domingo, 13 de abril de 2014

11. Historia Contemporánea, España; Sublevación militar y Guerra Civil (desarrollo básico Bach).


     La Segunda República española llegaría a su fin tras un levantamiento militar que atentó contra un sistema democrático. Este levantamiento sería la actuación desesperada de una aglutinada derecha con el fin de destabilizar un gobierno aceptado por las masas aún débil tras su corta trayectoria y los atentados desde su interior, como el Bienio Negro o Bienio Conservador. No fue un acto espontaneo sino que se cataloga como un movimiento organizado desencadenado por las reformas del gobierno republicano así como el miedo de la expansión de la Revolución rusa de 1917.

     El Frente Popular llegó al poder en un momento de debilidad del Sistema Democrático en toda Europa, ello fue aprovechado para iniciar el alzamiento en Melilla el 17 de julio de 1936, liderado por el general Yagüe.

     El alzamiento se extendió rápidamente por el protectorado de Marruecos, al igual que en la mayor parte del territorio español entre los días 18 y 19 de julio gracias al general Mola, Queipo de Llano y el general Gored. Ellos se extendieron por toda la península y archipiélagos asegurándose el apoyo de las ciudades claves, como Pamplona, Sevilla y el archipiélago Balear, consolidando así el alzamiento y atrayendo a otras ideologías derechistas sin catadura moral como los falangistas y los carlistas.

     La reacción del bando democrático se hizo esperar, quizás por esta falta de entereza Casares Quiroga sería sustituido por José Giral, quien contaba con la inestimable ayuda de Azaña.

     El nuevo jefe de gobierno repartió las armas de las reservas militares a milicias y a Partidos Políticos para la defensa del Sistema Democrático que tanto les había costado conseguir, hecho que nos puede recordar a las patrullas armadas durante el gobierno de Nicolás Salmerón. Historiográficamente estos sucesos se traducen como el día del levantamiento nacional.

     Mientras tanto, Francisco Franco Bahamonde abandonaba las Canarias, tras su gran letargo, donde decidió a qué bando le convenía más apoyar, para ponerse al mando del poderoso ejército de África; la península se fraccionaba en dos bandos, destacando a Galicia, Andalucía y las zonas donde predominaba el latifundismo contra aquellas regiones que siguieron leales a la República como el País Vasco, Cataluña y el Cantábrico.

    Mientras que los propulsores y seguidores del alzamiento militar fueron denominados por el gobierno sublevados, éstos se hacían conocer como los nacionales, grupo integrado por militares conservadores, monárquicos de derechas, católicos tradicionalistas, falangistas, carlistas y cualquier otra ideología contraria al Sistema Democrático o a la República.

     El bando contrario se autodenominó como los leales y estaba formado por obreros, campesinos, clases urbanas, republicanos, burgueses, intelectuales y artistas, aunque el bando sublevado los denominaría rojos, haciendo alusión a la Revolución Bolchevique de 1917 a la que tanto temían.

     En ellos existía una gran diversión ideológica, ésta posiblemente sea una de las causas que los convertiría más tarde en el bando perdedor aún teniendo el apoyo de las clases mayoritarias. Entre estos grupos destacaremos a los socialista, que planteaban una serie de reformas como método de cambio y por otro los comunistas y anarquistas, quienes planteaban la revolución como medio del mismo.

     La Guerra Civil está erróneamente vista desde el exterior como la simple lucha de demócratas y fascistas apoyados por los países regidos por regímenes dictatoriales. Pero la realidad es que la Guerra Civil es un conflicto armado entre los antiguos postulados de la restauración -conservadores/liberales-, quienes utilizaron como medio de transmisión y conseguir su objetivo al ejército, a los obreros y a los campesinos. Esta realidad evidenciaba que el gobierno necesitaba reformas imprescindibles, como las que presentó Azaña, para modernizar el país pero éstas chocaban con los grupos dominantes y fueron sumamente dañadas -estructuralmente- con la entrega de tres carteras ministeriales a la CEDA.

     La "Guerra de España" ha sido considerada por muchos historiadores internacionales como el antecedente y campo de pruebas de la Segunda Guerra Mundial. Ambos bandos buscaban apoyos entre sus ideologías, por lo que se dio pie a que gobernantes, medios de comunicación, opiniones públicas e intelectuales enjuiciaran y se introdujeran en una guerra que no era suya. Sus opiniones como se han ido demostrando eran erróneas ya que quienes conocían la verdad y no propagaban una versión color de rosacea, estaban bajo una censura que no cesaría hasta la muerte del dictador.

     Como prevención a la segunda gran guerra o por temor al creciente poder de Hitler, quien apoyaba a los nacionales, los países de ideologías democráticas más cercanos formularon y firmaron el comité de no intervención en la Guerra de España, entre los que se encontraría Inglaterra e Francia, dos países que poseían el mismo sistema republicano pero abandonaron el campo de minas de igual modo que cerrarían sus puertas a los fugitivos del régimen no mucho tiempo después. Con ello sentenciaron a la República española, que dejando ideologías y demás modos de sistemas aparte, era de origen democrático, de los ciudadanos, no de unos pocos o de militares con ansias de ser un nuevo Espartero quien implantaría su orden, tutelando a los españoles como menores de edad perpetuos.

     Los leales al Sistema Democrático recibieron la ayuda de América del Sur -México- y Europa -gracias a los brigadistas-, donde las ideas democráticas, socialistas, republicanas, comunistas y anarquistas tenían su referente, pero sin duda su mayor apoyo sería Rusia, que les suministraría armas, productos energéticos y brigadas internacionales compuestas de voluntarios. Pero sin duda lo más recordado por la opinión pública, porque se ha publicado a diestro y siniestro y con todo tipo de narraciones, sería un supuesto error de Largo Caballero -que no ha sido reconocido ni demostrado pero Franco le gustaba recordarlo-, por el cual se dice que éste líder vendió todo el oro de la reserva del banco de España a Rusia a cambio de más ayuda ante la invasión y el intento -y final logro- de establecer una dictadura, que ya metiéndome en camisa de once varas, es lógico que un gobierno legítimo y apoyado por las urnas defendiese con todo lo que tuviese de una invasión que conseguiría establecer cuarenta años de una asfixiante dictadura, pero como no está demostrado, no son más que teorizaciones. Como curiosidad cabe destacar que no todo el oro de la reserva nacional fue empleado en la defensa del país, parte de este se resguardó en Francia, siendo posteriormente reclamado por el dictador.

     Por otro lado los sublevados recibieron los apoyos de Alemania e Italia principalmente, apoyo que se materializaría en aviones -bombarderos B-52-, tanques panzer, fusiles y municiones. También recibieron apoyos de Irlanda y Portugal, quienes poseían en estos momentos regímenes fascistas parecidos al que se implantaría en España. Los apoyos recibidos por éstos eran considerablemente mayores en número y formación, como lo era la legión Condor y el Corpo Truppe Voluntare, a quienes se les concedió vía libre para hacer lo que quisieran, aconteciendo matanzas tan significativas como la de Guernica.

     La conclusión a este periodo histórico es muy difícil, pero sin duda la Guerra Civil española no hubiera sido posible sin el apoyo exterior, sin las nuevas herramientas del mundo contemporáneo, jugando las comunicaciones un papel fundamental. Tras esta etapa comenzaría el avance de las tropas sublevadas, que después de varios intentos, conseguirían hacer caer el gran símbolo democrático, la capital del país.

Vídeos recomendados

  • https://www.youtube.com/watch?v=C2Iu2-hVwcg

sábado, 12 de abril de 2014

10. Historia Contemporánea, España; Transición a la democracia (desarrollo básico Bach).

     Como precedente histórico de la transición a la esperada democracia española deberemos hacer referencia al cambio estratégico del régimen Franquista. El aislamiento impuesto por el Caudillo dejaba al país en una situación bastante comprometida, España no era un país sin historia ni fracasos, era un antiguo Imperio que arrastraba un sin fin de causas que propiciaron que dicha nación fuese denominada "la nación muerta".
     Por muy "atado y bien atado" que el Caudillo quiso dejar los cabos del régimen, el país no tenía la fuerza suficiente para ir contracorriente de las potencias europeas por lo que llegó la abertura de las puertas trayendo consigo el sistema capitalista y la economía de mercado.
     La apertura facilitó  la exportación de población sin recursos ni formación y la importación de diversos accionistas extranjeros, que una vez más en nuestra historia -como sucedió con Isabel II, Primo de Rivera, ...- aprovecharon las deficientes condiciones laborales, los salarios bajos y el riesgo  mínimo de huelga para invertir en el país.
     Ello trajo consigo el reinicio intelectual de España, nuevas tecnologías -lavadoras, Seats 600, ...- e ideas llegaron, las cuales dieron lugar a una de las mayores etapas de crecimiento del régimen. La Iglesia que creía haber asegurado su papel en la sociedad, tras el regreso de los intelectuales vio como el puritanismo católico se fue diluyendo dando lugar al nacimiento de una nueva sociedad.
     Ante todo el Caudillo era monárquico, su problema fue que le tomó gusto al poder y decidió, en su fuero interno, que su amada patria necesitaba un guía hacia el progreso y el futuro, pero su tiempo se agotaba por lo que tras el Contubernio de Munich delegó sus poderes a la espera de su muerte a Don Juan Carlos I -tras el salto sucesorio del infante Don Jaime y de Don Juan-.
     Ello se debió a que Don Juan no había sido educado como el primogénito -tampoco Don Jaime, pero éste fue descartado por su salud y no por sus palabras- y este hecho se vislumbró en una serie de errores que propiciarían el cambio en la ley de Sucesión, para nada menos que saltarle a él.
     Sin perder la esperanza, Don Juan, solicitó al Caudillo que su hijo, Don Juan Carlos de Borbón cursara sus estudios en España, intentando construir un puente que nunca pudo cruzar. Aunque en un principio Don Juan Carlos tenía la premisa de "jamás aceptaré reinar mientras mi padre viva", cambió de opinión alegando que era por el interés y el acato de las leyes de España.
    Como era de esperar cuando Don Juan se enteró por la prensa de la noticia no se lo tomó de humor pero tuvo que desistir; a su hijo aún le quedaba un arduo camino debido a la improvisada candidatura de Alfonso de Borbón y María del Carmen Martinez-Bordiú, nieta del Caudillo.
     Las posiciones ante el fin del régimen eran diversas; por un lado se proponía la continuidad de éste; un punto de vista intermedio -y final ganador-, que proponía una reforma del régimen adaptándolo a los tiempos modernos; y por último, la ruptura con todo lo antes conocido.
     Todos estos cambios tras la muerte del caudillo el 20 de noviembre de 1975 se traduciría en la sociedad como un periodo de grandes movilizaciones populares que buscaban la alternancia política. Esta oposición estaba formada por diversos grupos sociales que se unieron para tener el poder suficiente para exigir un gobierno provisional que convocara elecciones generales para establecer un nuevo sistema democrático. Otros de los objetivos de estas movilizaciones fue conseguir la libertad democrática y la amnistía a todos los encarcelados por causas franquistas.
     Ante este contexto social observaremos una clase política franquista polarizada; por un lado veremos a los inmovilistas, liderados por Arias Navarro -Presidente del gobierno y encargado de darle continuidad al régimen-, éste, pretendía continuar con la represión como mecanismo de control, ideario que se puede relacionar -aparte de con Emilio Castelar, quien quiso sostener los últimos resquicios de la república en 1884- a los sucesos acontecidos en Montejurra en 1976, donde se enfrentaban los dos descendientes carlistas, Sixto y Javier, quienes representaban las dos facciones -conservadora y democrática- de este linaje que sigue sin conseguir su objetivo y era un fiel reflejo de la sociedad.
     Mientras que por el otro lado nos toparemos a los reformistas, con la ayuda del monarca in crescendo, optaban por una evolución del régimen y un desarrollo de sus normas e instituciones. Se tiende a considerar el 30 de junio de 1976 como el primer paso reformista en el sistema político, ya que el monarca retira su mano a Arias Navarro, quien por otra parte sólo era el sustituto natural del general Carrero Blanco, asesinado por un explosivo etarra que propulsó a su coche a cuatro pisos de altura.
     Juan Carlos I tomó investidura el  22 de noviembre del '75, dos días después de la muerte del caudillo, aceptando con ello un puesto principal en los sucesos que acontecerían en la Transición. Asimismo lideraría un puesto para lo que su dinastía y familia ya había sido invalidada, desde el 26 de noviembre de 1931 España había echado al último Borbón, como dijo Valle-Inclán "Los españoles han echado al último de los Borbones, no por rey sino por ladrón", pero no es lo mismo ser readmitido que ser elegido por un caudillo tras cuarenta años de un régimen dictatorial.-Para más información sobre la monarquía ilegal-
     El 1 de julio de 1976, tras una conversación privada entre en monarca y Arias Navarro, el primero dimite, siendo sustituido en sus labores de gobierno por Adolfo Suárez, quien fue elegido en una decisión conjunta de Torcuato Fernández Miranda -Presidente de las Cortes franquistas- y Juan Carlos I.
     Entre 1976 y 1978 consiguió instaurar un sistema democrático convirtiéndose en el primer presidente de la democracia española tras la dictadura franquista, asentando las bases del Sistema Democrático más longevo de nuestra Historia; ello cambió las bases del Estado español, siendo creada además la ley de Reforma Política y la Constitución de 1978, que consta de siete padres. Ellos eran los líderes del momento, incluso de los extremos más radicales de entonces, comunistas y falangistas entre otros, pero su pasado sería una de las referencias por lo que más sería acusado, ya que fue un trasfuga de sus ideales de la juventud, fue Secretario General del Movimiento Nacional, conjunto que esperaba consolidar "el espíritu de la nación", pero sólo la vencedora de la contienda.
     Suárez estaba claramente posicionado con los reformistas, como lo demuestra que tuviera diversos contactos democráticos -Felipe González o Santiago Carrillo-, incluso antes del fin del régimen, lo que en el futuro conllevo una serie de problemas.
     Su propuesta ante la reformación política fue una sorpresa incluso para sus mayores seguidores, ya que no sólo incluía la amnistía a la gran mayoría de los presos políticos, sino que además añadió un marco de derechos fundamentales del individuo, un sistema electoral de corte claramente democrático y un poder que emanaba directamente del ciudadano. Reformas que eran tan necesarias como las que en su día Azaña llevó a cabo. Éstas leyes fueron aprobadas por las cortes franquistas gracias a las tres promesas que realizó -y no el gobierno-; la primera sería garantizar la permanencia del estatus social y económico, así como garantizar ningún enjuiciamiento en razón de cualquier responsabilidad política, sobre los diputados de las Cortes, ello conllevaba la no actuación ante los actos acontecidos durante el régimen -hecho que permaneció hasta el 2007, con le ley de Memoria Histórica que contó con el apoyo del antiguo Juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón, con el objetivo de la búsqueda de los desaparecidos en la dictadura, aunque en la actualidad éste proyecto haya sido hábilmente apartado-; y la permanencia en la ilegalidad del Partido Comunista, hecho que sólo se mantuvo durante ocho meses, aunque el partido que se legalizó no tendría las mismas bases ni objetivos que había mantenido en la clandestinidad.
    La ley de Reforma Política fue aprobada por referéndum, celebrado el 15 de diciembre del 1976, con un resultado de un 81% a favor de una reforma política. Sin embargo un 30% de la población se abstuvo debido a que veía las reformas insuficientes.
     La ley de Reforma dio lugar a unas elecciones generales que se pudieron realizar gracias a la libertad sindical, a la amnistía política y a la legalización de todos los partidos, ésto se debió y ha de entenderse tras el suceso ocurrido el 24 de enero de 1978, cuando un brazo armado fascista asesinó a unos abogados de Comisiones Obreras en plena campaña, la reacción pacífica que originó ante tal imagen de crueldad fue la lleve de la legalización.
     Esto condujo a la primera crisis del gobierno, por la cual Suárez consiguió garantizar unas completas elecciones democráticas, que se caracterizaron por ser multitudinarias.
     Con un total de 350 escaños, el resultado de las elecciones fueron 166 escaños para Unión de Centro Democrático de Adolfo Suárez, 118 para el Partido Socialista Obrero español de Felipe Gonzalez, 13 escaños para PCE de Santiago Carrillo y  7 para Alianza Popular de Manuel Fraga. Aún con gran número de escaños UCD no pudo gobernar en una mayoría absoluta debido a la ley D'Hondt por la cual se rige el sistema electoral español. Por ella el partido político que se presenta en una parte del territorio tiene un mayor índice de participación a nivel estatal.
   Gracias a las bases que se establecieron, la nación requeriría el consenso general para su correcto funcionamiento, de esta necesidad surgen los Pactos de la Moncloa, que supusieron una salida a la situación española en 1977. La economía evidenciaba que necesitaba una reforma para reducir la inflacción; así como en el ámbito jurídico que se organizó según los principios democráticos recién adquiridos, como la libertad de expresión, reunión y asociación, además de la completa separación del Código Penal y el Código Militar.
     El nuevo sistema tributario resultado de estas reformas buscaba repartir la crisis entre la sociedad con la creación del IRPF, propio de países desarrollados que aseguraba la proximidad al Estado de Bienestar.
   La nueva reforma de la Seguridad Social, creada durante el régimen, aseguró la extensión de las prestaciones de desempleo, así como un crecimiento en las jubilaciones.
     Llegados a este punto, las Cortes fueron convocadas para la elaboración de la Constitución del '77. En ella se quiso garantizar la representación de todas las formaciones políticas, ya que eran representantes de distintos sectores de la sociedad, lo cual explica la razón de los siete padres. Sólo un partido se negó a participar -nacionalismo vasco- mientras los integrantes pertenecerían a UCD, PSOE, AP, PCE y CiU. El referéndum del 6 de diciembre del '78 legitimó el texto legal vigente aún en la actualidad, éste consta de una ambigüedad legislativa intencionada para que pudiese ir desarrollándose en el futuro.
     La constitución se caracteriza por seis rasgos principales, el primero sería el establecimiento de un Estado Social y Democrático de Derecho, por el cual quedaba negada la pena de muerte y el carácter no confesional de la Nación -que éste no quita que haya preferidos-. Lo segundo, sería una monarquía parlamentaria, con funciones representativas, así como un ejército sometido al poder civil. Del mismo modo se desarrolla una Declaración de los Derechos Fundamentales del Ciudadano, así como unas libertades antes negadas, como el derecho a huelga; se establece la doble administración de las autonomías, hecho muy discutido en la actualidad y por último, se establece como mayor instancia judicial al Tribunal Constitucional, encargado de elaborar la jurisprudencia y el ejecutor de la hipotética reforma de la Carta Magna.
     No obstante este nuevo proyecto político que buscaba hacer las cosas bien no estaba exento de enemigos, como el involucionismo o la  amenaza constante de golpe de estado, pero entre éstos destacaría una nuevo fenómeno que se hacía más sólido al mismo ritmo que se consolidaba la democracia, el terrorismo. ETA se consolidaría durante la década de los '80 atacando objetivos militares y fuerzas del orden público.
     Por parte de la extrema derecha destacan las sucesivas manifestaciones y grupos violentos como la Operación Galaxia, que representa un intento fallido de golpe de estado en el '78, antecedente del acontecido en el '81; Ynestrillas, Tejero y un tercer personaje no identificado, planearon tomar el Palacio de la Moncloa y establecer un nuevo régimen militar.
     Por parte de la extrema izquierda sus actuaciones se centraban en actos contra los contrarios, con métodos de secuestro o el asesinato, destacando el Grupo de Resistencia Antifascista Primero de Octubre o el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota.

martes, 8 de abril de 2014

9: Historia Contemporánea, España; Franquismo: construcción del régimen (desarrollo básico Bach).


     El resultado acontecido en la Guerra Civil española sería el precedente histórico del régimen dictatorial liderado por Francisco Franco Bahamonde. Éste y otros episodios fueron consecuencia de un conjunto de sucesos por los cuales el Caudillo, siendo el general menos comprometido con la causa, acabara liderando y consolidando el régimen tras el alzamiento. Mientras, Europa abandona el campo de prácticas bélicas en el que se había convertido España para comenzar la gran obra, la Segunda Guerra Mundial, que en un principio parecía confirmar que la balanza se inclinaría del lado de los regímenes dictatoriales y el fascismo.

     El régimen autoritario implantado reflejaba características de sus homónimos europeos como del fascismo italiano -Benito Mussolini- y de Alemania -Adolf Hitler-, lo cual suponía la eliminación de los derechos y libertades de los ciudadanos, los partidos políticos y la Constitución, bajo el dogma Dios, Patria y Familia, una nueva versión del lema carlista "Dios, Patria y rey". El fenómeno caudillista logró hacer un viaje transatlántico para establecer sus variantes en Europa. Etimológicamente procede del latín, haciendo referencia a un líder político, militar o ideológico, aunque en el caso español todas serían correctas. El dictador asumió los puestos de Jefe de Estado, Presidente del Gobierno, Generalísimo de todos los ejércitos y Líder del único partido político legal. Todas estas características comunes propiciarían un acercamiento a Italia y Alemania, y por lo consiguiente al Füther y el Duce -ambos términos militares-.

     El régimen consiguió su estabilidad basándose en la abolición de los estatutos y un gran espíritu patrio que afectaría a todo lo que amenazara a la cultura castellana, teniendo gran incidencia en la cultura catalana recogiendo el estribo de Miguel Primo de Rivera, aunque en este caso sus límites no serían tan flexibles.Su mayor pilar fue el control mediático, por el cual difundiría propaganda a favor del régimen mientras el resto de opciones quedaban ocultas bajo la supresora dictadura.

     Los cimientos de éste estarían compuestos por el ejército, que proporcionaba el sostén gubernamental y la participación en las tareas de gobierno -recordándonos a otros alzamientos militares como el de Miguel Primo de Rivera, Narváez o Espartero-; la Falange Española Tradicionalista de las Juventudes de Ofensiva Nacional Sindicalista, la cual se valió de diferentes mecanismos para ejercer el control del Sindicato Español Universitario, ya que tras la sustitución, huida o fusilamiento de los intelectuales los puestos estaban vacantes y finalmente serían ocupados por personajes afines al régimen; la Central Nacional Sindicalista; la Sección femenina; el frente formado por las Juventudes y por último y como pilar base, la Iglesia Católica, como nos advierte las declaraciones de Pío XII "de España ha salido la salvación del mundo" quizás observó la única esperanza de recuperar el poder de tiempos pasados, lo que sin duda es innegable es que las relaciones entre la Iglesia y el Régimen eran inmejorables ya que el caudillo legitimó y retribuyó el Estado católico, consiguiendo de ese modo también ayudas para reconstruir el país y un estricto control educativo que permitió trasladar el ideal a otras generaciones que fueron modeladas antes de abrir un libro.

     Ante la totalitaria estructura del régimen surgieron distintas corrientes sobre como actuar, entre las que destacan el apoyo a los terratenientes, empresarios, comerciantes y pequeños propietarios -a destacar los minifundios norteños-; la ayuda de la pasividad de la clase media que aún se encontraba en proceso de asimilar un conflicto que había fragmentado el país haciendo del siguiente paso un escalón obvio, el rechazo a los perdedores de éste, que ante la represión, el temor y el control inicial de una España completamente hundida optaron por una pasividad que más que forzada era la única opción viable cuando no les quedaba nada.

     La pasividad no fue la única opción de los derrotados, en respuesta a la situación del país surgieron grupos armados asentados en espacios rurales denominados "maquis", quienes eran el resultado de los seguidores de la República que aún seguían en la península y eran perseguidos por ello. Aúnque no consiguiendo plantar frente a un régimen dictatorial demostraron más valía y patriotismo que esos líderes huidos a Francia que no volvieron a preguntarse que era de sus seguidores tras las fronteras, su valía siguió, aún oculta, siendo el recordatorio de lo que la libertad podía producir para un régimen totalitario feroz, la diversidad de opinión y por tanto, la resistencia.

    Cuando la guerra aún estaba sin finalizar el caudillo estableció su directorio militar y con las "familias". Éstas se conformaban por las ideas falangistas, carlistas y ultracatólica que mantenían una fuerte relación, los monárquicos serían el epílogo de los seguidores de Alfonso XIII -punto a tener en cuenta seria que aunque el caudillo se quedó liderando el régimen tras el conflicto, contra el parecer de muchos monárquicos, su ideología y enseñanzas contemplaban la restauración monárquica, eso sí, después de él-. Y por último los cedistas. Para Franco estas cinco ideologías son las creadoras del Movimiento Nacional, que se traduce como el espíritu de España, lo cual continuaría hasta la década de los '60 en la que serían sustituidos por un grupo católico creado por José María Escrivá de Balaguer denominado Opus Dei, cuya fuerza solo era migajas en relación con el poder que posee en la actualidad, siendo quizás, demasiado influyente en el Vaticano. En la actualidad tiene una gran preponderancia en Europa y en América latina y ha sido criticada por un proselitismo agresivo, sectarismo y la difusión de actividades y vínculos con grupos ultraderechistas.

     La represión institucional se llevó a cabo mediante la ley de responsabilidad política del '39 que luchaba contra toda ideología o muestra ideológica contraria al régimen y la ley de Represión del comunismo y de la masonería ya que iba tras los principios cristianos. Estas leyes contra lógica se llevaron a cabo con efecto retroactivo consiguiendo un gran número de nuevos inquilinos para las instituciones penitenciarias. Para juzgar a estos sospechosos de incumplir cualquiera de estas dos leyes se formaron  dos consejos de guerra, que se caracterizaban por no tener una defensa para el acusado, siendo incluso peores que la Inquisición, que aunque católicos y fervientes aliados de los tribunales había defensores.

     Las cifras de las ejecuciones durante y tras la guerra civil ascendían, según el bando franquista a 50.000 aunque la historiografía actual, más progresista y con más interés en abrir fosas comunes, la sitúa en torno a 100.000 pero debemos considerar que estas cifras no consideran las defunciones en los centros penitenciarios, donde las enfermedades como la tuberculosis se extendieron o por ejemplo las cazas de maquis.

     La confiscación de bienes llevada a cabo nutrió a las estructuras del régimen mientras arruinaban a familias cuyos ideales políticos habían sido desvelados, valiéndose además del expolio de propiedades y la confiscación de bienes a asociaciones y sindicatos. Traduciéndose en la depuración del funcionariado tanto público como privado.

     Como una consecuencia más del centralismo del régimen las identidades españolas se difuminaron, siendo prohibidos lenguas y costumbres. Asimismo las relaciones internacionales se limitaron a los países con regímenes dictatoriales similares.

     Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial en septiembre del 1939 el eje recurrió al caudillo ya que Gran Bretaña estaba demostrando ser un digno rival. Ello propició la reunión de Franco e Hitler en Hendaya y aunque la reunión tenía como propósito la unión y firma del protocolo del pacto del Tripartito -Alemania, Italia y Japón- la reunión fue un verdadero desastre. Y no porque España no firmara, que firmó, pero se atrevió imponer ciertas condiciones a un grupo de líderes cuando no estaba al nivel, ni el recursos ni en fuerza, del resto de participantes. Sin duda Hitler se tuvo que arrepentir de haber mandado la legión Condor a un negociante tan poco agradecido, el único beneficio que sacó fue la cesión de las minas de Wolframio -material empleado para la construcción de tanques- y aprovisionamiento militar, ya que el estado "neutral" de España, no permitía mayor ayuda.

     Y aunque España no poseía legiones como las alemanas, el caudillo reclutó un cuerpo de voluntarios denominado División Azul, ésta estaría conformada por más de 10.500 hombres que lucharían con el ejército alemán contra el nuevo bloque enemigo formado por la URSS, liderado por Stalin.

     El fin de la guerra en el '45 con la victoria, en un principio impredecible, de Francia e Inglaterra, supuso el marginamiento de España del ambiente festivo europeo. Francia cerró sus fronteras, impidiendo que personas contrarias al régimen pudieran escapar de una muerte segura, dejándonos ver la catadura moral del país franco que dejaba morir a miembros de su misma ideología. Ello, unido a la condena de la ONU -retirada de los embajadores- dejaría a un país sin voz ni voto, ni ayuda del exterior para cambiar eso. Y aunque pareciera increíble, el país no se hundió, es más, despreció a aquellos que le estaban ignorando, inundándose el 9 de diciembre las calles con pancartas en las que se podía leer "si ellos tienen ONU nosotros tenemos dos". Obviamente estas reacciones serían asimiladas como un movimiento de apoyo al régimen mientras que la resistencia democrática caía en olvido ya que las potencias habían decidido asaltar un enemigo mayor, la URSS. Ello dejó a España olvidada y relegada al régimen, sin más opción que la pasividad y la nostalgia. Cabe destacar que los únicos embajadores que decidieron quedarse pertenecían a países autoritarios como Portugal y el Vaticano, o con intereses meramente comerciales como Suiza, actitud que aún mantiene cueste lo que cueste.

     Tras la muerte de J. A Primo de Rivera y los generales Sanjurjo y Mola el estado unificó los poderes en la figura del caudillo. En 1945 se establece el Fuero de los españoles -declaración de derechos y libertades de  los españoles- y la ley de Referéndum Nacional por la cual el dictador le preguntaba al pueblo, siempre con la opción de veto si la respuesta era desagradable. Por último se promulgó la ley de sucesión que dictaba que "aquella persona que sustituyera a Franco lo haría a título de rey" recordándonos sus ideales y principios monárquicos. Ley que es imposible de explicar sin el Contubernio de Munich -1966- donde por una desafortunada declaración de Juan de Borbón, primer candidato a suceder al dictador, este fue saltado para recaer la corona en su hijo, Juan Carlos I. Juan de Borbón será recordado como el único Borbón -de la rama española- que no reinó.

    La democriacia orgánica, nombre con el cual el caudillo quiso maquillar su dictadura, es un modelo corporativista al estilo italiano siguiendo los pasos de Benitto Mussolini, quien aconsejó a Franco sobre la monarquía, "un rey será siempre su enemigo; a mí me pesó mucho no haberme desprendido de la casa de Saboya". La democracia orgánica no puede ser equiparada con ningún sistema libre ya que su pilar era la ley de Cortes, que era un organismo de colaboración del gobierno franquista, donde los procuradores -que son los representantes de las instituciones del Estado; Alcaldías, Universidades e Iglesia-, sugerían que la palabra final la poseía el caudillo. Ya en 1966 con el cambio de los procuradores por miembros de la recién bautizada rama de la Iglesia Católica, que no secta, se hizo tangible la influencia que poseían sobre el líder de la dictadura, con la carga ideológica que ello conllevaba.

     Al quedar prohibidos los sindicatos horizontales, el régimen estableció el único sindicato legal que se diferenciaba por su organización vertical. Esta situación es contraria a los valores democráticos actuales, ya que por este sindicato el Estado controlaba la vida laboral del obrero, ejerciendo tutelas, con condiciones laborales totalmente deficientes que volvían a recordarnos que la clase media no era la prioridad del régimen, palpable en la negación del derecho a huelga y el de negociación entre patrones y obreros. Todo ello creaba el ecosistema perfecto para la inversión.

     Como último punto a destacar de la democracia orgánica sería su estricta moral cristiana, que negaba y prohibía el matrimonio civil, el divorcio y el aborto, así para que perduraran los valores católicos de la familia.

     El control de los valores públicos y privados de la población se llevó a cabo mediante la censura de todo aquello que atentara contra el "Movimiento Nacional" y la moral católica, ambas imponían el modelo patriarcal donde el hombre ocupaba un escalafón superior al de la mujer, estableciendo una educación impartida por curas, diferenciada por sexos y con la impartición de la educación religiosa cristiana obligatoria, todo ello para crear un espíritu nacional unitario.

    El régimen dictatorial propicio a España un refugio de la tormenta exterior, forzado también por el resultado de las contiendas, pero éste fue autoimpuesto y aislante, ya que tras la tormenta el país no estaba preparado para el sol. Países como Italia y Alemania llegaron tarde a la marcha por los Imperios pero España estaba intentando salir del desastre de la pérdida de lo que llegó a ser, ni el país ni la población estaba preparada. El aislamiento comenzó a resquebrajarse en la década de los '60 con la vuelta de los intelectuales ante una dictadura más débil, cansada, como su líder a quien sólo le quedaba una década mas de liderato, siendo éste, el precedente de la transición a la democracia.




lunes, 7 de abril de 2014

8. Historia Contemporánea, España e independencia Latinoamericana; Guerra colonial y crisis de 1898.


GUERRA DE INDEPENDENCIA CUBANA


Ilustración I: mapa de McNally Rand Company de Chicago en 1904. En ella se hace especial hincapié en las líneas ferroviarias del nuevo protectorado estadounidense.
Ilustración tomada de: http://www.wdl.org/es/item/11323/#q=Cuba

 

Alumna:

Bulpes Fernández, Carmen

Trabajo tutorizado por Dña:

Encarnación Barranquero Texeira
Universidad de Málaga


1.   Contextualización: marco histórico, geográfico, climático, demográfico y social

La isla de Cuba, conocida como “La Llave del Golfo” en época colonial, es la isla de más tamaño de las llamadas Antillas mayores. La isla mayor podemos dividirla en tres territorios: oriental, central y occidental. La zona oriental en época colonial estaba muy poco poblada; la zona central de igual modo, no lo estaba mucho más y conservaba el bosque tropical, irrumpido por ciénagas y campos de caña de azúcar; la zona de mayor riqueza es la occidental, casi totalmente desforestada para su uso en cultivos –tabaco, azúcar y café-[1]. Sería en la zona oriental, de gran pobreza, donde nacería el sentimiento nacionalista, criollos, negros y chinos se unirían por un mismo objetivo[2].
Su clima tropical tendría especial incidencia en las campañas bélicas. El independentista Máximo Gómez al preguntarle un periodista estadounidense cuáles eran sus mejores generales no dudó en responder “junio, julio y agosto”[3].
A fines del siglo XIX, Cuba tenía una población de un millón y medio de habitantes, la mitad de ellos negros y mulatos. Más de un millón vivía en la zona occidental –dominios de azúcar y otros cultivos- zona bajo el dominio de la Habana; mientras que otros 300.000 vivían en la zona central, habitando el resto en la zona oriental[4].
En este contexto de manutención del legado Imperial, España también poseería otros territorios en otros continentes como en África –islas Canarias y las plazas de Melilla y Ceuta- integrados desde la Edad Moderna, a los que se le sumarían otros en el siglo XIX tras la Guerra de Marruecos –finalizada en 1860-, una de las campañas bélicas de carácter intervencionista, que junto a Gran Bretaña y Francia, se llevarían a cabo. Otras a destacar y sin las que no podríamos entender el contexto internacional serían: la expedición a México, la ocupación de Vietnam, la Guerra del Pacífico –por la que el antiguo Imperio recuperaría momentáneamente Santo Domingo[5]- y la expedición a Guinea, por la cual España se consolidaría como potencia africana.
A pesar de ello, la España de la Ilustración, respecto a épocas y andaduras pasadas, adoptó una política internacional proteccionista en relación con su legado Imperial. Para ello, y debido al escaso poder geopolítico que conservaba, Cánovas, buscaría el apoyo de potencias como Francia y Alemania. Esta época de recogimiento se contrapone con el expansionismo o neo-imperialismo que adoptaron competidores como EEUU. Para el apadrinamiento de Francia, España tuvo que estabilizar sus conflictos internos –carlistas y republicanos-. Este acuerdo se mantendría vigente hasta el gobierno progresista de 1887[6].
Estas intervenciones trajeron consigo un prestigio internacional paralelo a pequeños incrementos territoriales. España se posicionaba como un país cauteloso sin ambición que había pagado un elevado coste económico y social por mantener sus alianzas. Pese a las indemnizaciones de guerra, como el conflicto marroquí, estas campañas supusieron el empeoramiento del déficit y un gran número de movimientos pacifistas en respuesta de las pérdidas humanas[7].

2.   Antecedentes a la insurrección: políticas liberalistas y ruptura del acuerdo colonial

Durante los intervalos centrales del siglo XIX, desde 1837 a 1878, la metrópoli aplicó un régimen constitucional en Cuba, mientras que en fechas anteriores la única política llevada a cabo estuvo dirigida a reforzar las figuras y poderes del Gobernador y el Capitán General[8]. Desde el reinado de Carlos III, pero con mayor incidencia desde Carlos IV, se han venido observando políticas metropolitanas catalogadas por coetáneos y espectadores contemporáneos como actos de agresión para con los gobiernos coloniales, quienes comenzaban a ostentar una gran autonomía[9].
El cubanista Allan Kuethe propuso, después de una ardua investigación en archivo, que el acuerdo que alcanzó la élite isleña con el gobierno peninsular entre 1763-1765, tras la recuperación de la plaza de la Habana en manos inglesas, se fundamentaba en el establecimiento de un nuevo sistema fiscal a cambio de la liberación comercial. Asimismo, habría que añadirle ventajas de tipo honorífico como la lideración de las milicias urbanas[10].
Estas concesiones se establecieron en dos fases sucesivas: con las reformas de Gálvez, en primer lugar y, más adelante, con las de Godoy, hecho que se denominó “despotismo ministerial” por los nombramientos a dedo y prebendas por los que se caracterizaron. Todo ello marcaría el punto álgido del poder criollo, formalizado en 1760[11].
El cambio de rumbo en el sistema colonial comenzaría con los liberales progresistas –desde Mendizabal a Espartero-[12], misma corriente que logró consolidarlo entre 1840 y 1868, lo que impediría movimientos reformistas hasta la Paz de Zanjón en 1878[13]. Ello nos sitúa en un contexto problemático, un siglo XIX de carácter deficitario, que se agravaría aún más con la llegada de la pareja formada por Isabel II y los progresistas liberales, hecho irremediablemente unido a las Guerras Carlistas y al desgaste de las arcas públicas que ellas supusieron.
En todo el conjunto territorial que componía la monarquía sólo había una posesión con excedentes de capital: la isla de Cuba[14]. Emporio económico desde el ’35, primer productor y exportador de azúcar del mundo, además de ser uno de los más importantes en tabaco, café, bananos y cobre. Según Ramón de la Sagra, Cuba suministraba más de la cuarta parte del azúcar consumido en Occidente[15]. Su superávit servía para compensar las pérdidas que reportaba el resto del legado colonial, así como los conflictos internos en la península[16]. Todo ello propiciaría que en las primeras décadas del siglo XIX se desarrollara un período dorado en las relaciones de la élite cubana y el gobierno de Madrid[17]. El período de mayor esplendor de las relaciones internacionales isabelinas se produciría durante el gobierno de la Unión Liberal –entre 1858 y 1863-. El decaimiento de EEUU por sus propios conflictos internos facilitó la libertad de movimientos en las colonias de ultramar[18].
La burguesía sacarócrata habanera había conseguido establecer unas relaciones coloniales asimétricas a su favor, por ello, el giro político hacia la metrópoli supuso que comenzara a establecerse lazos con las oligarquías isleñas. El aumento de aranceles y los derechos preferenciales por bandera afectaba enormemente a la aristocracia criolla, mientras que beneficiaba a los grandes comerciantes refaccionistas, traficantes de esclavos, etc. quedando el poder isleño en manos peninsulares, desplazando a la élite cubana[19]. Asimismo hay que destacar otro grupo como los blancos de clase media, que aún estando en un principio posicionados con la metrópoli, su hipernacionalismo e intransigencia les iría alejando; cincuenta mil soldados combatirían en las unidades de voluntarios contra los insurgentes pese a su desacuerdo, desatando una verdadera guerra civil[20].
Otra explicación a la basculación de poder isleña, obviando los intereses de los grandes inversores peninsulares, se justifica con el temor a perder la isla cuando la metrópoli más la necesitaba. Las conspiraciones llevadas a cabo por los independentistas –también denominados peyorativamente filibusteros[21]- nunca, salvo excepciones, habían contado con el apoyo de la élite, eran movimientos del populacho. Además de la posición de los Estados Unidos en el conflicto colonial español; a principios de siglo EEUU había declarado que tarde o temprano la isla sería parte de la Unión. La participación yanqui en el despegue comercial cubano es innegable, hacia 1840, la Unión compraba y vendía a Cuba tanto como la Metrópoli, porcentaje que no pararía de ascender en décadas posteriores. Todo ello impulso a España a copiar el modelo colonial inglés, protegiendo y aislando sus colonias ante la amenaza extranjera[22]. “¿Pero hemos de cederles Cuba, Puerto Rico y Filipinas sin que les cueste un río de sangre”[23] El liberal
La exclusión en 1837 de los diputados cubanos de las Cortes implicaría el nacimiento de un nacionalismo cubano en las élites burguesas, antes ligadas a la monarquía, que buscaban de este modo librarse del agente opresor que suponían. Estas segundas generaciones criollas eran vistas como jóvenes idealistas, educados en los Colleges del Este de Estados Unidos, con lazos y relaciones que hacían ver a estos como el súmmun del progreso, lo que ellos, bajo el yugo español, nunca llegarían a conseguir. Mientras, el viejo Imperio estaba desgarrado por una costosa y desgastadora Guerra Civil[24].
Esta nueva generación no era independentista per se, y por lo tanto tampoco nacionalista, pero ante el germen liberalista español y las deficientes actuaciones de sus enviados como Miguel Tacón, se trasladarían políticamente a un pro-anexionismo. Querían ser una provincia ultramarina de la península, con todas las consecuencias sociales y económicas que ello implicaba. Estos criollos enriquecidos en el período anterior sustentarían al movimiento y a sus líderes, como por ejemplo a José Antonio Saco, uno de los diputados expulsados de las Cortes en 1837.
De igual modo cabe destacar que algunos de los derechos exigidos por este movimiento cubano aún no existían en Europa, sino que lo hacían en EEUU y con muchas matizaciones como lo era la libertad de prensa[25].
Ante el intento fallido de Miguel Tacón de recuperar el control de la isla, se haría con su puesto el conde de Villanueva, Claudio Martínez de Pinillos, conocido como el vocero de los criollos en el siglo XIX, quien en vez de buscar la devolución de los derechos que se les habían negado expuso una nueva salida, la anexión a los EEUU. La presión yanqui, pese a su fuerza, sería frenada por Gran Bretaña y por Francia, quienes buscaban mantener el equilibrio de poder[26].
José Gutiérrez de la Concha sería el sustituto del conde entre 1854 y 1858, enviado desde la península con un claro objetivo, poner orden en la isla y aplicar la reforma de 1856[27], paralela a la creación del Banco español, usado como mero instrumento de control. Todo ello se desarrolla en un contexto de cambios; desde 1765 hasta 1830 había existido un cuerpo de milicianos con el objetivo de la defensa de la isla, pero con la llegada de Gutiérrez de la Concha se crearía un Cuerpo de Voluntarios, financiado por Julián de Zulueta, con el fin de controlarla y establecer el orden constitucional de la Metrópoli[28].
Todo ello –influjos europeos revolucionarios, influencia americana y la altísima carga impositiva[29]-, sumado a la crisis del azúcar propiciaría que la mayor parte del grupo autodenominado anexionista virará hacia el reformismo[30], iniciando la carrera hacia la Independencia. El reformismo sólo sería la chispa que haría saltar la revolución. La crisis de la industria azucarera arrastraría consigo el sistema esclavista, y con ello todos los modos productivos de los propietarios de los ingenios, hecho que sería palpable entre 1861 y 1870[31].
El haber sido desplazados del gobierno se volvió la queja más explotada por la élite cubana de la lista de reformas que se realizaron[32]. A mediados del siglo XIX, el azúcar cubano encontraría un serio rival en la azúcar de remolacha, lo que propiciaría un viraje al mercado americano, que en 1894 ya suponía el 94% de las exportaciones cubanas. Ello nos explica que a partir de los años ’50 nace una tendencia anexionista con EEUU, quienes veían en Cuba la posibilidad de mantener el modelo esclavista a pesar de las confrontaciones con los estados del sur, hecho que compensaría el avance del abolicionismo en los estados norteños[33]. Era tal el interés que hubo varias propuestas de compra por EEUU sin respuesta española entre 1812 y 1897. Durante la primera mitad del siglo los yanquis verían frenadas sus ambiciones por Inglaterra, pero una vez acabada la Guerra de Secesión y puesto en orden sus demás conflictos internos, los esfuerzos se renovaron[34]. Ya desde principios del siglo XIX, la perla de las Antillas era más americana que española, pese a sustentar su soberanía Estados Unidos exprimía el beneficio[35], pero su titularidad era mantenida por temor a abrir un conflicto de rango internacional donde la isla se traspasara, en una carambola impredecible, a Gran Bretaña[36].
Con el resultado de la ocupación de casi todos los territorios españoles en América, África y Oceanía, observaremos el aprovechamiento yanqui de la deficiente situación española respecto a sus territorios coloniales; lejanía, dispersión y mala estructura administrativa, serían principios claves para que este proyecto neo-imperialista pudiese llevarse a cabo[37].
La lejanía de las colonias pacíficas y antillanas respecto a la metrópoli, y en contrapartida su cercanía a EEUU facilitaba la problemática y evidenciaba la debilidad española. La incapacidad militar y la superioridad diplomática del enemigo, con gran calado en las colonias, haría que el interés de España fuese mantener el status quo, pese a la presión[38]

3.   Corpus bélico: enfrentamientos entre la colonia y la metrópoli

El episodio de la Guerra Colonial española merece un estudio aparte en la Historia reciente del Mundo. No sólo fue la pérdida de las últimas colonias de ultramar de un Imperio en su última fase de decadencia, sino que forma parte de nuestro pasado reciente, siendo su sustrato base de cambios en ámbitos de lo social y político que desencadenan nuestro contexto presente. De igual modo no se puede atribuir como un absoluto dicha pérdida territorial a las derrotas navales de Cavite y Santiago de Cuba, sino a un contexto que se remonta décadas, incluso  siglos[39].
Una rápida contextualización del problema cubano nos acerca a la rápida paz de Zanjón del ’78 –primer conflicto conocido como la Gran Guerra para los castellanos o la Guerra de los diez años para la historiografía cubana-, desde 1868 hasta 1878[40]. Este sería impulsado por los criollos, quienes incitarían las rebeliones esclavas[41]. Asimilado como el primer contacto con la problemática independentista los modos para su resolución fueron insuficientes, tratado como una mera eventualidad pero cuya base sería el principio del puzzle en el que se convirtieron las posesiones hispánicas. Esta, quizás, fuese impulsada por la revolución septembrina española -1868, por quien se depuso a Isabel II- y por el grito de Yara, por el cual, Carlos Manuel Céspedes avivó la insurrección[42], a tan sólo veinte días un acontecimiento del otro[43] Entre sus apoyos aún no se encontraba la élite, ya que las consignas de la Independencia aún les quedaba grandes.
El primer choque sería liderado por el Capitán General Lersundi quien se mantendría, pese a sus aficiones poco ejemplares, en el poder hasta enero de 1869, cuando sería sustituido por el general Domingo Dulce. Mientras el gabinete yanqui, que apoyaba la independencia bajo cuerdas, enviaba una misión a Madrid encabezada por Sickles para comprar la isla. Mediante la misma tesis en la que se enmarca esta actuación –de frontera Turner-, EEUU se haría con otros territorios como Luisiana en 1803 o Alaska en 1867[44].
Tras el fracaso del general Dulce, Caballero  de Rodas daría comienzo a una guerra sin cuartel continuada por el conde de Valmaseda. Fue un conflicto de desgaste, donde las enfermedades causaron más bajas que el enemigo. Mientras, lo hombre solicitados por el conde –unos ocho mil-, no eran enviados, las bajas cubanas sí eran suplidas por armamento y personal estadounidense. Tras los breves períodos de mando de los generales Ceballos y Pieltain, sería nombrado el general Jovellar en noviembre de 1873[45].
Los cubanos se caracterizaron por luchar a caballo, mientras que las tropas españolas lo hacían a pie. La técnica de guerrillas y el desgaste que ello supuso para las tropas metropolitanas hizo que las demás estrategias cayeran en un saco vacío. Se intentó aislar a los insurrectos en un lado de la isla mediante una trocha, una especie de cortafuegos de 500 metros de anchura y 80 de longitud[46].
De los 181.040 españoles enviados en 1868 a la isla murieron 81.248. De ellos sólo 6.900 lo harían en combate; la cólera, la tuberculosis, la fiebre amarilla y la desnutrición serían los peores males[47]. En 1876 llegarían nuevas tropas españolas a la isla tras el fin de la tercera Guerra Carlista, lo que propició la solicitud del alto el fuego por los independentistas[48].
Desde 1875 observaremos un tratamiento del conflicto deficiente. El partido liberal propondría un programa de autonomías pero este chocaría con los intereses económicos de los antillanos y de algunos miembros de la sociedad peninsular de gran influencia. Por otro lado, los distintos conflictos que abarca este contexto –ultramar y Melilla-, supusieron un verdadero despilfarro de las arcas públicas[49].
En la Paz de Zanjón se pactaron una serie de medidas que vistas de nuestro contexto fueron insuficientes, pero su implantación fue un verdadero suplicio y lucha entre su mayor valedor, Martínez-Campos y el gobierno canovista. Entre estas medidas destaca la ansiada representación en Cortes de diputados cubanos, recuperando la figura representativa anterior a 1837 -la representación parlamentaria cubana se fijó en 1878, asimismo se implementó en 1880 la constitución española del ’76[50]-; la libertad de comercio para la clase criolla y la abolición de la esclavitud, medida que no favoreció a nadie ya que no se impuso inmediatamente, sino que se estableció un sistema de patronato por el cual los esclavos seguían padeciendo lo mismo en los ingenios de azúcar, pero todo ello evidenciaba los nuevos modos del recién estrenado monarca, Amadeo I de Saboya. Estas medidas propiciaron la creación de la “liga nacional·, compuesta por esclavistas, terratenientes y demás comerciantes que se veían perjudicados por las concesiones a la isla[51], sólidos intereses en manos de vascos, catalanes, cántabros y gaditanos, principalmente[52].
El gobierno español abolió la esclavitud totalmente en 1886 y entre 1880 y 1898 desmanteló el entramado de leyes que limitaba los derechos civiles de africanos y afrocubanos[53].
No obstante estas medidas no obtuvieron el efecto deseado; la administración colonial por su parte siguió ejerciendo potestad más allá de la metrópoli y el triángulo opositor formado por propietarios, negreros y comerciantes, de la alta y baja burguesía, quienes no estaban dispuestos a perder una serie de privilegios e intereses en la isla que les alzaban como una nueva estratificación social[54].
En vez de cumplir las leyes de la Paz de Zanjón se implementaron leyes electoras que favorecieron a los españoles como modo de viciar la vida política cubana[55].
Mientras la sociedad cubana sufría una elevada fiscalidad condenada a pagar los gastos bélicos, así como un descenso de su comercio con Europa, lo que consolidaría el predominio estadounidense gracias a la presión política de McKinley, quien terminó por doblegar el proteccionismo español[56]. Entretanto, la oligarquía cubana sufría un gran varapalo en este período donde vieron reducida su influencia[57].
El plano político español, caracterizado por el bipartidismo, se plasmó en Cuba con la aparición del Partido Autonomista –1878-, quien buscaba un mayor número de privilegios para los criollos y su anexión a España conformado en un principio por la élite reformista aunque tendría prontas incorporaciones independentistas. Para 1894 se habría convertido en un partido de masas como atestiguarían los publicistas afrocubanos Juan Gualberto Gómez y don Martín Morúa Delgado[58]; mientras que el Partido Unión Constitucional estaba a favor de los intereses de la metrópoli y de la manutención de la situación, ganaba casi todas las elecciones debido a las leyes electorales, se le consideraba el partido español y por lo tanto, el que abogaba por la continuidad de la Corona española en Cuba[59]. Los desvanes gubernamentales, tanto en el campo español como en el cubano supusieron la respuesta social y la consolidación del deseo de independencia.
Los cubanos autonomistas eran nacionalistas dentro de la Corona española, pero querían la concesión de la autonomía por métodos políticos –civilistas-, evitando la intervención y asimilación estadounidense y la revolución que podría militarizar la sociedad imponiendo un caudillaje[60]
Ante todo este escenario deberemos destacar la figura política de José Martí, político cubano que en 1892 creó el partido independentista denominado Partido Revolucionario Cubano –PRC-. Este contó con el apoyo encubierto de EEUU, país desde donde Martí desarrollaba su propuesta[61], además del apoyo de la mayoría de cubanos residentes en EEUU, anexionistas que buscaban convertirse en agloamericanos pero cuyo plan fue tildado de utópico, pese a su retórica, por no pronunciarse en temas como el económico o el administrativo.
Los continuos movimientos insurreccionales dan lugar en 1879 a la llamada Guerra Chiquita, denominada así por los castellanos por la simplicidad de su desenlace, en tan sólo quince días[62]. Una serie de insurrectos autodenominados mambieses, en honor de un antiguo jefe guerrillero, fueron derrotados por su falta de preparación militar y apoyos.
La década de los años ’80 supuso un breve intervalo no contencioso, aunque tras el establecimiento del “arancel Cánovas” en 1891, volvería a reavivarse el conflicto. Este impuesto gravaba las mercancías que la isla comerciaba con EEUU. Ello dio lugar al cierre de fronteras por parte del presidente Mc Kinley, lo que resultó catastrófico en las relaciones económico-diplomáticas entre ambos países. Tras el “grito de Bairé” en 1895 –“¡Viva Cuba Libre!”[63]-, la balanza de la guerra parece estar decidida.”¡Perdamos cuánto haya que perder, pero sigamos siendo dignos!”[64]. El Imparcial
El 24 de febrero de 1895 la mayor parte de la población cubana no era independentista. En Madrid se acababa de votar las reformas liberarizantes de la isla en las Cortes. Pero con la insurrección acontecida ese mismo año, el gobierno canovista actuaría como si toda la población fuese insurrecta[65].
El general Martínez Campos fue enviado a la isla con la idea de que el conflicto sería otra “Guerra Chiquita”, pero en este caso se topó con un ejército mal aprovisionado y un enemigo que había aprendido de sus errores, usando su entorno –la selva- como campo de desgaste para unas tropas que no tardaron en diezmarse moral y físicamente por las enfermedades tropicales.
Ante la incapacidad de Martínez Campos, éste sería sustituido por Valeriano Weyler en 1896[66], quien emplearía métodos obsoletos sin dar la relevancia que poseía al oponente que ya era imparable. Lograría frenar la insurrección pero la reconcentración de los campesinos para asegurar su aislamiento del agente independentista causó miles de muertes por hambre y enfermedad[67]. Los cien mil hombres fieles a la metrópolii en tierras cubanas serían insuficientes, por lo que se necesitó 90.000 más a lo largo de 1896[68], esta sangría de jóvenes se aceptó, por lo general, por una población que no poseía las 1.500 pesetas para pagar a un sustituto[69]. Ello precipito el endurecimiento de las leyes de reclutamiento por lo cual se consiguieron reclutar a 127.000 quintos que marcharon a Ultramar, precipitando el terror de una sociedad que encabezada por sus madres comenzaron a manifestarse en las ciudades a grito de “¡Que vayan los ricos! ¡Que vayan los causantes de la guerra!”[70].
A excepción de la región oriental, el llamamiento a la insurrección de Martí desde EEUU no encontró muchos seguidores. En febrero de 1894 un reportero del New York Times escribía que la mayoría de los cubanos quería la libertad, pero por medios políticos no violentos[71].
Sin embargo, el verdadero punto de inflexión político de la contienda sería el asesinato de Cánovas del Castillo a manos del anarquista italiano Michele Angidillo. La magnitud de este hecho es visible en la compunción de su adversario político, o sustituto en los mandatos progresistas –pucherazo-, Sagasta, quien diría: “Después de la muerte de Don  Antonio, todos los políticos nos podemos llamamos de tú”.
No hizo falta esperar mucho tiempo para que las críticas se volcaran hacia el difunto, y de manera menos clara hacia Sagasta. Juan Valera afirmaba “cuando estaba vivo contribuyó a preparar las cosas para que se hundiesen”. Los diferentes sectores en el partido conservador –Silvela y Robledo-, fragmentaron el maltrecho bando, hecho que poco a poco se volvería contagioso observándose en su adversario[72]. Ello dotaría al partido conservador de un inmovilismo que se reflejaría en la dificultad para tomar decisiones en la Cámara, ya que una vez muerto Cánovas, su modelo no sería ni continuado ni apartado por sus sucesores, creando un clima de gobierno caótico y sin salidas[73].
El general Blanco asumiría la Capitanía General de Cuba sustituyendo a Weyler, que con su propuesta pacífica fue el candidato menos propicio para un conflicto que estaba en sus últimos pasos[74]. Weyler marchó con aires triunfalistas, alardeando de la pacificación de cuatro provincias occidentales y prediciendo una pronta recuperación, pero tales afirmaciones se tornaron a burla cuando Blanco desveló que de las 192.00 tropas regulares recibidas por Valeriano Weyler sólo quedaban 84.000[75], asimismo los cubanos no olvidarían las tropelías realizadas por el general. Blanco intentaría volver tangible las libertades concedidas por la metrópoli a Cuba, el 1 de enero de 1898 juraría su capitanía “por Dios y por los evangelios fidelidad al rey y a la reina regente y asimismo mantenerse estrictamente dentro de las leyes y de la Constitución nacional”, ello en un gabinete donde no había representación del partido conservador[76]. “España está dispuesta a gastar su última peseta y a dar la última gota de sangre de sus hijos en defensa de su derechos y de su término”. Sagasta[77].
Un punto y aparte en la cuestión colonial sería la independencia de Filipinas, cuyos antecedentes se remontan a la Liga filipina creada por José Rizal, así como el brazo armado de Katipunam. Juntos alzaron un levantamiento en la capital, Manila, a lo que el Estado español respondió enviando al general Polavieja, que propició la muerte de Rizal en 1896, pero sin embargo no pudo contener el desenlace de la batalla de Cavite, la cual ganaría Filipinas con la inestable ayuda de EEUU. Mientras en la sociedad española se tenía un estereotipo anacrónico de la potencia que codiciaba sus territorios, algo completamente opuesto a la realidad ya que los superaban tanto en número como técnicas y en armamento, los tiempos del oeste y la fiebre del oro ya habían quedado en el recuerdo[78].
Regresando al caso cubano que parecía estancado se reavivaría en 1898, año en que los liberales se harían de nuevo con la batuta del poder y pese la concesión de la autonomía presenciarían con estupor el caso del acorazado Maine[79]. Esto nos llevaría a una de las intrigas más polémicas de la Historia reciente[80]. Situándonos, 15 de febrero de  1898, un buque norteamericano explota en el puerto de la Habana dejando una estela de 266 fallecidos. Ello propiciaría la excusa necesaria de cara al contexto internacional para que los yanquis declarasen la Guerra a España, invadiendo inmediatamente la isla.
En 1974 el Pentágono reconoció que la implosión del Maine fue un desafortunado accidente, pero en 1898, ya fuere por el interés, o por desconocimiento, el conjunto de expertos norteamericanos dictaminó que el impacto procedía de fuera del buque, pese que a España se le informó de lo contrario[81].
El Maine llegó a las costas de la Habana con el pretexto de proteger a los ciudadanos estadounidenses de la plaza de los ataques entre insurgentes y el gobierno metropolitano. La verdad es que en ninguno de estos ataques, premeditados y a objetivos muy concretos, sufrió daño alguno algún estadounidense, pero ya desde enero de 1898 se podía leer en periódicos americanos la intención de enviar el buque “como consecuencia del ataque a las redacciones de algunos periódicos”[82]. El Maine llegaría a la Habana como “prueba de amistad” entre el gobierno yanqui y el liberal español[83], una reanudación de las relaciones con motivo de la tranquilidad del conflicto[84].
Cuando la reina regente le concedió la autonomía a Cuba y a Puerto Rico los insurrectos no la aceptaron pero la mayoría de la población sí lo hizo. El presidente del gobierno autonómico José María Gálvez le decía en abril de 1898 en un telegrama al presidente de los EEUU William McKinley, que si había cubanos levantados en armas la mayoría de los habitantes de Cuba aceptaba la autonomía y estaba resulta a trabajar bajo esta forma de gobierno para restablecer la paz y la prosperidad del país[85].
A pesar que teóricamente Cuba era una provincia más no se le abrieron los mercados peninsulares, quizás los gobiernos de la restauración no querían marcar un precedente inaceptable para un gobierno centralista[86].
Un gran número de insurrectos desertaron tras la amnistía que siguió a la autonomía de 1897, lo que hace pensar que la autonomía no llegó demasiado tarde para triunfar. Pero el generalísimo Máximo Gómez decretó la condena a muerte a todo soldado del ejército libertador que se entregase a las autoridades[87].
En un principio la escuadra liderada por el general Cervera rompió el bloqueo, propiciando todo tipo de alabanzas[88].
“Esto ya es otra cosa. Ahora podremos demostrar nuevamente a los yankees que España no cede así como quiera, y les ha de costar carísima la aventura en que se han metido”[89]. El imparcial.
Pero finalmente el conflicto finalizó con una última batalla al sur de la isla que concluyó con la derrota del general Cervera.
“Cambiar, si es preciso el modo de ser de aquellos organismos que contra toda voluntad y bue deseo de su valeroso personal no puedan, en la ocasión precisa, responder a todo lo que la patria tiene derecho a exigir”[90]. El imparcial.
Años después Antonio Maura diría “cuando era tarde ya para el remedios, Cánovas y Sagasta corrían por a manigua detrás de los cabecillas cubanos ofreciéndoles a espuertas de autonomía y la dignidad de la patria”[91]
España quedaría reducida al espacio europeo, una situación desconocida desde 1492[92]. Finalmente en 1898 España se ve obligada a firmar la paz de Paris, aceptando la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, quienes pasaban a ser protectorados estadounidenses. Ello supuso el fin del Imperio colonial español, cuyas consecuencias se desarrollarían en distintos ámbitos, en el económico cabe destacar la pérdida de los propietarios españoles; en lo político, el desastre del '98 fue lo que provocó el cambio dinástico; en lo sociológico, que fue el más destacado, cayó el "mito español", convirtiéndose este escrito en una crónica de una muerte anunciada, una nación moribunda, cuyo pueblo ya no creía en la política. Esto provocó el nacimiento de la corriente regeneracionista, había voces que pedían una enseñanza libre de la doctrina católica, su mayor exponente sería Joaquin Costa, quien dijo que España no necesitaba otra cosa que "escuela y despensa".“Venga la paz, siempre que sea con honra y con colonias”[93] El socialista

4.- Publicística internacional y nacional

La prensa nacional no hizo nada por llevar a España a la guerra, pero hizo muy poco por evitarla, enardeciendo los ánimos y creando castillos en el aire de grandezas ya perdidas emulando o superando un patriotismo calderoriano. Todo ello se contextualiza en un período de crisis que hizo de conflicto cubano la válvula de escape de una sociedad demacrada y decaída que pudo focalizar sus problemas en la causa colonial[94], ya que sería la sociedad quien más consecuencias obtendría del conflicto, la escasez de alimentos, el aumento de los precios y la presión fiscal sólo serían los primeros índices en dispararse[95]
“Téngase en cuenta que los despachos que hemos recibido hasta ahora son de procedencia yankee: júzguelos el lector sobre a base de que proceden de enemigos de España, de gente fanfarrona y dada al embuste, ganosa de ocupar un puesto en el Walhalla guerrera, donde están los grandes capitanes de la victoria”[96]. El Imparcial.
Los grandes acontecimientos que marcan o fracturan una sociedad son aquellos que obran sobre la mentalidad colectiva. En el caso colonial en España deberemos destacar el surgimiento de la generación literaria del ’98[97]. Generación resultado de años de guerra, conflicto que hizo perder a casi 50.000 familiares un hijo y cuyas consecuencias afectaron a un cuarto de millón de jóvenes[98].
Por otro lado, y como resultado de la derrota, la denominación de “desastre”, tan común en la historiografía para denominar la coyuntura económica que vivió España a fines del siglo XX, ha sido ensalzada por dos dictaduras militares que le seguirían y verían en este momento el varapalo y el inicio de un sentimiento hegemónico, que cuan ave fénix, haría resurgir de sus cenizas a la nación[99].
Mientras la publicística yanqui inyectaba día tras día moral a los insurrectos, hombres que querían ser libres y a los que animaban mientras bajo cuerdas sólo eran el mismo subyugador con traje de libertario. Tanto la administración demócrata de Cleveland como a republicana de McKinley sostendrían a los independentistas moral y materialmente. La temática cubana se convirtió en una mina de oro y base de la batalla entre Hearst y Pulitzer –New York Journal y New York World respectivamente- para hacerse con más público. Sus comparativas tacharon a España como una nueva Inglaterra, asimilando el conflicto cubano y volviéndolo semejante al propio[100].
Aunque grandes figuras americanas de la historiografía siguen manteniendo la corriente conspirativa, siendo casi delirantes, ya conocemos la tendencia de justificar asaltos a naciones inocentes cuando hay muertos americanos sobre la mesa.

5.- Bibliografía

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[1] Puell de la Villa, Fernando. (2013). Guerra en Cuba y Filipinas: combates terrestres. Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado-UNED. España. P: 35
[2] Rueda, Germán (1998). El “desastre” del '98 y la actitud norteamericana. Universidad de Murcia, Anales de Historia Contemporánea, 14. P: 78.
[3] Gómez, Máximo, (1940) Diario de Campaña del Mayor General […] , La Habana, Comisión del Archivo de Máximo Gómez, p. 305
[4] F. Puell de Villa. (2013). Pp: 36 y 37.
[5] Pereira, Juan Carlos. (2003). La política exterior de España (1800-2003). Barcelona: Ariel. P: 413.
[6] Rueda, Germán (1998). P: 83.
[7] J. J Pereira. (2003). Pp: 416 y 417.
[8] Alonso Romero, María Paz (2002). Cuba en la España liberal (1837-1898). Madrid. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Pp: 23-36.
[9] Bosco Amores Carredano, Juan. (2003). La élite cubana y el reformismo borbónico. Eunsa. Ediciones Universidad de Navarra S.A. Pamplona, Reformismo y sociedad en la América borbónica. In memoriam Ronald Escobedo. Pilar Latasa coord. P: 133.
[10] Ibídem. P: 136.
[11] Ibídem. P: 134.
[12] Bosco Amores Carredano, (2007). Juan. Cuba ante la Independencia. Congreso internacional, José Martí en nuestro tiempo. José A. Armillas Vicente (Coord.) P:25
[13] Ibídem. Pp: 30 y 31.
[14] Ibídem. P: 26.
[15] J. J Pereira, (2003). P: 411.
[16] Maluquer de Motes Bernet, J. (1999). España en la crisis de 1898. Barcelona: Ediciones Península. P: 21.
[17] J. Bosco Amores Carredano. (2007) P: 26.
[18] J. J Pereira, (2003). P: 413.
[19] J. Bosco Amores Carredano. (2007) P:27.
[20] F. Puell de la Villa. (2013). Pp: 36 y37.
[21] Sánchez Baena, Juan José (1999). Resonancias de la guerra hispano-norteamericana en Murcia. Universidad de Murcia. Anales de Historia Contemporánea 14. P: 242.
[22] J. Bosco Amores Carredano.(2007.) Pp: 28 y 29.
[23] Rivera Córdoba, Jesús (1978). La sociedad española durante la última guerra colonial. Sumario, IV (38), p.46.
[24] J. Bosco Amores Carredano. (2007). Pp: 28 y 29.
[25] Ibídem. 28 y 29.
[26] G. Rueda (2014). P: 78.
[27] J. Bosco Amores Carredano. (2007) Pp: 30 y 31.
[28] Ibídem. P: 31.
[29] J. Bosco Amores Carredano. (2003) . P: 134.
[30] J. Bosco Amores Carredano. (2007). P: 32.
[31] J. Maluquer de Motes Bernet, (1999). P: 21.
[32] J. Bosco Amores Carredano. (2003). P: 133.
[33] J.J Pereira. (2003. P: 411.
[34] G. rueda(1998). P: 78
[35] J. Maluquer de Motes Bernet.  (1999). P: 11.
[36] J. J Pereira. (2003). P: 412.
[37] G. Rueda (1998. P: 77.
[38] Ibídem. P: 77.
[39] F. Puell de la Villa. (2013). P: 34.
[40] J. Bosco Amores Carredano. (2007) P-. 32.
[41] J. Maluquer de Motes Bernet. (1999). P: 21.
[42] G. Rueda (1998).. P: 78.
[43] J. Bosco Amores Carredano. (2007) P. 32
[44] G. Rueda (1998). P: 83
[45] Ibídem. P: 79.
[46] F. Puell de la Villa.(2013). Pp: 38 y 39
[47] Ibídem. Pp: 36 y 37.
[48] Ibídem. Pp: 37 y 38.
[49] G. Rueda (1998). Pp: 79 y 80.
[50] Tarragó, Rafael. (2009). La guerra de 1895 en Cuba y sus consecuencias. ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura. CLXXXV enero-febrero. P: 217
[51] Ibídem. P: 79.
[52] J. J Pereira (2003). P: 411.
[53] R. Tarragó,  (2009). P: 217.
[54] J. Rivera Córdoba (1978). p.49.
[55] Ibídem. P: 216.
[56] J. Bosco Amores Carredano. (2007).  P: 36.
[57] F. Puell de la Villa, (2013). Pp: 36 y 37.
[58] Gualberto Gómez, Juan. (1885). La cuestión de Cuba en 1884. Madrid. P:30. Citado por Rafael Tarragó en “La guerra de 1895 en Cuba y sus consecuencias”.
[59] R. Tarragó, (2009). P: 218.
[60] Ibídem. P: 219.
[61] Ibídem. P: 219.
[62] F. Puell de Villa. (2013),  P: 35
[63] J. Maluquer de Motes Bernet (1999).  P: 27.
[64] J. Rivera Córdoba. (1978). P.46
[65] R. Tarragó, (2009). P: 215.
[66] Ibídem. P: 215.
[67] Ibídem. P: 215.
[68] F. Puell de Villa.(2013), Pp: 38 y 39.
[69] Puell de la Villa, Fernando, (1996) El soldado desconocido: de la leva a la “mili” (1700-1912), Madrid, Biblioteca Nueva, p. 261
[70] Ciges, Aparicio, M, (1906) El libro de la crueldad: del cuartel y de la guerra, Madrid, s. n., p. 290.
[71] R. Tarragó. (2009) P: 215
[72] Pérez Delgado, R. (1976). 1898, el año del desastre. Madrid: Tebas. P: 174.
[73] Ibídem. P: 174.
[74] Ibídem. P: 175.
[75] Ibídem. P: 175.
[76] Ibídem. P: 175.
[77] J. Rivera Córdoba. (1978).P: .46.
[78] Ibídem. P: 46
[79] R. Pérez Delgado. (1976). P: 13.
[80] Concostrina, Nieves (2009). Menudas historias de la historia. Madrid: La Esfera de los Libros.
[81] Batista, J. (2007). España estratégica. Madrid: Sílex. Pp: 421-430.
[82] Campanys Monclús, Julián. De a explosión del Maine a la ruptura de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y España (1898). ESPAI/TEMPS, Universidad de Barcelona. P: 6. Hace mención en este caso al “Wichita Daily Eagle, el 13 de enero de 1898.
[83] Ibídem. P: 9.
[84] Ibídem. P: 22.
[85] R. Tarragó. (2009). P: 216.
[86] Ibídem. P: 216.
[87] Ibídem. P: 218.
[88] Condeminas Mascaró, F. (2000). La marina militar española. Málaga: Ediciones Aljaima. Pp: 225-237.
[89] J. Rivera Córdoba (1978). P.51.
[90] Ibídem. P: 56.
[91] R. Pérez Delgado. (1976). P: 175.
[92] J. Campanys Monclús, Pp: 1 y 2.
[93] J. Rivera Córdoba (1978). P:.49
[94] Sánchez Baena, Juan José (1999). Resonancias de la guerra hispano-norteamericana en Murcia. Universidad de Murcia. Anales de Historia Contemporánea 14. P: 242.
[95] Ibídem. P: 243.
[96] J. Rivera Córdoba. (1978).P.52
[97] Ibídem. P: 49.
[98] F. Puell de la Villa. (2013). P: 34
[99] J. Maluquer de Motes Bernet, (1999). P: 11
[100] J. Campanys Monclús, Pp: 2 y 3.


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7.- Trabajo

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