podían ser celebradas cualquier día de la semana, inclusive martes y sábado en otro horario, doble sesión47–. Si un tema debía ser pospuesto para la siguiente reunión, el portero de sala notificaba casa por casa la información a tratar y recordaba su asistencia obligatoria.

Dichas reuniones fueron obligatorias para sus presidentes, corregidores o sus tenientes, así como la necesidad de que el resto asistiera a un tercio de las reuniones convocadas para llegar a acuerdos48. La continua falta de asistencia de los capitulares provocó numerosas amonestaciones –privación de salario y voto–49.

Para evitar la multa hubo ciertos métodos que bordeaban la ilegalidad, como por ejemplo asistir al final de la reunión excusándose por asuntos personales –acción que fue denunciada en numerosas ocasiones–. Asimismo la justificación real fue muy válida. Las votaciones eran comenzadas por los regidores más modernos y aunque bastaba con una mayoría simple para la aprobación, la ley preveía que, en caso de empate, el voto del corregidor fuese el decisivo50. Al concluir la sesión los acuerdos debían ser ratificados tras su lectura y anotados en su libro correspondiente51.

Las incompatibilidades de oficio se resolvieron con ayuda de dinero52.

A pesar de estar expresamente prohibida la venta, trueque o comercio de los títulos, esta práctica fue muy habitual53. Otro modo de perder el oficio fue cometiendo delitos tales como herejía, lesa majestad y pecado nefando.

Para la venta de cargos desde la Corona se empleó la remisión de memoriales, por la cual, tras darse a conocer un cargo vacante, se abría un plazo para que los interesados remitiesen al monarca un memorial con las virtudes y méritos que le hacían capacitado para el cargo. Tras este, el mejor candidato era elegido por el monarca o la Cámara de Castilla. Cuando nadie se ofrecía para la vacante, la audiencia era el organismo que proponía los nombres más capacitados para el puesto54.

A partir del siglo XVI, muchas personas accedieron al cargo de regidor mediante la compra del mismo, con el interés de iniciar una carrera política y administrativa que podía culminar en la Corte o la administración del Estado55.

El ayuntamiento estaba presidido por el corregidor, que actuaba como un alcalde actual de la ciudad o municipio, es decir, era el representante de la Corona56.

El corregidor convocaba las sesiones, las suspendía y decidía cuando someter los asuntos a votación. Sin embargo, los acuerdos del ayuntamiento los tomaban por mayoría simple los regidores, y no el corregidor57.

El patrimonio de los regidores fue notorio y muy diverso, y no estuvo relacionado con sus sueldos –que apenas alcanzaban los dos mil maravedíes–. Sus inversiones se orientaron hacia la deuda pública en menor o en mayor medida, todo ello para mantener un estilo suntuoso, relacionado con la sociedad castellana del quinientos donde un individuo no valía por su intelecto o profesión sino por su hidalguía, limpieza de sangre y su apariencia, como por ejemplo las riquezas de sus viviendas, su apreciación por las joyas –con predilección por la plata y el oro como es bien sabido en Castilla–, prendas, coches y servidumbre, todo ello para emular y parecer algo que no siempre era58.

Las fortunas de los regidores no se pueden equiparar a la de la alta nobleza que aparece en la cumbre de la pirámide, pero sí fue similar a la de los consejeros reales, llegando incluso a ser superiores en el siglo XVIII59, en el que surgió una “nueva” nobleza cuya fortuna estuvo ligada a las finanzas y a la hacienda.

Por otro lado, en una sociedad feudal atrasada, la principal fuente de riqueza de donde se obtenía la fortuna era la tierra, luego lo lógico es que las clases dominantes estuvieran estrechamente ancladas a las mismas, como grandes propietarias, es decir, los mayorazgos. El mayorazgo era una forma de propiedad vinculada en la que su titular disponía de la renta, pero no de los bienes que producía60.

El mayorazgo era un cuerpo legítimo de bienes indivisibles que no se pudieron vender ni arrendar, y que se transmitieron de acuerdo con una rígida línea sucesoria que fue fijada por el fundador. Esto consolidó los patrimonios familiares, por lo que fue una herramienta de gestión bastante eficaz y flexible, propia de los vínculos patrimoniales de la alta nobleza61.

En cuanto a los negocios, la gran mayoría de los regidores hicieron préstamos o negocios financieros. En este sentido, aunque predominasen los bienes raíces sobre los muebles en el patrimonio de esta oligarquía, lo cierto es que hubo numerosas excepciones, pues rara vez se invirtió en la producción, habiendo un importante predominio en los patrimonios de los juros, censos y efectos, de la propiedad urbana sobre la rústica, de los oficios públicos62.


1. CASTILLA

a) Madrid

V. REGIDURÍAS POR ZONAS GEOGRÁFICAS

El concejo de Madrid –con sede en la plaza de San Salvador– fue el máximo órgano rector de la ciudad. Madrid, convertida en capital de los Austrias en 1561, sufrió una grave transformación burocrática de gran dinamismo: uno de los cambios más relevantes se centró en el volumen de la plantilla.

Como conjunto, el 62,9% de los regidores madrileños fueron naturales de la villa, el 15,5% fueron naturales de localidades próximas a la capital. En su mayoría hijos de familias asentadas en la provincia desde el reinado de Carlos I. Se contó con ciento cinco hidalgos –núcleo más numeroso– que representaron el 61,4% del total. En 67, debido a las necesidades financieras de la Corona, se disparó la venta de hidalguías63. El 19,3% fueron letrados y burócratas que tuvieron un importante protagonismo en el gobierno de la villa como testaferros64. Además, por otro lado, el 18,72% de los regidores fundaron o heredaron un mayorazgo65.

Un fenómeno bastante común fue el de las segundas y terceras nupcias por las cuales las mujeres aportaban los regimientos u otros oficios a su marido en cuestión de dote o como parte del testamento de su anterior marido66.

Como capital de la monarquía hispánica, Madrid convocó a sus ayuntamientos más veces que el resto de ciudades, siendo contabilizados 6.174 cabildos entre 1560 y 1606. Por tanto una media anual de ciento treinta y tres reuniones67.

Algunas de las personalidades madrileñas de regidores que destacaron fueron:

1.- La familia Coello, oriunda de Portugal, se trasladó a Madrid en 1518. El padre de Don Gaspar Coello llegó a ser regidor en la capital, pero quien más destacó fue el propio Don Gaspar Coello, quien mantuvo el cargo de regidor durante dieciséis años, que se caracterizaron por su discreción68.

2.- El licenciado Francisco de Peralta: accedió al concejo mediante la depositaria

general, oficio perteneciente a su familia –Barrionuevo de Peralta– desde el año 1562, año en el cual la Corona lo vendió por tres cientos mil maravedíes. Era natural de Madrid y su hidalguía familiar se cuestionó por lo que tuvo que litigar hasta que en 1586 se reconocieron sus orígenes hallados en el reino de Navarra. Se casó con María de Sardeneta y Mendoza, hija de un regidor madrileño, cuya familia –originaria de las Vascongadas– tuvo también que probar su hidalguía, por lo que fueron dos familias de orígenes y características similares. Es destacable su legado y patrimonio, que contó con una biblioteca valorada en 20.294 reales, con 700 títulos y 1175 volúmenes69.

3.- Don Pedro Franqueza, procedente del antiguo principado de Cataluña, llegó a la capital en 1567 iniciando su carrera política. En 1577 ocupaba un simple cargo de escribano pero, tras casarse con Ana María Gabriel, consiguió la vecindad madrileña y, además, gracias a la influencia de su suegro –regidor en Alcalá de Henares– consiguió alcanzar ese mismo puesto el 1 de diciembre de 1586, tras la renuncia del licenciado Agustín Álvarez de Toledo. Sin embargo, tras obtener un cargo en el reino de Valencia, renunció como regidor en 1590.

Durante su estancia en el cargo, asistió a sesenta y dos sesiones, lo que representa un 13% de asistencia, porcentaje superior a cualquier edil que compatibilizase, como él, varios oficios. En este período, obtuvo otros cargos como la escribanía de mandamientos del consejo de Aragón –arrendado por un total de 150 ducados al año–. Sin embargo, su encumbramiento político comenzó a manifestarse a través de la compra de señoríos a partir de 159070.

b) Málaga

El modelo de estructura de poder local que implantaron los Reyes Católicos en Málaga respondió al del concejo cerrado, y estos lo regularon mediante las ordenanzas que fueron promulgando para el buen funcionamiento del mismo. Sólo unas pocas familias controlaron política y económicamente el gobierno de la ciudad.

Los primeros cabildos malagueños –celebrado el primero el 26 de junio de 1489– estuvieron integrados por trece caballeros regidores nombrados por los Reyes Católicos. En 1495 se redujo la cifra a seis para incrementarse, en 1553, a diecinueve titulares, en 1558, a veintidós, y en 1621, a treinta y siente.

Los regidores de Málaga no fueron reconocidos como nobles hasta 1622, gracias a una real cédula concedida por Felipe IV71.

En esta ciudad destacó la familia de los Santiesteban, cuya importancia partió de dos de sus miembros: Pedro de Santiesteban –capitán real y alcaide de la villa de Almogía– y Diego de Santiesteban –escudero de las guardas y criado de los reyes, hijo ilegítimo de Pedro–. Esta familia estuvo ligada a la riqueza del reino de Granada y, por tanto, a la de los conversos, mudéjares y judíos que lo poblaron.

Afincados en la provincia desde la década de 1480, padre e hijo formaron parte del gobierno municipal sin que la relación de ambos influyese en su encumbramiento, ya que prestaron numerosos servicios a la Corona, como en la Guerra de Portugal72.

Ambos se caracterizaron por una buena posición económica y un indudable linaje judío a través de alianzas matrimoniales de algunos de los descendientes de mosén Pedro73, aunque, con su traslado a Málaga el 3 de septiembre de 1487, se enriqueció a través de las pertenencias moras de los cautivos y huidos. El grueso de su patrimonio se encontró en la villa de Almogía en patrimonio rústico –llegó a poseer el 40% de la superficie cultivada– adquirido mediante trueque y compra a los lugareños74.

c) Murcia

Los regidores murcianos destacaron por su labor en las obras hidráulicas, ya que debían evitar o prevenir las inundaciones provocadas por las lluvias torrenciales a través del desvío de algunos ríos; la limpieza, el arreglo y el cambio de ramales de acequia; reforzar los malecones y construir otros nuevos secundarios; así como la repartición de puentes sobre las acequias. También reconstruían –una vez que cesaron las riadas– las ciudades y además las embellecían; daban permiso para la construcción en los solares de casas y cocheras; la construcción de balcones; o para el empedrado, la limpieza y el arreglo de calles75. La gestión de los regidores no se limitó solamente al ámbito concejil, sino que en representación de Murcia se desplazaron bien a la Corte o bien a la Chancillería de Granada, desde donde sirvieron de enlace entre los intereses de Murcia y las distintas instancias judiciales que requirió el caso que se tratase en ese momento.

La tónica dominante seguida por el concejo para arrendar el abastecimiento de diversos productos a la ciudad de Murcia consistió en utilizar el arriendo “a la baja” como procedimiento que garantizó mejor los intereses de los ciudadanos. Se hizo bajo el resguardo de la ley y con asesoramiento jurídico76.


d) Segovia

Durante el reinado de Enrique IV el número de regidores aumentó a dieciséis en Segovia. Durante el reinado de los Reyes Católicos, el número de regidores siguió aumentando hasta llegar a la cifra de veinticuatro. Los mercaderes y los fabricantes de paños, mediante la compra de oficios, se fueron haciendo un hueco entre los regidores municipales, siendo acusados por este motivo por las fuerzas tradicionales de la ciudad77.

A mediados del siglo XVI llegaron a ser treinta y ocho. Desde esta fecha hasta los años treinta del siglo XVII, el número osciló en torno a los treinta; a partir de entonces, y hasta 1753, se estabilizó en treinta y dos. Bajo los reinados de Felipe II, Felipe III y Felipe IV desempeñaron el oficio de regidor un total de doscientos noventa individuos: doscientos trece lo fueron con carácter vitalicio y el resto con carácter perpetuo78.

La venta de oficios por parte del rey a partir de 1542 llegó a alcanzar la cifra de treinta y ocho regidores, superando a los veinticuatro establecidos para la ciudad de Segovia, esto provocó protestas por parte de los regidores segovianos, los cuales vieron con preocupación cómo cualquier persona podía acceder a estos puestos, aunque la venta de estos oficios sólo estuvo al alcance de las personas que dispusieron de la cantidad en metálico necesaria para ser regidor.

Al ser los compradores gentes procedentes de la burguesía, se dio entrada a la alta sociedad segoviana de la época. Para intentar frenar estas incorporaciones burguesas, la corporación solicitó al rey una cédula para que no se acrecentasen más oficios de regidor a partir del 1 de junio de 1560, pero el rey no cumplió su palabra, ya que se produjeron tres acrecentamientos en 1543 y un número indeterminado de ellos en 1557 y 1572, por lo que los precios de las ventas de las regidurías tendieron a bajar.

En el año 1600 se fecha la primera escritura de venta del oficio de regidor en esta ciudad por parte de Diego del Río Machuca a Antonio Navacerrada79.

La media de permanencia de los regidores segovianos fue de 13,6 años, existiendo regidores que sólo estuvieron un día, como Gaspar de Guzmán; y otros que, sin embargo, estuvieron cincuenta y siete años, como el caso de Luis de San Millán.

Se llegó a dar el caso de admitir a regidores con solo doce años de edad, pero estos únicamente tenían la facultad de poder acompañar a la corporación, solo a partir de los catorce años sí pudieron asistir a las sesiones del ayuntamiento –sin voz ni voto– para ir aprendiendo el oficio; también existió el caso de que el rey supliese la edad al interesado y este pudiera disfrutar de voz y voto a partir de los dieciséis años de edad mediante dispensa real.

Los regidores segovianos estuvieron repartidos en dos bancos por mitad, uno de cada linaje: el banco de Día Sanz y el banco de Fernán García. Ser el regidor más antiguo otorgó un gran honor y numerosos privilegios, por este motivo se siguió rigurosamente el orden de antigüedad80.

e) Ávila

En Ávila, en la Edad Media, primero fueron doce y después catorce regidores, a lo largo de la Edad Moderna su número se fue acrecentando. A comienzos del siglo XVIII había veintiuna regidurías81.

A partir de 1776, se eligieron seis regidores trienales que posibilitaron el desarrollo de diversas iniciativas reformadoras de carácter social y económico en la ciudad82. También, a partir de este año, se intensificaron en la ciudad las manipulaciones y las luchas por el control de las regidurías83.

f) Albacete

De esta villa podemos destacar la venta de ocho títulos de regidor en 1543, tras los cuales los acrecentamientos se sucedieron de forma rápida y continuada. Algunos de los oficios vendidos fueron: en el año 1624, el del consumo del licenciado Baltasar Gilimón de la Mota, o, en 1669, el ordenado por Doña Mariana de Austria, esposa de Felipe IV.

La composición interna del concejo albacetense se fue complicando progresivamente debido a la venta y patrimonialización de regidurías, consumos, etc.

Fueron surgiendo luchas oligárquicas que precisaron, en ocasiones, la presencia de justicias mayores de otras poblaciones para presidir las elecciones municipales. La conflictividad, lejos de remitir, aumentó y, como medida para zanjar estos problemas, en los inicios de la década de los setenta, la villa comenzó a gestar la acción definitiva, convirtiéndose en un corregimiento de similares características a los de Hellín, Tarazona y Quintanar –en las provincias de Albacete, Zaragoza y Burgos, respectivamente–84.

g) Otras ciudades: Lucena y Gijón

Los regidores municipales de Lucena estuvieron integrados dentro de las élites de la ciudad. Sus apellidos pertenecían a las familias notables de Lucena, es decir, a aquellos que gracias a su poder económico y político, y al prestigio social que acumularon a lo largo del tiempo, influyeron en todos los aspectos de la vida de la ciudad. Los regidores de Lucena formaron parte de un grupo social que, desde sus magistraturas en el cabildo, dirigieron y gobernaron esta ciudad85.

Los regidores de Lucena transmitieron a sus descendientes el prestigio social adquirido por los miembros de sus familias, a través de servicios prestados al rey directamente o al duque de Medinaceli como señor de Lucena86. Además, el futuro para el primogénito de un regidor de Lucena estaba en heredar el puesto de su padre, mientras que, para el segundogénito, su futuro estaba orientado hacia la administración y la vida eclesiástica87.

La mayoría de los regidores de Lucena, durante la época estudiada, se integraban en un reducido número de familias, en torno a diez. Las más sobresalientes fueron: Curado del Valle, Valenzuela, Álvarez de Sotomayor, Recio Chacón, Gil Guerrero, Ramírez Rico, Cortés Hurtado, Nieto de Mora, Nieto Castilla y Castilla y Zamora; todas estas familias estuvieron relacionadas entre sí a través de enlaces matrimoniales88.

Los cargos concejiles en Lucena eran nombrados por el duque de Medinaceli, por lo que de las relaciones que tuvieran los regidores con él, dependió tanto el acceso a los oficios como el tiempo de permanencia en los mismos. Así, mientras que don Gerónimo Gil Guerrero se mantuvo en el cabildo cuarenta años como regidor, don Martín Nieto de Mora fue depuesto al poco tiempo de ser nombrado del cargo de regidor.

Durante el siglo XVII fue frecuente que los regidores ocupasen cargos en las cofradías de Lucena con el fin de elevar su “status” social89.

Los regidores de Lucena obtenían un volumen más importante de ingresos con las propiedades rústicas90.

Gijón, por su parte, llegó a tener hasta dieciséis regidores91.

El primer regidor del que se tiene constancia es el bachiller Juan García de Jove, nombrado el 5 de agosto de 1562.

Gijón fue una ciudad que destacó por la denuncia a regidores, ya fuese por los ciudadanos o por otros regidores. Destacaron Juan de Cifuentes, nombrado regidor en 1568 y denunciado por Alonso Ramírez de Jove por ser regidor de Oviedo y de Gijón al mismo tiempo; Juan de Valdés, perteneciente a la otra gran familia de Gijón, inició un pleito contra Gregorio García de Jove y Gonzalo de Vallejo acusándolos como estantes en la corte –presente o permanente en un lugar–; el nombramiento de Gonzalo Menéndez de Llano como regidor de Gijón, el 23 de septiembre de 1573, también fue conflictivo ya que otros regidores de Gijón denunciaron que el suegro renunciante había fallecido antes de los veinte días legalmente establecidos; Hernando de Valdés, nombrado el 29 de marzo de 1574, fue denunciado por acumulación por cargos; y, el último caso de denuncia conocido, Hernando de Valdés contra Gregorio García de Jove, por desempeñar el cargo de regidor sin serlo con la excusa de que su padre lo había sido.

La lista de quejas de los abusos por parte de los regidores contra los vecinos de Gijón es larga y detallada: realizaron muchos repartimientos sin licencia; en el arrendamiento de las rentas, pujaron ellos mismos o las dieron en bajo precio a parientes y amigos; en la compra o venta de alimentos principales, se reservaban los mejores; talaron árboles de particulares sin que nadie pudiera oponerse; se reunieron en el consistorio cuando les vino en gana; enviaron procuradores a la Corte pagándoles excesivos salarios solo por beneficio propio; nombraron jueces ordinarios y alcaldes de hermandad y caseros de sus haciendas entre otras irregularidades; trataron soberbiamente y violentamente a los vecinos…

En otro momento, los vecinos de Gijón, esta vez de forma colectiva, solicitaron al rey volver al sistema de regidores anuales con un sistema electivo, pretendiendo comprar los títulos a sus dueños tasando su valor; los regimientos más antiguos fueron los más caros. Las razones que se alegó fueron que muchos regidores perpetuos gobernaron con menos rectitud que cuando eran electos o que se guiaron por intereses particulares92.

2. ARAGÓN

a) Aragón

Tras la instalación de los decretos de Nueva Planta de Felipe V, los regidores aragoneses siguieron manteniendo un importante papel en el poder93. Las características propias de los regidores aragoneses fue que la mayor parte fueron naturales de la zona, además sus cargos pasaron a ser perpetuos dándose una continuidad familiar en las mismas. Por otro lado, el acceso a los cargos solía darse a una temprana edad, debido a los antecedentes que tenía el gobierno local. Además con estas concesiones se premió a las familias con larga tradición municipal, que pertenecieron en su gran mayoría al estamento nobiliario, pero hablaríamos en todo caso de la baja nobleza, puesto que la alta nobleza presentó un escaso interés por estos cargos, debido a que la mayor parte de ella se encontraba en la capital del reino. En cuanto al número de regidurías podemos decir que el balance general fue la disminución de las mismas sobre todo en la segunda mitad del siglo XVIII. Causa de esto fueron los gastos municipales, el absentismo de los regidores que tuvieron un cargo vitalicio, más las disputas internas por el poder. En cuanto a la cuestión del salario, esta no se trató en las normativas de 1707 y 1709, sino que fueron las propias peticiones particulares de los municipios. La razón por la cual se abordó más tarde el tema de las retribuciones reside en la crisis de las haciendas locales a finales del siglo XVII y también por la existencia de métodos indirectos e incluso por la idea de que el empleo de regidor debía servirse por el poder y rango que confirió. Los distintos emolumentos –nombre proveniente de época foral– estaban recogidos en las ordenanzas municipales anteriores a los Decretos de Nueva Planta. El pago se realizaba a través de los propios y arbitrios o por determinados arrendatarios municipales.

Para la percepción del salario había que cumplir una serie de condiciones, la más importante entre ellas era la asistencia regular a los cabildos, a menos que hubiera un motivo bien justificado por el cual ausentarse en algún momento. Por otro lado, una de las reformas que más afectó a la caracterización de los cargos municipales de gobierno en la Corona de Aragón tras los Decretos de Nueva Planta fue el método de nombramiento, en donde ahora se verán implicados la Cámara de Castilla, la Secretaría de Gracia y Justicia, la Audiencia, los corregidores y los ayuntamientos94.

b) Cataluña

Con la unión de Fernando e Isabel y sus respectivas estructuras gubernamentales, las instituciones catalanas se mantuvieron bajo el ala tradicional. Las leyes sólo pudieron ser promulgadas o modificadas y los impuestos votados, todo ello en las Cortes catalanas, en las cuales el monarca debió acudir en persona95. En estos momentos la sociedad catalana estaba dividida en tres estamentos privilegiados: los eclesiásticos, los militares y la aristocracia intitulada formada por la nobleza y los “cavallers” y “reial”, cada uno con su propia cámara en las Cortes. Por otro lado, tras las guerras civiles del siglo XV, esta aristocracia abandonó sus hogares rurales para comenzar a formar parte de la población urbana, aspirando a la participación en los gobiernos municipales, por lo que muchos terminaron adoptando entre otros cargos las regidurías, hecho que se manifestó a partir de 1620 en las grandes villas. De hecho, el poder de la aristocracia catalana fue tal que se habla de un “nuevo feudalismo” tanto fiscal como judicial durante el siglo XVII, de este modo a diferencia del resto de la corona, los impuestos no fueron recogidos por emisarios reales si no por los oficiales de la “Diputació”96.

c) Valencia

El triunfo de los borbones en Almansa propició una transformación política en la administración valenciana. Aunque en apariencia todo siguiera igual y no bajo designio del monarca ya que las aceptaciones de justicia y jurado prosiguieron aún sin su significado inicial. Por ello los nombramientos que comenzaron con la transición entre el sistema foral y el de regidurías se caracterizaron por la previsión de cualquier cambio en la normativa y la duración y elección de los cargos. Por otro lado, la lentitud que conllevaron los cambios supuso una administración atípica en Valencia, siendo posible que los cargos fueran designados por las autoridades militares y no por el monarca. En un principio las regidurías concedidas por el monarca mantuvieron un carácter vitalicio. Aunque había también otros medios para abandonar el cargo, como fue la renuncia.

En este sentido, la ascendencia de estos cargos solían estar relacionados con puestos en las antiguas administraciones, así como de descendencia militar, como es el caso de Jijona Domingo Cano de Santayana97. Para finalizar, la naturaleza de los regidores debió estar relacionada con el municipio, o por lo menos ser su vecino.

3. COLONIAS ESPAÑOLAS

a) México

Los regidores de México fueron naturales de la ciudad aunque descendientes de los criollos españoles, es decir, descendientes de la baja nobleza española98.

Por otro lado, hubo por ley doce regidores por cabildo99. Esta clase criolla que manejó el poder político defendió los intereses de las colonias luchando contra los abusos castellanos100. Por otra parte, los regidores indianos tuvieron como función elegir a los alcaldes ordinarios y administrar la ciudad101. Los primeros que accedieron al cargo de las regidurías fueron nombrados por Hernán Cortés, quien representaba a la máxima autoridad en ese período, además la venta de los mismos terminó generalizándose debido a la deficiente economía que vivió el Estado español con el monarca Felipe II.

b) Santiago de Guatemala

En cuanto a los regidores en el cabildo de Santiago de Guatemala, estos se encargaron, en combinación con los alcaldes ordinarios, de desempeñar tareas de gobierno. Con la real cédula de 1591, la estructura del cabildo de Guatemala sufrió importantes cambios, produciéndose por ejemplo la introducción de los oficios de privilegio que provocó la división del regimiento entre los denominados regidores sencillos y los regidores dobles. Ya, en 1621, la Corona decidió que las regidurías ocupadas por oficiales reales quedaran vacantes para que se procediera a su venta, aunque ya antes se dieron las primeras ventas de regimientos en 1584. En este sentido, el número de puestos creció de manera constante entre 1600 y 1640, pero a partir de los años cincuenta se produjo una fuerte caída de las ventas de regimientos sencillos. Pero, al contrario, en el siglo XVII habrá un interés por ocupar una buena cantidad de regimientos sencillos, que eran los puestos menos solicitados como no es de extrañar, ya que no daba la posibilidad de impuestos extras. Siguiendo esta línea, detrás de la compra y posiblemente también de la elección de regidores entre 1734 y 1742, existía una estrategia de un fuerte grupo de poder estructurado en torno a tres familias para lograr el control de la institución municipal102. Por otro lado, atendiendo al origen de los regidores de Guatemala, estos fueron inmigrantes europeos. En cuanto a las actividades más importantes que suponían una fuente de ingresos para estos regidores de la primera mitad del siglo XVIII, destacó el comercio. Añadiríamos que los regidores de Guatemala disfrutaron de tres tipos de posesiones rurales: pequeños pastizales, labores y haciendas103. Estos regidores, que fueron obteniendo cada vez más poder, hicieron todo lo posible por mantenerlo ante la sociedad, reforzando así su acción política104.


VI. CONCLUSIÓN

El sistema de regimientos o regidurías significó un gran cambio en la administración de la Corona castellana, en un primer momento, y de la aragonesa a partir de la entronización de la Casa de Borbón en España. Un cambio, por tanto, que implantó un nuevo sistema de administración y control municipal que se mantuvo durante varios siglos en los territorios de la actual España, desde mediados del siglo

XIV hasta ya entrada la Edad Contemporánea, pues a partir de fines del siglo XVIII se inicia la quiebra definitiva de este sistema, iniciado en 1348 por Alfonso XI. Dicha quiebra se produjo por el cierre y monopolización del sistema de regimiento, ya que la nobleza se ausentaba de sus responsabilidades municipales arrastrando al resto de propietarios del cargo, impidiendo la renovación, si no de la titularidad, sí de la posibilidad de que otras personas pudieran ejercer efectivamente el oficio de regidor. De esta forma el sistema fracasa, ya que el ayuntamiento no cuenta con sus funcionarios.

Llegado este punto, no resulta extraño que en muchos municipios se solicitase el restablecimiento del sistema insaculatorio en las últimas décadas del siglo XVIII y primeros años del siglo XIX. Esta solicitud no tenía como objetivo la vuelta al pasado foral, sino una ampliación controlada de la participación en los gobiernos municipales que redujese la conflictividad. De esta forma, resulta paradójico que fueran las mismas razones que impulsaron a instaurar la insaculación en la Baja Edad Media castellana las que propiciaron la vuelta a dicha práctica a finales del siglo XVIII en toda España.

Sin embargo, intentaremos resumir, como conclusión, los puntos más importantes del sistema de regidurías:

1.- El poder y gobierno municipal quedó en manos de oligarquías locales, más o menos numerosas y más o menos cerradas.

2.- El poder local estuvo en manos de unas pocas familias, patrimonializándose.

3.- Supuso un distanciamiento en las relaciones entre gobernantes y gobernados.

4.- El fenómeno se agudizó en aquellas ciudades donde sólo los nobles accedieron a los cargos de gobierno local, ya que fue más suave en aquellos municipios donde poco a poco aumentaron las clases sociales participantes en la gestión local.

5.- El municipio se convirtió en un organismo más dirigido y controlado por la Administración Central –aunque con diferencias y excepciones–, y, por tanto, más controlado por la Corona.

6.- La población urbana pierde acción en Cortes, ya que los representantes en ellas son elegidos dentro del círculo de regidores municipales.



Bibliografía:

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Trabajo PDF: https://www.academia.edu/10528340/Los_regidores_-trabajo_grupal

miércoles, 4 de febrero de 2015

29. Historia Contemporánea europea. La Comuna de París

Tras la caída de Napoleón III -que según los recientes estudios no era familiar de Napoleón I, con quien sólo compartía origen corso- en la Guerra franco-prusiana, y con él, el II Imperio francés, tras la batalla de Sedán -conflicto julio/septiembre 1870-, observaremos un hecho revolucionario, muy discutido por sus descendientes pero obviado por la historiografía tradicional como mera anécdota del inicio de la II República francesa. En este acontecimiento se observa el primer gobierno proletario, antecedente de la Revolución Bolchevique de 1917.
El conflicto franco-prusiano fue iniciado por distintos motivantes, el auge prusiano dentro de la Confederación de estados alemanes, la intervención del dictador Napoleón III -puesto asumido en 1851- en la candidatura real se Leopoldo Hohenzollern "olé olé simeeligen" al trono español, candidato prusiano -trono al que finalmente accedió en manos del general Prim el candidato italiano, Amadeo de Saboya-, propiciando tras la derrota de Sedán y el cautiverio de gran parte del ejército francés, el sitio de Paris por Guillermo I de Prusia, quien se proclamaría allí emperador, y su canciller, Otto Von Bismark, quien se quedaría en la capital gala estableciéndose como legado imperial.
Pese a esta situación y a la no rendición del pueblo, Adolphe Thiers, el elegido por la nueva asamblea, cierra un armisticio con el canciller prusiano, lo que se vería como un acto de traición, por el cual ambos representantes se trasladarían a París.
Ante esta situación se constituye la Comuna el 26 de marzo de 1871. Este movimiento se vería desde el exterior como el resurgimiento de las revoluciones de 1848, pero no era más que la acción de un pueblo en armas luchando por su libertad. Durante sesenta días París quedó regida por un gobierno laico, que respetaría las propiedades de los propietarios que no huyeron con el asedio, autogestionando por otro lado las fábricas abandonas: estableciendo una quita de intereses de las deudas con el fin de paliar la extrema pobreza que se había generalizado en el pueblo parisino, tras el conflicto.
Este crácter revolucionario e innovador ha llevado a teóricos anarquistas y marxistas a debatir sobre la autoría del movimiento, siendo este debate iniciado por personajes como Bakunin o Engels.
Asimismo, establecieron unos derechos mínimos para los trabajadores, adoptando medidas higiénicas en los núcleos fabriles, aboliendo el trabajo nocturno, reduciendo la jornada laboral y estableciendo la Guardia Nacional, disolviendo así el poder del ejército regulado de carácter aristocrático. Esta guardia se aprovisionaría de los arsenales, siendo además asegurada la protección de sus familias i caían en batalla mediante un sistema de pensiones.
Ante el temor de las potencias deque la Revolución se extendiese por todo el continente, se aceleró el tratado de Fráncfort, por el que Prusia obtuvo los territorios de Alsacia y Lorena y una indemnización bélica, mientras que Thiers recuperaría a los cautivos de Sedán -180.000 soldados- que el 21 de mayo de 1871 cercarían la capital dando comienzo a la semana sangrienta. El 28 de mayo no acabaría el conflicto, pero tras la caída de la última barricada se iniciaría una represión feroz, con una estimación de 30.000 muertos -hombres, mujeres y niños- y tantos otros condenados a trabajos forzados en las colonias.
Con el fin de la Comuna se establecería la III República francesa siendo el primer presidente de ella Thiers, quien no tardaría en decir "El socialismo ha sido eliminado por un largo tiempo" y no le faltaría razón, el régimen que iniciaba andaba escaso de posturas sociales, siendo completamente minoritarias ante el conservadurismo que se implantó borrando de la Historia un episodio como éste.

Artículos de interés
- http://www.20minutos.es/noticia/2123226/0/napoleon-iii/sobrino-napoleon-bonaparte/adn/

28. Historia Contemporánea europea. Imperio napoleónico.

Tema IV; el Imperio francés

*      El Consulado (1799-1804)
o   La Constitución del año VIII
o   La pacificación exterior
*      El Imperio (1804-1812)
o   Las bases del Imperio
o   La expansión contra las coaliciones europeas
o   Una Europa napoleónica
o   Los movimientos nacionales
*      El final del Imperio (1812-1815)
o   El hundimiento del Imperio
o   Los Cien Días
o   La batalla de Waterloo
o   El Tratado de París de 1815

*      National Geographic; Napoleón: el camino a la Gloria.
*      Empires; Napoleón.
*      Historia  Contemporánea. UNED. Lucía Rivas Lara (Coord.)

El período que trataremos es de gran relevancia y de amplia cronología, donde la Revolución pasó a ser un vago recuerdo de terror y sus logros cosa del pasado. Dicho marco histórico ha propiciado un asiduo estudio de sus modos, lo que nos facilitará su comprensión.
1)       
El Régimen del Directorio se vería catapultado al desastre por un levantamiento militar denominado de Brumario, liderado por golpistas como Napoleón Bonaparte. Dicho personaje lideraría el movimiento haciéndose nombrar Primer Cónsul en 1799 por un período de diez años, con el apoyo de otros asesores como Emmanuel Joseph Sieyes y Roger Ducosen.
El “pequeño cabo” se presentaría en las dos asambleas revolucionarias – Ancianos y la de 500- con la premisa de devolver a Francia el control de su gobierno, contener a los sectores populares –como los sans-culottes y jacobinos- y la protección de las fronteras naturales francesas, que serían ampliadas durante la dictadura militar que se denominaría el Cónsulado, un gobierno colegiado que perduraría hasta 1802, cuando tras el intento de asesinato de Bonaparte en la ópera a este se le nombraría Emperador -1804, tres millones de votos contra ocho mil-, título que vería reducido a Emperador de Elba tras su decadencia y a nada en 1815 tras la batalla de Waterloo.
La Revolución había conllevado la ruina de la aristocracia feudal, que se vería despojada de sus rentas y prerrogativas reales desde el 4 y 5 de agosto de 1789, siendo sellado finalmente el decreto en 11 del mismo mes. La mencionada pérdida de privilegios no supondría su desaparición, sino una igualación a la Gran Burguesía que se consolidaba en el poder –a costa de las masas populares- y buscaba legitimarse en él. Ello propiciaría un gran número de enlaces entre ambos grupos privilegiados en busca de sustentar el dominio sobre este nuevo tercer estado.
Napoleón se erigiría como representante de esta Alta Burguesía, horrorizado por las direcciones que había seguido la revolución guiado por la turba –agosto de 1792, asalto al Palacio de Tullerías, él había estado presente-. Hijo de aristócratas corsos, nunca perdonaría a su padre –Carlo- su sumisión ante Francia, que se convertiría en su gran fijación y enemiga en la infancia.
En este contexto que pretendía cesar el caos y establecer las bases de un gobierno sólido se legislaría y establecería una nueva Constitución –año VIII, es decir, 1800-, que más tarde sería rebautizada como el Código de Napoleón -1807-. Esta carta magna sería redactada por Sieyes y Napoleón y promulgada el 20 de frimario del año VIII -15 de diciembre de 1800-, poniendo fin a la República democrática francesa.
En primera instancia el poder ejecutivo estaría representado por tres cónsules –sistema colegiado-, cuyo liderazgo ostentaría Napoleón, careciendo en todo el proceso de las premisas que habían sido asumidas en la Declaración de los Derechos del Hombre. Mientras el resto de poderes resultantes de una división ficticia que haría llorar a Montesquieu, fueron asumidos por el Consejo de Estado –quienes debían asesorar al Primer Cónsul y llevar a cabo labores legislativas-; el Senado –compuesto por ochenta miembros entre los que podemos destacar al traidor Talleyrand, Fouché y Goudin-; el Tribunado –quienes debatían las propuestas de ley- y el Cuerpo Legislativo –encargado de la aprobación de leyes-; el poder judicial estaba en manos de funcionarios especializados.
Mentado entramado gubernamental dará como resultado en 1804 a la aprobación de un Código Civil que se convirtió en la referencia europea contemporánea a la hora de estudiar la Historia del Derecho, ya que recogía tradiciones anteriores como la romana e incorporando y habituándolas a los nuevos tiempos con añadidos como los derechos a la propiedad privada; libertad personal, de conciencia y profesional; una reafirmación en la abolición de los preceptos absolutistas y privilegios señoriales; Habeas Corpus –igualdad ante la ley-; regulación familiar con la instauración del matrimonio civil y el divorcio y el establecimiento de un Estado laico.
Una vez consolidado el poder y el aparato legislativo del interior con la Constitución de 1800, el pequeño cabo pudo dedicarse a pacificar el exterior entre 1800-1802, en un principio quiso diferir con las políticas del Directorio pero ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo estas proseguirían, dando como resultado la victoria ante la Segunda Coalición. Pacificaría y definiría nuevas fronteras, campañas cuya relevancia le valieron para ser nombrado Cónsul Vitalicio. Sin embargo, y dado los planes expansivos de Napoleón esta paz no sería duradera, en 1803 se rompe el tratado con Inglaterra reanudándose el conflicto tanto en escenario continental como colonial.
Poco más tarde Napoleón se autoproclamaría emperador con toda la pompa y boato típico del poder francés. Dicho título buscaba crear una clara diferenciación entre el poder regio, ya sufrido, y el que estaba por llegar, que se remontaba a antecedentes tan gloriosos como el Imperio romano, un semejante que Napoleón buscaba emular y superar.
2)       
El Imperio se inauguraría con una nueva legislación –carta magna-, promulgada en el año XII -1804-. Por ella, Napoleón se hacía con el poder tácito, usando las Cámaras legislativas y distintos secretarios para aparentar un Estado con división de poderes.
Una de las reformas de mayor calado sería la educación; la básica o primaria quedaría generalizada para todos los franceses, estando su control en manos de las autoridades locales e incluso la Iglesia –órdenes que tras la caída del Imperio se trasladarían a España instaurando en la educación un adoctrinamiento beligerante ante cualquier idea laica y liberal-; la educación secundaria y universitaria se restauraría por completo, desarrollando nuevos métodos y planes de estudio y organización. Este nuevo páramo de estudios superiores era inaccesible para la mayor parte de la población, que se veía sumida en un período de entreguerras que nunca acababa con continuas levas obligatorias que al final del período habrían conseguido perder a un millón de franceses en el campo de batalla.
A destacar de igual modo la reforma hacendística y fiscal. En 1800 se fundó el Banco de Francia, como método de controlar la fiscalidad perdida diez años antes, adquirir una moneda fuerte y una  gran reforma fiscal de cara al mundo exterior que adecuarían los movimientos económicos franceses bajo una logística estatal.
El 15 de julio de 1801 se firmó el Concordato con la Iglesia Católica, poniendo fin al período de persecución iniciado en el Directorio, donde el papa Pío VI fue desterrado al ocupar las tropas francesas Roma y proclamar la República romana. La Iglesia, una vez haber sido despojada de sus riquezas y poderes feudales, asumiría un servicio público en un estado laicista, quien la mantendría y que aceptaba su intrusión y proselitismo por ser la religión predominante entre los franceses. Por este sostenimiento el estado se reservaba la prerrogativa de seleccionar a los cabezas episcopales –obispos-, elección que debía ser sancionada por el Papa desde Roma. En contraposición, la Iglesia debía jurar lealtad y fidelidad a la Constitución y aceptar la enajenación –lo que en España se denominaría desamortización- de sus bienes.
Entretanto, la política exterior napoleónica basa su vigor y sostenimiento en sus Fuerzas Armadas, con especial incidencia en el Ejército de Tierra. El ejército francés sería la mejor máquina de guerra del período, este se basaría en el liderazgo napoleónico y en un sistema de levas obligatorias, por el cual todo el pueblo era susceptible de participar en él.  Su superioridad numérica, sus dotes de estrategia y manejabilidad en manos del pequeño cabo les convertiría en un ejército in igual. La época de mayor poderío bélico se sitúa entre 1809-1812, terminando con el tratado de Valençay, por el cual Napoleón reconoce a Fernando VII como monarca español tras el desgaste producido durante la Guerra de Independencia española, donde los insurrectos vencerían al poderoso ejército francés liderado por Murat –yerno de Napoleón- mediante táctica de guerrillas e pillaje de suministros.
Partiendo de la propia división napoleónica, los territorios del Imperio se dividen en tres naturalezas:
*      Núcleo: territorio francés configurado en 130 departamentos, además de los territorios conquistados desde 1791 hasta el declive de 1812: Bélgica, Holanda, Renania, Norte de Alemania, Ginebra, Piamonte, Toscana, Niza  y la ciudad de Roma. Cabe destacar que el pequeño cabo tenía la ambición de extender la frontera hasta el caudal del Ebro, obstáculo natural que emplearía como frontera, obviamente no lo consiguió.
*      Satélites o vasallos: quedarían bajo la protección del Imperio y son: el reino de Italia, provincias Ilirias, Confederación del Rin –en sustitución del Sacro Imperio germánico[1]-, Confederación Helvética y Gran Ducado de Varsovia.
*      Estados familiares: estos quedarían en manos de personas asignadas por Napoleón para su dirección, generalmente familiares, estos son: Holanda –por Luis Bonaparte-; Nápoles –Murat-; Westfalia –por Jerónimo Bonaparte- y España –por José Bonaparte, José I de España o su sobre nombre más conocido, Pepe Botella-.
*      Aliados: participantes de la Coalición francesa como Dinamarca, Suecia, Austria y Prusia, los dos últimos forzados mediante invasión de los contingentes militares.

Pese a la pérdida de poder en el aspecto Colonial –reduciéndose a Lousiana-, Francia contaba con una demografía exultante y de gran potencial, lo que suponía una gran riqueza y no sólo económica. En 1806 se contabilizaba que el estado francés tenía 22 millones de habitantes, siendo por tanto, el país más poblado de Europa Occidental. Su ubicación, con suministros minerales y demás tipos de materias, propiciaría el desarrollo de un comercio y una industria aceptable pese al estancamiento agrícola que sufrían. Por el mismo, Napoleón daría comienzo a una política de corte proteccionista, mientras que en territorio colonial Francia se vería atosigada por el poderío talasocratico inglés.
A partir de 1808 se observa un cambio en la actitud de los paíse sometidos al Imperio, la insurrección española exaltaría los ánimos y animaría a otros a alzar las manos ante la subyugación, Austria, Alemania y Prusia generarían movimientos nacionalistas exaltando un sentimiento tan viejo como el de las relaciones de pertenencia para establecer una sólida oposición. Es aquí cuando se fija los orígenes del nacionalismo.
El Zar Alejandro I Romanov establecería relaciones con Napoleón en un intento diplomático de encauzar dos grandes Imperios, uno en Occidente y otro en Oriente. Las relaciones fueron mucho mejor de lo que se esperaba, ambos quedaron embelesados por la carisma del contrario, se repartieron Europa al placer y al antojo de ambos pero tanto dicharacheo no duraría mucho. Rusia estaba inmersa en una crisis de subsistencia de gran calado, pese a que en la reunión ambos habían fijado como enemigo común a Inglaterra, el Zar no podía permitirse cerrar esta puerta comercial, cuando Napoleón se enteró de las relaciones comerciales secretas entre ambas potencias comenzó a preparar la invasión de las estepas.
La invasión a Rusia se suele establecer como el punto de inflexión del Imperio Napoleónico, no solo por su dificultad, sino porque en la misma primavera de 1812 el frente español aún no estaba pacificado, ello supuso la división de la Gran Armée y la pérdida en ambos escenarios. El bando ruso aprovechó su orografía y climatología, desconocida por los franceses, además del empleo de otras tácticas como el pillaje de suministros o la “tierra quemada”, de todos era bien sabido, y más por el Zar, que Napoleón empleaba el medio que les rodeaba para suministrar a sus tropas alimentos y bienes de primera necesidad, la táctica realizada por el bando ruso supuso la quema de miles de kilómetros por donde los contingentes franceses sólo encontraron cenizas. Ello propiciaría grandes bajas y hambrunas que derivarían en epidemias como la disentería, que diezmaría sus tropas. A su llegada a Moscú, Napoleón esperaba reponer fuerzas tras tomar la capital, pero ante su asombro Alejandro Romanov había incendiado su propia capital –Moscú-, ello pudo hacerse gracias a la descentralización del Estado ruso-. Ello sería la sazón para la llegada del invierno, de los 650 mil hombres que partieron regresaron menos de 30 mil.
En un intento desesperado por mantener su estatus hegemónico, Napoleón comenzaría a cerrar frentes, pacificaría España y sustraería las tropas allí apostadas, que unidas a las Marinas intentarían sustituir las perdidas en Rusia y en España sin ningún éxito.
El desastre de Rusia aliaría a sus enemigos en la Sexta Coalición –Rusia e Inglaterra- y en una séptima formada por Rusia, Prusia, Austria y Suecia, tropas que en frente común vencerían en la batalla de Leipzig en 1813, gracias en parte, a la pérdida de apoyo de los Estados alemanes –Confederación del Rhin- por parte de Napoleón.
Francia fue invadida por los aliados en 1814, hallándose un país extenuado que no opondría resistencia. Napoleón abdicaría el seis de abril restaurándose en el poder la dinastía borbona de la mano de Luis XVIII, hermano del guillotinado Luis XVI. Este fue con diferencia el monarca peor valorado por los franceses,  su falta de carisma, su salud endeble y valor inexistente contribuirían a ello.  En la consecuente Paz de París de junio, Francia deberá devolver todas las conquistas territoriales, volviendo a la situación de 1792. En el Congreso de Viena celebrado poco después se resituaría geoestratégicamente el continente dividiendo los pluses entre los aliados.
Como consuelo ante la gran pérdida, Napoleón recibió la soberanía de la Isla de Elba -26km de largo por 11 de ancho, una población de 12.000 personas y un palacio que había sido el antiguo ayuntamiento restaurado a las bravas-, a diez kilómetros frente a la Toscana Italiana, donde gobernaría con una guardia de ochocientos hombres. Tras el Tratado de Fointanebleau, donde se dictaba los términos de su rendición y su exilio, su mujer e hijo serían trasladados a Viena siendo este su último encuentro. Su despedida de su guardia imperial –“¡larga vida al Emperador!”- sería lo último que vería antes de subirse a la fragata inglesa que lo llevaría a sus nuevos dominios. Napoleón recibiría una pensión anual de dos millones de francos del gobierno francés por los servicios prestados al Estado, pero Luis XVIII se la quitaría como método de sumisión, arruinándole y precipitando su regreso.
En un contexto de exaltación y de depresión francesa, el pequeño cabo se volvería a alzar como su baluarte para derrocar al rey. En marzo de 1815 escaparía de su soberanía/isla para desembarcar en Francia. Entraría en París como la esperanza y cien días después sería expulsado de nuevo entre decepción, por ello este gobierno se conoce como “Los Cien Días”. Napoleón reorganizaría su ejército y atacó Bélgica, donde se encontraban las tropas de la Coalición. Finalmente, en junio de 1815 sería derrotado por el general inglés Wellington, quien también había participado en la Guerra de la Independencia española y se erigía como su digno sucesor.
A Napoleón se le confinaría en la isla de Santa Elena hasta su muerte en mayo de 1821. Los franceses se verían obligados a aceptar la Segunda Paz de París por la que por su temeridad perderían más territorios y se verían obligados a pagar los costes bélicos -700 millones de francos- y como resultado global, la pérdida de un millón de hombres franceses.


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[1] Casándose con una princesa austriaca para recibirlo como regalo de nupcias. Ello le haría apartar de su lado a Josefina –estéril-, incapaz de dar comienzo a su linaje. Se dice que cuando vio el retrato de la muchacha declaró “es justo el vientre con el que quiero casarme”.