viernes, 26 de junio de 2015

37. Historia Contemporánea de España. El Republicanismo español.

REPUBLICANISMO ESPAÑOL
ALUMNOS:
BULPES FERNÁNDEZ, CARMEN
ROJAS MATEOS, ALICIA
Trabajo tutorizado por Dña:
BARRANQUERO TEXEIRA, ENCARNACIÓN
UNIVERSIDAD DE MÁLAGA


Ilustración 1, Disponible en http://pares.mcu.es/


Índice:

I. INTRODUCCIÓN, ¿QUÉ ENTENDEMOS POR REPUBLICANISMO?........................................3
II. PRIMEROS PASOS: EL REPUBLICANISMO EN LA ESPAÑA DEL OCHOCIENTOS……………………………………………….......................................…………….4
III. ANTECENDENTES AL ESCENARIO REPUBLICANO DE FACTO: EL SEXENIO REVOLUCIONARIO………………………………………..........................................................….12
IV. FIN DE LA REGENERACIÓN, GOLPE DE ESTADO DE RIMO DE RIVERA……………………………………………………………........................................………17
V. BIBLIOGRAFÍA…………………………………………......................................………………24


1. Introducción ¿qué entendemos por Republicanismo?

En esta práctica desarrollaremos el recorrido histórico del Republicanismo en territorio español; origen y discurrir, haciendo especial énfasis en la convivencia de esta corriente política con el régimen primorriverista, así como los ademanes que en este arduo recorrido asumieron sus integrantes.
En una primera contextualización deberemos señalar dos estadios temporales; el primero, el clásico, el pensamiento republicano nace con Platón, encontrando en la figura moderna de Maquiavelo una reflexión, más cercana e influyente al contexto que tratamos, aunque también más acorde a su mundo político, la amenazada República florentina renacentista. El pensador italiano observó elementos incuestionables de la conciencia republicana, que pese a las modificaciones naturales por el devenir del tiempo, éstas aún perviven en el corpus republicano. Estos elementos se engloban en principios liberalizadores y en especial, en el término virtù, que adquiere reminiscencias clásicas propias de la corriente humanística. Ya que la República es un régimen que permite la realización del vivere civile, donde el ciudadano posee la libertad de participar en el ejercicio de la política.
El Republicanismo Moderno –segundo estadio-, goza de mayor pluralidad y proyección que el legado; es una corriente diversa a razón de los perfiles sociológicos que la sustentan y alimentan, así como una cultura, política y filosófica enraizada al movimiento protestante y, un movimiento social que alcanza tintes aglutinantes en nuestro contexto. Ante el escenario común en el que se está convirtiendo el mundo globalizado, la filosofía política republicana se ha visto retomada desde el último cuarto del siglo XX5. Esta reaparición se explica por la necesidad de plantar cara a la hegemonía cultural del neoliberalismo y el neoconservadurismo. Lo republicano nace en medida que se hace evidente la injusticia, mientras que el Republicanismo lo hace a tenor de que el material simbólico, y legitimador, de los regímenes que preceden la implantación del modelo, comienzan a erosionarse.
El republicano pues, apuesta por las libertades, por la igualdad del sistema y sus gentes, para el desarrollo de una sociedad adulta, sin árbitros hereditarios, ya sean despóticos o simplemente innecesarios.
Desde el principio del siglo XVIII hallamos un renacimiento de vocablos en la línea de la corriente humanística y la mirada antropocéntrica; “República”, tanto en Francia como ya aceptado por algún erudito español, comienza a perfilarse como el buen hacer del gobernante y el gobierno, algo que en primera instancia no interfiere con la monarquía.
El ideario republicano que nosotros evocamos nace en la Revolución francesa, sobre todo tras la implantación del primer régimen republicano en Francia en 1793 y el conflicto franco-español. Esta abrupta oposición al absolutismo, que acabaría desembocando ante su negativa de debate hacia el antimonarquismo, fue el primer acto de rebeldía hacia las anquilosadas estructuras del Antiguo Régimen en suelo continental, convirtiéndose por ello París en el enclave revolucionario por antonomasia, demonizado por gobernantes, y modelo donde ilustrados y curiosos observaron el retorno de la soberanía a la nación.

2. Primeros pasos; el Republicanismo en la España del Ochocientos

Pese a los controles instaurados, primero por Floridablanca y luego por Godoy, las ideas revolucionarias penetraron por los Pirineos en forma de gentes, libros y otros objetos, informando así de los sucesos al otro lado de la cadena montañosa. Se crearon dos focos eruditos en suelo peninsular, el catalán y el madrileño, aunque en general, las ideas progresistas encontraron grandes puntos de difusión en las tertulias económicas y en los cafés finiseculares. Ya en septiembre de 1830, la francesa “Société des amis du peuble” aseveraba que España y Portugal formaban parte de los países que se habían visto transformados por el estallido de la Revolución, y no erraban; la Revolución francesa, así como la “Guerra Peninsular” –o de las independencias de Portugal y España- alteraron la conciencia de sus pobladores, quienes, por primera vez sin tutela, actuaron acordes a su sentido de supervivencia, donde el juntismo se posicionaba como sustituto del poder –siendo una república de facto-, supliendo el vacío que instituciones y monarquías habían dejado sin dudar. Las Juntas Revolucionarias fueron la primera ejemplificación de asociacionismo político español y el antecedente que muchos han querido refutar del federalismo; articulaciones menores que se volvieron constantes, públicas o clandestinas, en los cambios sociales del siglo XIX.
Gracias a los lazos que el Republicanismo tuvo, y sus descendientes muestran tener, con el juntismo y el progresismo, éste llegó a apreciar y aprovechar las pequeñas estructuras –localismos- para elaborar redes de influencia de mayor tamaño, tejiendo así una red con finalidad estatal.
El Republicanismo en España es bicéfalo; señor y respetable, plebeyo y callejero. Su proyección tardía de cara a la sociedad se explica con la manutención de la esperanza en sus miembros aún liberales de que el monarca pudiera ser el líder que tanto buscaban en un simulacro de Monarquía Parlamentaria. Asimismo, y tras la restauración del absolutismo, lo republicano se convierte en sinónimo de caos, impiedad y anarquía, lo exógeno que hay que combatir, en una analogía de la ya aludida invasión. Todo ello de mano del Manifiesto de los Persas que trae consigo de nuevo el absolutismo más recalcitrante, significando el retroceso de los postulados de 1812.
Finalmente, ante la censura y la caza de liberales exaltados o filio-republicanos, estos se declararon opositores de la tríada de poder del Antiguo Régimen: Iglesia, Monarquía y Estado Absoluto. Esta conjugación de poderes en busca del subyugamiento social de sus opositores y partidarios, supuso el rechazo de los republicanos a la hegemonía católica y las primeras bases del movimiento anticlerical de corte republicano.
Gracias a la comunicación con otros focos progresistas europeos, los tradicionales miembros del liberalismo hispánico, asentados en el ejército y en los juristas, dejaron paso al creciente protagonismo popular, por el que los profesionales liberales del medio urbano tomaron el relevo.
Entre la Restauración en manos de Fernando VII y 1820 se sucedieron gran número de intentos de atentar a su vida, condenados desde un principio al fracaso. Uno de los más curiosos fue la supuesta “Conspiración del Triángulo” de 1816, un intento de asesinar al monarca con el fin de establecer una República.
El Manifiesto de los Persas abrió paso al Trienio Liberal y a la década Ominosa (’23-’33), donde percibimos unas desaceleración del movimiento propiciada por las persecuciones político-religiosas hacia los liberales, configurándose en consecuencia, la primera mártir, o heroína, del panteón republicano español; Mariana Pineda20. Pese a la desaceleración, Rolandi menciona una conspiración republicana en Málaga en 1821, liderada por Luis Francisco Mendialdúa Barco21.
Desde fines de la década de los años treinta, el Republicanismo definió sus contornos; hecho que propicia en gran medida por el repudio de la Constitución del ’37 por los moderados, así como la vuelta a un sufragio más censitivo, el abandono del unicameralismo en favor del bicameralismo, donde el monarca poseería el poder de disolver las Cámaras y la aprobación de la ley de Ayuntamientos. Cabe destacar que la constitución de 1837 se concibe ya como una traición a los principios de 1812, la constitución que en palabras de Juan Valera, “era tan democrática que parecía republicana”.
La corriente, ante el ataque a sus bases presentes, buscó legitimarse, quiso poder mirar hacia el pasado y volver al presente con gloria. Y por ello, los patriarcas del Republicanismo poblaron la tendencia de todo tipo de obras, donde primaba la perspectiva ideológica –incluso sobre el oficio histórico-. Esto, por tanto, se sitúa como la reconstrucción del árbol genealógico republicano, quien posee innumerables ramificaciones e interpretaciones. Véase como para Enrique Rodríguez Solís el nacimiento del republicanismo español se confundía con el inicio de la nación.
Su labor, aún fuera de metodología, cargada de juicios de valor y de vaga vocación profesional, no puede ser tachada en ningún momento de anecdótica, con ella los republicanos crearon un corpus discursivo, entre legendario y científico, que alimentó el intelecto y la sensibilidad de no pocos españoles.
Asimismo, fue en esta década de los ’30 cuando aparecen un gran número de periódicos y volantes que personifican el primer republicanismo; periódicos como “la Revolución”, “el Huracán”, “el Popular” o “el Demócrata” tuvieron gran relevancia, consiguiendo su emisión aprovechando resquicios legales que no siempre garantizaban su continuidad por los altos niveles de censura. Una década más tarde no había propuestas políticas republicanas sin alguna tirada que lo secundase, dejando entrever la importancia de esta reciprocidad; el Republicanismo deja de ser una corriente de individuos para encaminarse en una de masas.
La cultura política republicana del ochocientos, ante una sociedad iletrada y desconocedora de la soberanía y fuerza que en ellos residía, generó todo un idioma simbólico a través de imágenes y mitos políticos que invocaban modelos de conducta. Asimismo, recurrieron a la Historia de España como fuente de agravios y de deslegitimización de la institución monárquica, y es que la difusión del conocimiento histórico representó un papel de primer orden como revulsivo y refuerzo ideológico.
Los republicanos vieron en la Historia un profesor de vida, un principio rector que les legitimaba y daba sentido. Sus investigaciones, y de ahí el gran número de eruditos en su causa, están en la línea que creían que el revisionismo de la Historia incitaría a la acción, al movimiento. La mitología republicana hace converger el primer positivismo con el romanticismo historicista. Se dotaron de referentes, haciéndose herederos de una dilatada trayectoria combativa por la libertad y justicia.
Pese a ello, el Republicanismo era consciente que el reformismo que propugnaban, ante el desconocimiento político de la población, era su mayor escollo, ya entonces Eugenio de Aviraneta declaraba que los españoles no estaban preparados para tal sistema pese a ser “el más barato y perfecto que se conoce desde el origen de las sociedades”.
Fue en la década de 1840 pues, cuando el liberalismo exaltado inicial pasa a dar forma al germen republicano, haciéndose tangible su consolidación con la formación en 1849 del Partido Democrático Español; esta tardanza la podemos explicar en un contexto muy concreto. La decepción fernandina dejó tras su muerte en 1833 una oportunidad. Hermano e hija lucharon por sus derechos sucesorios, llevando al Estado a una guerra fratricida. Los antiguos fernandistas cambiaron de bando, pese a que su Rey, el esperado y ahora añorado, derogara la ley Sálica para que el trono decayera en su descendencia, fuera del género que fuese. Ello dejó a la heredera y su regente sin aliados en el escenario político. En consecuencia, y como método de congraciarse con la facción liberal, el bando isabelino decretó una amnistía de liberales y desterrados, lo que supuso que la monarca consiguiera atraerlos a su órbita ganando unos aliados y un ejército, necesario para las sucesivas contiendas que estaban por acontecer.
En este contexto donde lo progresista y lo republicano está cada vez más presente en la sociedad, los medios contrarios a esta tendencia se valieron de falsas acusaciones de ser jacobinos o afrancesados para desatar el terror, puntualizando que el fin de estas asociaciones era desatar la temida Revolución en España.
El cambio de tornas en los gobiernos isabelinos, que una vez estabilizados abandonaron a liberales y progresistas, supuso la puesta en escena de nuevas acciones claves para la enarbolación de mitos políticos sobre la monarquía, ejemplificando la degeneración moral de ésta, acrecentando así el sentimiento antimonárquico nacional. El mito de mayor calado social fue el del “trono contra el pueblo”, que se situaría dentro de la argumentativa republicana.
Con el mito del “trono contra el pueblo” los republicanos buscaron alimentar los sentimientos antimonárquicos ya presentes en la sociedad por las deficientes actuaciones de la soberana, además de por su dudosa moral. Presentando así a la República como el principio del buen gobierno popular; pueblo que conseguiría tomar el protagonismo del cambio que llevaba a equipararnos al contexto europeo. El sentimiento de inferioridad al que había estado sumida la nación por su aislamiento sería otro recurso recurrente como agente movilizador.
La tendencia natural de la Corona al absolutismo, pretendiendo éste ser controlado por las instituciones, era más deleznable que su agente hereditario. Asimismo la profusa circulación de la vida extramarital de la Reina hizo pensar, acrecentado por los prejuicios del período, que la Monarca, como actor concreto, estaba más ocupada en sus aventuras que en su pueblo, quien ante esta desazón se estaba convirtiendo en el actor protagonista en los cambios que estaban aún por llegar.
“Se dice que Fernando VII fue un ingrato y que Isabel II fue una mujer insensata –escribía Pi y Margall-, será cierto; pero tened en cuenta que […] obedecían inconscientemente a la ley de la monarquía, a la ley de esa institución que no puede menos de recordar siempre el absolutismo de su origen”.
Y ello nos deja ver cómo el contexto determinó el camino del Republicanismo español; ya Kant o Rousseau decían que a priori el gobierno monárquico no era contrario a los principios republicanos, siendo el antónimo del concepto formal de República el despotismo o dominio según los intereses de algunos individuos o de una determinada clase social -oligarquía-. Pero ante este formulismo que sirvió de antecedente, en España se erigieron modelos como el caciquista, retrocesos como los sufragios cada vez más restrictivos. Ya dijo Castelar en el siglo XIX que la revolución liberal española era contra la Monarquía, la Aristocracia, la Iglesia oficial y la centralización, que les impedían la libertad y la democracia a los ciudadanos. Los historiadores republicanos volcaron en la monarquía la negación al progreso, el principio rector desde la Edad Moderna hacia la corrupción y el mal gobierno, identificándoles con la ignorancia, la teocracia y el pauperismo, todo lo contrario a lo que ellos decían ser.
Ante todo, las tendencias republicanas se caracterizaron por su defensa del Estado laico, y por ende, su anticlericalismo ante la oposición dogmática de la Iglesia. Pero no podemos olvidar que ante su lucha contra la parasitaria monarquía, el republicanismo olvidó parte de la praxis que la había definido; caracterizándose en España por su lucha contra una jefatura de estado hereditaria.
La escena política, desde los puritanos con O’Donnell a la cabeza, hasta los más progresistas con personalidades como San Miguel, se vieron influenciados por el constante debate sobre la nación. Todos ellos, en menor o mayor medida, sostuvieron jergas y modos constitucionales, relegando así a la Monarquía a un mero representante, modelo de estabilidad, moralidad y buen hacer. Pero el problema residía en que Isabel II no cumplía ninguno de los papeles que se le podían asignar. Pese a que las primeras denuncias y críticas de corrupción se centraran en la camarilla regia, en la Reina Madre, y el amanerado rey consorte, el artículo de Castelar –“el Rasgo”- marcó un precedente, igualando a la reina con su círculo. Cristino Martos ya escribió:
“Isabel tenía en el trono alguna significación, era la de representante viva de la libertad, por cuyos fueros, encarnados en ella, se había lidiado siete años contra los ejércitos de D. Carlos: no había sido ciertamente la idea de la legitimidad la que había llevado al combate a millares de ciudadanos, […]. No se había combatido por Isabel, sino en cuanto era personificación de la libertad. Por esto el pueblo, que no concebía sino a Isabel liberal, se irritaba contra Isabel absoluta”.
El nacimiento del príncipe Alfonso en 1857 apaciguó los ánimos del país, aunque por otro lado fue clarificante, ya que fue constatable que el mensaje antimonárquico había calado en la sociedad; sólo un periódico “el Parlamento” aludió en las felicitaciones a la pareja al completo –“nuestros augustos monarcas”-.
En lo que duró el gobierno de O’Donnell, la imagen de la monarca se vio reforzada gracias a su campaña que incluía viajes por las provincias y la Guerra de África, pero a su marcha en 1863 acabaría esta coyuntura, dando comienzo a un intervalo entre 1865-1866 donde la represión de Narváez y González Bravo, visible en la “noche San Daniel” y en los fusilamientos del Cuartel de San Gil, así como en desafortunados actos como el accidente de Daimiel, labraron el escenario perfecto para el derroque real.
El 26 de marzo de 1868, ante el estupor del gobierno de Narváez, salieron a la calle republicanos y progresistas clamando vivas a la República. Acto que gracias a la red de periódicos se transmitió dentro y fuera de nuestras fronteras. La salida a escena republicana sirve como excusa autoritaria a Narváez, quien prolongará su sistema represivo hasta finales de año.
La clandestinidad que trae consigo la censura de los gobiernos moderados hará que a fines de la década de los ’40, los ’50 y los ’60 se fortalecieran los vínculos de los perseguidos, y los que tenían la mala fortuna de ser encarcelados cultivaban su pensamiento, haciendo posible que estos se creyeran legítimos defensores y herederos de épocas pasadas “en que –como diría Castelar- los defensores de la libertad de pensamiento escribían los derechos del alma en el fondo de las cárceles, y los predicaban desde el centro de las hogueras”.
El Republicanismo sabe que sólo existe en la medida en que se transmite; del destierro se vuelve, del olvido no se sabe a ciencia cierta, hecho del que se dieron cuenta desde sus primeros exilios. Los republicanos de los años 1930 se nutrirían con el historicismo liberal de los republicanos del Ochocientos que ya habían enarbolado cientos de páginas al pasado.
De la unión de progresistas y demócratas ante este escenario surge el pacto de Ostende, que propugnaba el sufragio universal masculino, la declaración de unas Cortes Constituyentes y el fin de la monarquía. La Dinastía francesa fue jaleada por el gentío –“los Borbones jamás, jamás, jamás- a abandonar el país, algo bastante sencillo ya que Isabel II se encontraba veraneando en la playa de la Concha, en San Sebastián, a pocos kilómetros se encontraba su exilio de donde la Reina no regresaría; mientras, entre 1869 y 1873, los Borbones se convirtieron en personajes de los periódicos satíricos y objeto de la burla popular.

3. Antecedentes al escenario Republicano de facto; el Sexenio Revolucionario

Entre 1925 y 1928, Conrad Roure publicaba en el diario “el Diluvio” una revisión histórica del republicanismo español bajo el Sexenio y la Restauración, el balance no podía ser más demoledor: ausencia de plan político dificultaba al acceso y mantenimiento del poder, pero como dijo el mismo autor “afortunadamente los ideales republicanos se hallaban arraigados en el alma del pueblo español”. Y es que los ideales republicanos se han visto durante décadas como el referente igualitario y democrático entre determinados sectores del país.
La Revolución septembrina o Gloriosa, a semejanza de la inglesa, había comenzado; los grupos más progresistas de la nación se unieron bajo el ala del general Juan Prim y los destacados generales Serrano y Topete al grito de “¡viva España con honra!”.
Las Juntas Revolucionaras resurgen, enmarcadas en los derechos y libertades del individuo, nombraron a un gobierno provisional hasta que fuese convocada unas nuevas Cortes Constituyentes.
En España, el primer partido que adopta la etiqueta republicana es el Republicano Democrático Federal, que aparece en tiempos de la Revolución septembrina.
La revolución se implantaría a finales del ochocientos como agente modificador. Partiendo de Hobsbawm deberemos entenderla como un cambio abrupto en el recorrido político de una nación. Adolfo Joaritzi sostuvo que la revolución era la impugnación del poder político que tenía lugar cuando éste no respondía a las necesidades de la sociedad, cuando el pueblo no se identificaba con sus gobernantes y, cuando no se daban los cauces constitucionales de sustitución de los administradores del poder -rasgos que caracterizan a los movimientos populistas-. El rupturismo que trae consigo lo revolucionario supone la necesidad del restablecimiento con gran rapidez del marco democrático, trae consigo la necesidad de brevedad.
Castelar, tras un período donde se podía asociar a esta corriente, intentó apartar al Partido Republicano del exclusivismo y del revolucionarismo, transformar lo que percibió como una utopía en algo tangible, asentando la libertad y la democracia.
Los republicanos formaron parte de la alianza que destronó a la monarquía en la Revolución septembrina, sin embargo, ésta se disolvería, siendo los republicanos reprimidos tras el levantamiento en 1869 hacia el nuevo régimen monárquico, que se asentaba a la cabeza de Amadeo de Saboya. El vacío de poder que crearía este monarca a su marcha del país fue suplido por las Cortes desprovistas de un mandato constituyente, lo que propició la lucha contra la ilegitimidad de la Primera República en sus principios.
La Primera República recibió una herencia que marcaría su progreso, estos fueron los conflictos carlistas y coloniales, así como el estallido de la insurrección cantonal. Pero ante todo, la Primera República es un movimiento de su tiempo, que surge tras la experiencia vecina de la Comuna de París, influida por el movimiento obrero y el derecho al trabajo.
Mientras los rasgos de su implantación siguieron estando patentes en su transcurso, uno de los mayores problemas del Republicanismo de los siglos XIX y XX fue la disgregación en pequeños partidos. El Republicanismo de entonces fue una filosofía política incapaz de aunar a los españoles; incluso incapaz de elaborar un verdadero plan de gobierno. El fracaso de la Primera República en 1874 supone un punto y aparte en la cultura del Republicanismo español; los principios elementales que a priori en las familias republicanas se habían saldado como insuperables habían estallado, siendo catapultados por los golpes de Pavía y Martínez Campos.
Para diciembre de 1874, la República había perdido parte de su apoyo de las masas populares por no cumplir y no concretar lo anunciado. Con la Restauración borbónica mediante el golpe militar y la represión que ella trajo, el Republicanismo se sumiría en la clandestinidad, al igual que cualquier ápice sobre el movimiento obrero internacionalista. En el asunto colonial, Pi y Margall se alza como la voz de los sin voz, no obstante su opinión fue aislada.
La Restauración monárquica devolvió al país a un sistema católico, en favor de una estabilidad política. Consecuencia de ello sería el sacrificio de las libertades políticas con el fin de erradicar las revoluciones democráticas que estas pudieran desencadenar el "caos" del período anterior.
Durante la Restauración, el Republicanismo español fue expulsado y desterrado del poder con todo tipo de medios de represión. A raíz de la marginación que se vieron constreñidos los republicanos desde 1874, y partiendo de su Historia, fueron y serán percibidos como un movimiento de oposición, no un sistema aceptado por la mayor parte de los sectores sociales.
La Restauración borbónica está marcada por un sistema clientelar y caciquil desarrollado bajo el marco constitucional de 1876, incumpliendo los preceptos básicos de libertad, negando la ley del progreso y la soberanía del pueblo, alterando la voz de éste mediante fraude electoral –pucherazo-. Por tanto, el Republicanismo institucionalista en este contexto se erige como una reafirmación de los derechos censurados bajo yugo monárquico.
El sistema se basada en el acuerdo tácito entre ambas ideologías y mandatarios, recordándonos de ese modo a los gobiernos de Isabel II; las legislaturas, ganadas siempre por mayoría absoluta fueron arbitradas por el monarca, quien tenía el poder de intervenir si la situación se tornaba insostenible. Todo ello tenía como objetivo poner fin a las revoluciones democráticas que se daban en Europa y habían comenzado a darse en el país.
El 30 de junio de 1876 se aprobó la primera constitución bipartidista española; bicameral, con el Senado designado por el Rey y el Congreso elegido por Sufragio directo; de esta constitución podemos destacar su influencia del liberalismo doctrinario, ideal fundado durante el gobierno de Juan Álvarez Mendizábal El apoyo a las instituciones tradicionales como la Monarquía y la Iglesia era incuestionable. El sufragio se restringió, aunque andando en el tiempo evolucionaría alcanzando las cotas republicanas en 1890, donde se volvió universal masculino; se garantizaron los derechos del ciudadano y de prensa, aunque en comparación con el Sexenio se encontraban gravemente restringidos. España se declara un estado católico, aunque señala la libertad y el respeto hacia el resto de religiones.
La Constitución de este régimen fue posible gracias a las élites sociales y al fenómeno caciquista, que se centró en Andalucía, Castilla y Galicia.
Los republicanos no supieron oponerse a la Restauración como un frente unido, viéndose plagados de discrepancias doctrinales, estratégicas e, incluso, personales. Asimismo, los levantamientos se vieron aplacados y perseguidos mientras que la integración de algunos de sus miembros al sistema canovista, como Castelar, sólo empeoró la visión pública de la República entre la ciudadanía.
La relevancia de lo republicano durante la Restauración borbónica reside en la formación cultural y social de lo político que llevó a cabo mediante sus medios de prensa, un contrapeso al poder religioso que supuso una evolución en las mentalidades de los españoles.
Pese a que el Desastre de ’98 fue una oportunidad para derribar el edificio de la Restauración, la disgregación republicana imposibilitaba esta encomienda en el ámbito nacional, aunque no en el regional; blasquistas y lerrouxistas consiguieron desbancar al caciquismo en sus áreas de influencia.
Las relativas libertades instauradas en el gobierno de Sagasta de 1885-1890 permitieron la difusión del discurso republicano, que identificaba al clero como uno de los principales responsables de la crisis nacional y pérdida del legado colonial. Hecho que se agravaría por la amplia presencia social de lo eclesiástico, que hacía que los agravios pasaran cuasi mitológicamente de generación en generación asentando el anticlericalismo social.
Para superar los problemas que les aquejaban hasta el momento, en 1903 nace Unión Republicana donde ingresaron los mayores contingentes republicanos. Pero tan sólo dos años después comienzan las fisuras, llegando su fin en 1908. Un segundo intento llegó de la mano de la conjunción socialista-republicana de 1909 a la que le depararía el mismo trágico destino. De él, si se puede sacar algo favorable, nacieron los partidos de Lerroux –Partido Radical- y de Álvarez –Partido Reformista-.
Con los mayores problemas del Sexenio pacificados –cubanos y carlistas- España conoció la paz y el desarrollo que propició la estabilidad, de la mano de los gobiernos turnistas y bipartidistas de Cánovas y Sagasta, quienes pese a tener las herramientas para realizar un verdadero cambio político no lo hicieron.
En la Restauración Borbónica, desarrollada entre 1876 y 1898 se sucedieron un total de diez legislaturas, seis moderadas y cuatro progresistas. Tras la muerte del monarca ambas ideologías se unen y firman los Pactos del Pardo, como método de apoyo a la regente en cinta. El final político de la Restauración fue evidenciado por la sustitución de Sagasta por el Conde de Romanones y la muerte de Cánovas, cerrando así un ciclo de la historia nacional. El concepto de Democracia queda invalidado en este período. En este contexto de crisis patológica de la nación surge el período conocido como Regeneracionismo, enmarcado entre 1898 y 1923.
Ni con la crisis de 1917 los republicanos presentaban una alternativa factible al sistema de la Restauración, algo que se puso de relevancia con el triunfo del pronunciamiento primorriverista en 1923.

4. Fin de la regeneración, Golpe de Estado de Primo de Rivera

La dictadura de Primo de Rivera fue un período de reagrupación y acumulación de fuerzas para los republicanos, de articulación en la clandestinidad.
Con el acceso al poder del General en 1923, las organizaciones republicanas hasta entonces existentes desaparecieron casi de su totalidad de la vida pública; los ya conocidos líderes republicanos mostraron cierto abstencionismo con el régimen en sus principios, creyendo que colapsaría rápidamente. Sólo cuando se percataron de que ello no iba a resultar tan rápido evolucionaron hacia posturas más hostiles.
La Dictadura supuso la ruptura política, aunque ello no impidió que de nuevo sentimientos republicanos afloraran ante su mal gobierno70. El nuevo Republicanismo estaba ligado a los cambios sociales y económicos que la Dictadura había provocado; el partido Acción Republicana, creado en 1925, sería la ejemplificación de ello.
La Gran Guerra fue el punto de inflexión en el recorrido de las corrientes políticas de principios de siglo; en ella se creyó ver la decadencia de las democracias, que no pudieron evitarla y, el surgimiento de alternativas tras la Revolución bolchevique, que alteraron los ánimos más reaccionarios empujándolos a las histeria y el desarrollo de tramas que propugnaban el anquilosamiento social.
El obrerismo propugnado por unos, quiso ser amaestrado por los otros, integrándolo en el proyecto nacional y bajo la figura y concepto de la patria, que negaba cualquier tipo de individualismo y derecho adquirido en tiempos de las revoluciones liberales y democráticas, pero aseguraba, ante el descrédito y la compunción popular, estabilidad.
El Republicanismo español vio en la Gran Guerra y en la Crisis del ’17 una lucha de antagonismos, democracia y autocracia, decantándose sin duda alguna hacia el bando aliado y posicionamientos proletariados72. Fue la huelga general de 1917 donde comenzó la coyuntura que se posicionaría en 1923; el ejército tras su represión cobró un protagonismo que se vio herido tras el desastre de Annual.
La paz de París muestra el principio de la carrera antimonárquica; se dieron diversas rectas regeneracionistas para evitarlo, pero ante la caída de los líderes turnistas, la fragmentación de ambos partidos en familias aceleró el descrédito por lo político y su carácter resolutivo. Sus nuevos líderes, Sánchez Guerra y García Prieto se consolidaron en la primera década de la centuria, pero los desastres coloniales, y de Annual en 1921 anularon sus obras. De igual modo, sus actos tendrían repercusiones tangibles en el afianciamiento de otros grupos de oposición, véase la eclosión de los partidos nacionalistas.
La descomposición del sistema vigente se plasmó en la prensa de ambos postulados, quienes coincidían en la necesidad de cambio, aunque no en la de renovación; el caciquismo que había sustentado el sistema electoral de la Restauración no proliferó y extendió sus lazos por los sectores industriales que emergían en territorio nacional, reduciéndose su influencia a ciertos territorios rurales donde su hegemonía no se cuestionaba.
Ante este escenario de descomposición política, descrédito militar, increencia popular en la política, hallamos figuras que permanecen estables en el embravecido contexto, una de ellas fue Miguel Primo de Rivera, segundo marqués de Estrella, cuya trayectoria militar en Cuba, Filipinas y Marruecos le valió para hacerse con la Capitanía General de Barcelona, desde donde influido por los sectores del Conservadurismo clásico, con especial énfasis en el Maurismo, establecería un régimen autoritario de corte autoritario entre el 13 de septiembre de 1923 y el 30 de enero de 1930, pese a que en un principio se observaba como una intervención excepcional y reducida. Su posición de mando supuso que su movimiento estuviera respaldado por las llamadas fuerzas vivas, véase la derecha catalanista y gran parte de la patronal.
El objetivo del Pronunciamiento y posterior Golpe de Estado contra el gobierno de Concentración Liberal no era otro que garantizar el orden social establecido en el sistema canovista, donde la clase dirigente u oligárquica pretendía continuar con el esquema inicial configurado tras la dilapidación de la Primera República. Esta clase dirigente poseyó una gran diversidad sociológica, aunque convergería en un consenso: la manutención del sistema monárquico-parlamentario en la medida que sus políticas socio-económicas beneficiaran al interés de la oligarquía.
No se sabe si el rey colaboró con el levantamiento, pese a las sospechas apuntan a que sí; finalmente lo acepto, volviéndose tangible tras el apoyo real el 15 de septiembre donde, por Decreto Real, Primo de Rivera asume la presidencia del Directorio militar encargado de gobernar el Estado. El colaboracionismo del monarca, como Jefe de las Fuerzas Armadas, fue determinante para que las Capitanías generales dudosas de seguir a los golpistas, se decantaran. Y es que las inclinaciones del monarca hacia al absolutismo de tiempos pasados proyectó la sombra de su caída76. A diferencia de su antecesor, Alfonso, activo políticamente e incapaz de aceptar el debate político, empleaba su poder para disolver las Cortes a su antojo, propiciando que tras el alzamiento estas no se reabrieran hasta el fin de su reinado. El desconocimiento de Alfonso XIII por los problemas que aquejaban a su país era absoluto, creyéndose bien amado por su pueblo, sus actuaciones empujaron más que cualquier acto republicano hacia la remodelación del país.
El Directorio militar estuvo integrado por militares, quienes fueron predominantes hasta abril de 1924, cuando el dictador, tras su visita a la Italia fascista, fundó la Unión Patriótica, el partido oficial del régimen compuesto por personajes influidos por el Maurismo y el Catolicismo Político, además de poner en marcha un proyecto constitucional con el fin de institucionalizar la corriente del régimen para su consagración tras su término; finalmente no se llevó a cabo.
De gran significación fue una de las primeras decisiones del Directorio militar respecto al archivo que preparaba el general Picasso sobre las responsabilidades militares de Annual a instancias del Tribunal Supremo. Este informe pudo contener una acusación explícita al monarca que avivaría los ánimos de los aún denostados monárquicos a salvar a su rey.
Ya en 1923 las propuestas republicanas no estaban en alce; el alejamiento de sus principios localistas y municipalistas en su proceso de regeneración propició una extensa obra de postulados teóricos e intelectuales, pero un alejamiento considerable del pueblo. El Republicanismo, pese a su renovación en contraposición a los sectores conservadores, siguió siendo en los primeros años del régimen primorriverista una alegoría pasada, fruto del mundo liberal que ya no se reconocía.
El sistema primorriverista tuvo como objetivo aplazar la democratización a la que se encaminaba el país, así como las contingencias y desmanes que este hubiera hallado en su implantación, a causa de los pronunciamientos militares; a favor de un gobierno estacional, finito, donde las contradicciones evidentes les granjearon la enemistad de unos y otros.
Ya se vería como en los años treinta la extrema derecha acusaba al régimen de Primo de Rivera de haber realizado un ensayo incompleto al no haberse encaminado hacia formas autoritarias –con las miras puestas en el Fascismo-. Hecho que precipitó la crisis del sistema oligárquico, dejando la puerta abierta a la democracia republicana80. Sus primeras acciones se realizaron tras la declaración de Estado de Guerra, por el cual se suspendían todas las garantías constitucionales implantándose la ley marcial.
El Régimen se impuso ante la indiferencia de la que debió ser su oposición desde su nacimiento, a excepción de la CNT y el PCE, que, como resultado de su beligerancia, fueron ilegalizadas y perseguidos sus dirigentes estando enmarcados en la problemática del orden público. Ante defensores la conflictividad laboral se redujo, ya que nadie denunciaba los abusos, produciéndose un aumento de la producción paralelo a la prosperidad europea que antecedía el Crack de 1929. Los ya conocidos líderes republicanos mostraron cierto abstencionismo hacia el Régimen que juzgaron erróneamente, creyendo que colapsaría rápidamente. Solo cuando se dieron cuenta de los planes de institucionalización con el fin de la perduración de sus modos comenzaron a situarse en posiciones abiertamente hostiles81. Y ello fue un reflejo más de la situación popular; no fue hasta que la represión comenzó a afectar a la cotidianidad cuando la cultura popular comenzó a exigir cambios, líderes y transformaciones.
En mayo de 1924, en su “Apelación a la República”, Manuel Azaña apelaba a una democracia regenerada, no la de épocas pasadas, concebida casi con un halo mesiástico, sino como un sistema de organización política ante el caos naciente.
Pese a ello, Alfonso XIII, subestimó durante todo su reinado el germen republicano, no enterado, creemos suponer, del calado que tenía sus postulados esgrimidos por los intelectuales ante la muerte anunciada del sistema primorriverista. Ello supuso que las elecciones municipales del 12 de abril constituyeran un rechazo hacia la persona del monarca.
La victoria franco-hispana del Rif de 1925 supuso la consolidación de la Dictadura, hecho que daría paso al Directorio Civil en diciembre del mismo año, a modo de simulacro constitucional pese a estar sus garantías aún suspendidas. Las dictaduras tienden a consolidarse cuando aportan soluciones a las problemáticas que aquejaban la sociedad en crisis donde surgen, en el caso de la dictadura primorriverista fue en el Directorio Civil cuando se llevó a cabo esta empresa de consolidación e  intento de institucionalización.
En esta fase las anteriores convergencias entre los distintos grupos oligárquicos y militares estallan, ya que estos buscaban un mayor protagonismo que el camino a la democratización les quitaba. Asimismo, pese a las actuaciones ante el movimiento obrero, el Dictador intentó atraerse a los postulados socialistas, partido y sindicato, para que le sirvieran como intermediarios, algo que desde el seno de las posturas más reaccionarias fue una barbarie.
Pese a la buena coyuntura que gozó el Régimen, y que se materializó en sus obras e infraestructuras públicas, así como en el repunte de la deuda pública y en actuaciones con el fin de mostrar la operatividad del Régimen, véase las exposiciones de Barcelona y Sevilla, “los felices años veinte” llegaron a su fin con el desplome de la bolsa neoyorquina lo que precipitó un problema que el Dictador creía finalizado con la ilegalización de las agrupaciones más beligerantes, el regreso de la conflictividad social.
Los postulados opositores, dentro y fuera del sistema dictatorial, lo abocarían al desastre. El 30 de enero de 1930 el monarca acepta la dimisión del dictador, encargando a Berenguer un proceso político de reinstauración democrática.
El gobierno de Berenguer supuso un nuevo retroceso que el pueblo español no estuvo dispuesto a aceptar; la dictadura sin su líder era un sistema carente de sentido, la “Dictablanda” no encontraría los apoyos que su antecesor había logrado. Los pronunciamientos republicanos de Alcalá Zamora, Maura y Sánchez Guerra sólo vinieron a adelantar lo que ya se sabía, el régimen estaba corrompido. Como punto y final, Shlomo Ben Ami escribió que “mucha gente manifestaba una creencia casi milagrosa en la República o en “algo nuevo”"; la justicia y el progreso eran incompatibles con un dictador y un rey perjuro y la sociedad comenzó a darse cuenta.


Ilustración 2, Abdicación Real. Disponible en http://www.abc.es/espana/rey-juan-carlos-i-abdica/20140603/abci-juan-carlos-alfonso-xiii-201406021742.html

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