miércoles, 24 de junio de 2015

33. Historia de las Religiones. Islam. Ángel del Hogar en el Islam: valoración femenina y lugar social

Partiendo de las premisas, conocimientos y textos expuestos, donde observamos las premisas básicas de la Historia islámica, me dispongo a desarrollar mi trabajo centrándome en el papel de la mujer en el contexto coránico y en el imaginario de las sociedades islámicas que ha pervivido hasta nuestra actualidad; su diferenciación con el restante binomio de las Religiones de Libro será un punto partida y recurrente puntualización en la exposición.
Es curioso que incluso en la actualidad podemos observar en el imaginario cultural de distintas sociedades diversas expresiones, gestos y recursos que nos remiten a la imagen que nuestros antepasados tenían hacia grupos concretos, en este caso, el género femenino. Todas ellas tuvieron como finalidad ensalzar o degradar a los sujetos de sus textos, perviviendo en menor o en mayor medida sus neuras y estereotipos sobre estos en nosotros.
No establecer las corrientes que secundaron o validaron, en esta situación generalizada en el contexto arábigo, a esta filosofía o estructura, desde mi perspectiva, sería un error. El patriarcado ha sido el sistema imperante durante la Historia hasta el siglo XIX basándonos en las opiniones de expertos del nivel de Rosa María Cid. Los preceptos de dicha corriente establecieron la superioridad del hombre sobre su compañera –zauj-, apoyándose en pautas biológicas y estructuras dogmáticas de gran tradición, y de igual modo incorrectas. Las sociedades patriarcales no son más que una creación humana, no un orden establecido por la biología, fijadas con el adhesivo de los roles de género, en un intento de transmisión cultural que cada día delata más su artificialidad. Todas las religiones abrahámicas son en menor o mayor medida patriarcales, causa que se puede subscribir a que surgen en sociedades que ya lo eran desde tiempos primitivos.
A diferencia de las creencias pre-islámicas, idólatras, basadas en un animismo feroz y en las demás Religiones de Libro, el Islam, quien cierra el círculo con Muhammad –Mahoma-, el último nabi –profeta-, asume la igualdad espiritual y religiosa de todos sus creyentes. Igualdad que se remonta, al menos, al siglo VII; ello es visible en distintas aleyas trasmitidas por Allah al profeta.
“Dios ha prometido a los creyentes, hombres y mujeres, los jardines regados por corrientes de agua; permanecerán e ellos eternamente; él les ha prometido habitaciones encantadoras en los jardines del Eden. La satisfacción de Dios es alguna cosa más grande aún; es una dicha inmensa”.
“Es verdad que a los musulmanes y a las musulmanas, a los creyentes y a las creyentes, a los obedientes y a las obedientes, a los veraces y a las veraces, a los pacientes y a las pacientes, a los humildes y a las humildes, a los que dan con sinceridad y a las que dan con sinceridad, a los que ayunan y a las que ayunan, a los que guardan sus partes íntimas y a las que las guardan, y a los que recuerdan mucho a Allah y a las que recuerdan; Allah les ha preparado un perdón y una enorme recompensa. No corresponde a ningún creyente ni a ninguna creyente elegir cuando Allah y Su mensajero han decidido algún asunto. Quien desobedezca a Allah y a Su mensajero, se habrá extraviado en un extravío indudable”.
Pese a las diferencias con la tradición judeocristiana, que son muy amplias, el Islam es más similar a la tradición judaica, ya que sus vidas espirituales quedan regidas por la Torah y el Corán, además de la creencia de la unicidad divina. Pero las coincidencias no van más allá ya que en su intento de unificar el mensaje, acabaron por distinguirse de ambas corrientes que les precedieron.
Comenzamos el recorrido con los primeros humanos, Adán y Eva. La tradición judeocristiana, visible en el Génesis, señala a Eva como la causante de la degradación humana a través de la herencia que han recibido sus hijas por su osadía, sin embargo, en el Islam no es así. Eva –Hawwa- y Adán en la tradición coránica comparten la culpa de la falta, no se señala a Eva y se la castiga con el dolor y la sumisión al hombre, mientras que Adán se le castiga con la fatiga del trabajo; ambos fueron perdonados. Ese hecho es visible en la relevancia que adquirieren distintas mujeres, de cierta vida ascética, de gran relevancia en la historia coránica, véase Jadiya, Fátima y Aysha, quienes fueron portadoras de las ideas del profeta, pero rindieron sumisión únicamente a Allah; hecho que también contrasta con la visión judaica, donde la mujer está exenta del estudio de las escrituras, no participando activamente en el devenir histórico de la religión que profesan.
« Oh Adán! ¡Habita con tu esposa en el Jardín y comed de lo que queráis, pero no os acerquéis a este árbol! Si no, seréis de los impíos’. Pero Shaytán les insinuó el mal, mostrándoles su escondida desnudez, y dijo: Vuestro Señor no os ha prohibido acercaros a ese árbol sino por temor de que os convirtierais en ángeles u os hicierais inmortales. Y les juró: ¡De verdad que os aconsejo bien! Les hizo, pues, caer dolorosamente. Y cuando hubieron gustado ambos del árbol, se les reveló su desnudez y comenzaron a cubrirse con hojas del Jardín. Su Señor les llamó: ¿No os había prohibido ese árbol y dicho que Shaytán era para vosotros un enemigo declarado? Dijeron: ¡Señor! Hemos sido injustos con nosotros mismos. Si no nos perdonas y Te apiadas de nosotros, seremos, ciertamente, de los que pierden».
Para el Corán, hombres y mujeres son iguales, son seres de la creación cuyo fin les lleva al paraíso, al Edén, pero en su vida terrenal observamos diversas distinciones donde el hombre, normalmente un pariente, asume el papel de tutelaje –wali- de la mujer hasta el matrimonio, donde ella adquiere poder; es una fortaleza relativa, ya que está ligada a la unión, y el Corán contempla el divorcio –talaq-, pero las mujeres casadas adquieren importancia dentro de la Comunidad, se convierten en miembros y divulgadoras del mensaje.
Pese a la gran significación de la unión, el matrimonio islámico se asimila como un contrato civil, cuasi de compraventa, donde la mujer recibe una dote –mahr- y el derecho, deber y honor de pertenecer a una familia y ser atendida a cambio de las obligaciones que conlleva la unión: dar descendencia, prole que tras su nacimiento se convierten automáticamente en propiedad paterna. La unión se cierra mediante el acuerdo de su tutor y futuro esposo, no teniendo la contrayente ni voz ni voto en la decisión en primera instancia.
Por tanto, el matrimonio islámico está en manos del hombre y de su juicio; pueden educar, sustentar y convivir en armonía, pero también castigar, exigir y ejercer la violencia. Peculiar es la existencia de otro tipo de contrato, como lo es el matrimonio por placer o al-mut’a. De origen pre-islámico y de orden temporal, tiene como fin la satisfacción sexual del hombre y que la mujer conozca así las virtudes del matrimonio; no hay límites de esposas temporales para un hombre, aunque las connotaciones que debían soportar las mujeres ante estas prácticas eran demoledoras. Las prácticas poligámicas no están muy extendidas en los países islámicos en la actualidad, así como el Corán desde sus orígenes no recomienda su práctica ante la incapacidad de ser equitativo con las distintas parejas, estableciendo por ello un máximo de cuatro esposas.
Pese a que la dote es una obligación del marido inalienable con su compañera, indispensable con el matrimonio islámico, en muchas sociedades islámicas este precepto se diluyó rápidamente, ignorándose incluso. La dote, en este contexto, salvaguarda las necesidades de la mujer.
Ante este contexto nos encontramos ante una gran controversia, ya que el Islam es una religión de gran pluralidad, cuyas interpretaciones hay que estudiarlas partiendo del contexto y ubicación donde se dan estas particularidades; en sus primeros estadios, la regionalización, y con ello, la modificación o particularización de la religión no debió ser muy amplia, pero a día de hoy, su contexto y ubicación supone una variable de gran importancia.
Normalmente, y desde una visión occidentalizada, se ha visto un justificante hacia la indefensión de la mujer en el Corán, pero desde los años ’20 del siglo XX observamos una corriente, feminismo islámico- feminismo postcolonial, o tantas otras denominaciones- que a través de estas mismas sunnas creen posible la defensa de la mujer en un contexto totalmente diferente al europeo. Parten de la base de que no comprender el feminismo como un corpus inmodificable y homogéneo, por lo que su oposición no es unilateral al Islam patriarcal, sino que también apunta al feminismo laicista. Una controversia de gran interés que seguramente se ampliará en los próximos años en busca, no quizás de una convergencia, pero sí de una comprensión de las particularidades de esta corriente.
La problemática anteriormente aludida nos traslada a otro debate sumamente polémico, y a nuestro pesar ante el poco conocimiento que en él habita, politizado; es el caso del velo.
Fuera de polémicas donde la obligación familiar impone la costumbre, muchas musulmanas ven en el velo una reafirmación de su identidad, condición y oposición al patriarcado.
El Corán no expresa formalmente la necesidad de usar velo, sino que esto es resultado de interpretaciones posteriores. Lo que sí está presente en el texto coránico es una llamada al recato y a la abstención de cometer obscenidades, sobre todo en las mujeres en edad fértil.
Estas interpretaciones posteriores son fruto de la Sharia, ordenamiento jurídico concebido de la interpretación y opinión de ciertos elegidos sobre los textos sagrados del Islam, véase el Corán o la Sunna.
En un origen el velo surge de la necesidad de distinción entre las mujeres libres y las esclavas, un modo de protección que Ornat, cuñado del Profeta, no dudó en aludir.
Esta protección confiere cierto carácter sacro a las formas que esconde. Ante todo, el velo tiene la función de extraer del ámbito público algunas partes del cuerpo femenino. Ello puede ser visto como un topos en las tres religiones abrahámicas, que observan en el cuerpo femenino una fuente de pecado, pero la significación en el Islam va más allá.
El honor en las sociedades patriarcales es plural y colectivo, ya que no sólo atañe al individuo que lo intransige, sino que implica a toda su familia, y en menor medida a su comunidad. Las mujeres, como portadoras del entramado cultural que de cierto modo las ha cohibido, más que nadie han sufrido la relevancia del honor, véase en los asesinatos por éste. Como apunta acertadamente Celia Amorós “a las mujeres se nos asigna el deber de la identidad, el ser las depositarias de los bagajes simbólicos de las tradiciones”.
Los crímenes por honor suelen estar ligados a la sexualidad de la mujer, pero se conciben en las tribus semíticas que pululaban por Península Arabica mucho antes de la expansión del Islam; dicha religión no es más que un heredero, al igual que el Cristianismo y el Judaismo, de estos rasgos. La tríada de religiones abráhamicas aún hoy mantienen la costumbre que sus mujeres más devotas, o pías, tapen sus cabezas en un gesto de sumisión, no al hombre, sino a la divinidad. Acto que andando en el tiempo, y en ciertos contextos o interpretaciones, ha acogido otros significados en relación a la hipersexualización del cuerpo femenino.
Como conclusión creo poder aportar una reflexión; las religiones son cuerpos que se modelan en contextos determinados, impregnándose de esencias particulares, que pueden incluso reinventarlas. En sus orígenes, el Islam fue una innovación, consiguió parar prácticas tan comunes como el infanticidio de niñas, pero a día de hoy, ya sea por los fanáticos que hablan en su nombre o por la necesidad de reinventarse, quizás incluso, por una visión sesgadamente Occidental donde el laicismo, o al menos la aconfesionalidad, son el común, el Islam es ejemplo de lo anacrónico, doctrinario y dogmático, calificativos impulsados por corrientes, muchas de ellas, desconocedoras de su trayectoria, pero ante ello, y conocidas las perspectivas de su estudio presente y futuro, creo que será un camino que ha de ser recorrido a la par, por quienes profesan la religión y por quienes desde fuera tratamos de analizarla.

Bibliografía empleada.

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Bramon Planas, Dolors, “La Condición de la mujer en el islam: del texto del Corán a su interpretación”.
Cid López, Rosa María (2013), “Mujeres en la Historia, Publicaciones Ámbitu.
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Hadddad, Lahcen (2006), Islam, mujer y apuestas del imaginario identitario, Revista CIDOB d’Afers Internacionals.
Magaña Sánchez, Margarita E. y Si Diop, Mamoudou (1999), “El significado del velo en el Islam”, TRAMAS.
Pérez de la Fuente, Oscar (2010), “La polémica del velo islámico: algunas estrategias feministas en el laberinto de las identidades”, Instituto de Derechos Humanos Bartolomé de las Casas.
Rodríguez Hernández, Juan A. (2006), “El velo islámico”, Clepsydra.
Terrón Caro, Teresa (2012), “La mujer en el Islam. Análisis desde una perspectiva socioeducativa”, El Futuro del Pasado, nº 3.

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