Partiendo de la conferencia del ya jubilado catedrático de Universidad de Málaga Siro Villas Tinoco, además de otras fuentes que citaré en un intento de amenizar la entrada y volverla accesible -restándole gran parte de la erudición de la exposición-, desarrollaré un tema complejo, equidistante entre dos mundos, el moderno y el contemporáneo, e inmerso en el conjunto de las revoluciones sociales que asolaron el siglo XVIII y XIX.
Conferencia
de
Siro
Villas
Tinoco;
Revolución
Industrial
Introducción:
definición
y
antecedentes
La
Revolución
Industrial
inglesa
o la
Primera
Revolución
industrial
queda
cercada
en
un
territorio
tan
escueto
como
el
compuesto
por
Reino
Unido
de la
Gran
Bretaña
e Irlanda,
hecho
que
propicia
una
explicación:
aunque
las
necesidades
y
problemas
artesanales
afectaran
a todo
el continente,
los
cambios
sólo
sucedieron
en
una
sociedad
específica
porque
ésta
presentaba
unos
rasgos diferenciales,
así
como
la
unión
de
inspiración
y
talento
en
un
marco
de
aumento
económico,
necesidad
y propenso al
avance,
como
lo
era las últimas décadas de la
Edad
Moderna.
El
término
revolución
no
se
puede
aplicar
al
sistema
productivo
al
completo,
sino
a tres
aspectos
bien
definidos
y
secuenciados,
como
lo
son:
la
producción
textil
del
algodón;
la
siderurgia
del
carbón
mineral
y
finalmente
el
desarrollo
de la
energía
a vapor.
Las
transformaciones
agrarias,
en la
senda
del
protocapitalismo,
como
el
uso
del
terrazgo
y las
trasformaciones
en
la
producción
cerealística,
al
tiempo
que
enriquecían
a
los
propietarios
agrarios
-en su mayoría
nobles-,
ello
traía
el
desarraigo
de las
masas
campesinas
que eran
forzadas
a emigrar
a
los
núcleos
urbanos
en
busca
de un
nuevo
sustento.
Ello
ponía
a
disposición
de los
empresarios
urbanos
masas
urbanas
susceptibles
a
ocupar
puestos
que no
requerían
formación
avanzada.
La
nobleza
británica
no
era
menos
despótica
u
orgullosa
que
sus
homólogos
europeos,
pero
sí tenía
rasgos
característicos
que
propiciaban
la
situación
que
acontecería:
en el
Reino
Unido
de la
Gran
Bretaña
sólo
el
primogénito
varón
heredaba
el
título
y
el
patrimonio,
mientras
que
el
resto
de la
descendencia
no
poseía
nada
para
sí.
Asimismo
la
aristocracia
debía
pagar
impuestos
y
no
podían
caer
en
la
“derogueance”
es
decir,
no
podían
ser
expulsados
del
estamento,
con
todo
lo
que
conllevaba,
mientras
que
no
desarrollaran
labores
mercantiles
o corsarias
en
primera
persona,
siempre
podían
mandar
a
otros.
Pero
incluso
estas
restricciones
eran
menos
pronunciadas
que
en
el
continente,
como
observa
en que
parte
de la
innovadora
inventiva
viniera
propiciada
desde la
clase
alta
-ejemplo,
Lord
Turnip-.
Deberemos
considerar
de
igual
modo
que
la
acumulación
de
capital
en las
castas
nobles
no
se
debía
exclusivamente
por
las
rentas
nobiliares
o
territoriales,
o
el
servicio
a la
Corona
-exigido
a
la
nobleza
continental-
ya
que
la
riqueza,
cualesquiera
que
fuese
su
procedencia,
era
bien
acogida,
como
lo
muestra
el
tradicional
recurso
de la
piratería.
Como
ejemplo
diferenciador
cabe
destacar
que
mientras
en
el
continente,
si un científico
era tachado
como
“novator”
-amigo
de las
novedades-
corría
peligro
su
integridad
-Inquisición-
en
Inglaterra
aquellos
que
aportaban
ideas
susceptibles
al
aprovechamiento
común
eran
premiados,
incluso
podían
ennoblecerse
por
este
medio.
La
mecanización
textil
En
esencia
un
tejido
no
es
más
que
entrecruzamiento
de
unos
hilos
verticales
-urdimbre-
con
unos
horizontales
-trama-,
que
más
tarde
serían
enfurtados,
apelmazados,
repelados,
desengrasados
y finalmente
tintados
antes
de su
salida
al
mercado.
Por lo
que la
artesanía
textil
tiene
dos
procesos;
el
hilado,
que
consiste
en
trasformar
la
materia
prima
en
hilo
y
el
tejido,
que
consiste
en
su
posterior
entrecruzamiento
para
su transformación
en
tela.
En
el
periodo
pre-industrial,
las
dos
fases
que
conformaban
el
tejido
consiguieron
mantener
un
equilibrio
entre
la
carencia
del
material
y el
exceso
de
éste
que
suponía
un
rápido
deterioro
si
no se
telaba.
Durante
el
periodo
medieval
el
Verlagg
system
-y el
Domestic
system
en la
Edad
Moderna-
empujó
al
campesinado
a
dos
tareas
contrapuestas
como
lo
son
las
labores
agrícolas
y
las
textiles,
consiguiendo
de
este
modo
ingresos
suplementarios.
El
rudimentario
tejido
era
finalizado
en los
talleres,
pero la
fase
más
ardua
ya
estaba
hecha.
Con la
llegada
del
primer
tercio
del
siglo
XVIII
el
algodón
se
vio
sustituido
por
la
lana,
que
pese a
su
peor
calidad
la
inferioridad
de
su
precio
lo
compensaba,
abriendo
el
mercado
a
grupos
más
extensos,
lo
que
provoca
la
consideración
de
los
textiles
como
la
primera
innovación
de
la
Revolución
Industrial.
En
torno
a
1733,
John
Kay
patentó
el
telar
-que
bautizó
como
Lanzadera
volante-,
que
debido
a
sus
reformas
técnicas
consiguió
una
rapidez
nunca
antes
vista,
trayendo
consigo
un
aumento
en
la
producción
del
2,000%.
Dicha
innovación
en
el
segundo
proceso
empujó
a que
una
serie
de
innovadores
personajes
orientasen
su
ingenio
a
aumentar
la
producción
del
hilo
(primer
proceso).
La
primera
respuesta
a
este
reto
llegó
en
torno
a
1764
de
la
mano
de
James
Hargreaves,
que
diseñó
una
máquina
hiladora
bautizada
como
“Spinning
Jenny”,
una verdadera
revolución
que
producía
en la
misma
cantidad
de
tiempo
la
labor
de
treinta
y
seis
mueres
a todo
rendimiento,
su
único
pero
era
que
sólo
era
útil
con
el
algodón.
Poco
tiempo
después
el
que
fue
nombrado
Par
del
Reino,
Sir
Richard
Arkwright
-ennoblecimiento
por
invento,
pág.
2-,
antes
peluquero,
patentó
la
“Water
frame”,
una
máquina
movida
mediante
energía
hidráulica
que
elevaba
la
producción
de
1:100
sobre
la
hilandera
tradicional.
En
1779.
Samuel
Crompton
presentó
una
nueva
hiladora,
un
artículo
híbrido
entre
los
dos
antes
mencionados
denominado
“Mule
Jenny”,
lo
que
desencadenó
que
seis
años
más
tarde
el reverendo
Edmund
Cartwrigth
presentase
un
telar
movido
por
un
motor
a
vapor,
un
invento
completamente
deseado
ante
el
deterioro
de las
hilaturas
a la
espera
de uso.
Pero
poco
tiempo
después
las
tornas
cambiaron,
la
rapidez
y
la
baratura
del
producto
llevaba
in
nuce
la
ssemilla
de la
discordia;
ya
no
eran
necesarios
las
grandes
masas
de
tejedores,
quienes
se
vieron
abocados
a
la
absoluta
miseria,
siendo
apodados
por
ellos
“ludismo”.
Éstos
hombres
y
mujeres
serían
el
preludio
de
las
grandes
luchas
obreras
del
siglo
siguiente,
consecuencia
europea
de la
Revolución
industrial,
que
abarataba
los
precios
de los
productos
en
serie
y
abocaban
al
desastre
a los
artesanales.
La
siderurgia
del
carbón
mineral
Desde
el
siglo
XV
contemplaremos
una
evolución
de
las
antiguas
forjas
a
altos
hornos
para
la
fundición
de
material
férrico;
su
productividad
no
estaba
ligada
tanto
a
estas
evoluciones
como
al
empleo
del
carbón
mineral,
ya
que
por el
contrario,
el
carbón
vegetal
-infinitamente
más
barato-,
producía
un
hierro
de
calidad
ínfima
por
lo
que
había
que
refundirlo
y
en
ello
se
perdía
todo
el
beneficio.
Ello
llevó
a una
rentabilidad
paralela
a la
cercanía
del
carbón
vegetal,
era
más
rentable
abandonar
unas
instalaciones
tras
la
deforestación
del
terreno
circundante
que
afrontar
los
gastos
de su
traslado.
Debemos
considerar
que en
la
Edad
Moderna,
la
leña,
y
en
consecuencia
el
carbón vegetal
obtenido
de
ella,
era un
equivalente
a
nuestro
plástico
actual.
Tenemos
que
tener
presente
que
la
palabra
hierro
hace
mención
en
éste
periodo
a
tres
productos
metálicos
de
diferentes
características
técnicas
como
lo
son:
➢ El
hierro
“fundido”
-fundición
o
arrabio-;
que
es
la
masa
incasdescente
recién
salida
del
horno,y
cuya
cantidad
de
carbono
(del
2
al
4%)
al
enfriarse,
además
de
una
gran
carga
de
impurezas
lo
convertían
en un
material
frágil
y
quebradizo.
No
podía
ser
empleado
directamente,
debía
ser
refinado
en las
fraguas.
➢ El
hierro
“dulce”
-forjado-,
era
producido
por
las
viejas
fraguas
y
presentaba
una
composición
carbónica
escasa
(0.05
a
0.25);
por
lo
que
era
manejable,
siendo
posible
su
laminado
o
trefilado.
Asimismo
si
se
produciera
una
ruptura
se
podían
soldar
calentándolos
y
batiéndolos
con
martillos.
Era
muy
caro
y
escaso,
siendo
su uso
reservado
para
el
Estado
o para
los
estamentos
privilegiados.
➢ El
acero
es
una
derivación
del
hierro
con
una
composición
media
de
carbono
(0.2
a
2,1%);
dúctil
y
maleable
como
el
hierro
dulce.
Su
alto
grado
de
dureza lo
convertía
en el
material
perfecto
para
espadas
y
puñales
y
para
todo
tipo
de
instrumentos
científicos,
aunque
era
tan
caro
que
era
considerado
tan
preciado
como
el
oro y
la
plata
(s.XVIII).
El
coste
de
la
producción
llevó
en
1709
a
Abrahan
Darby
a
iniciar
un
proceso
experimental
mezclando
los
carbones
con
el
fin
de
abaratar
su
precio.
Años
más
tarde
tuvo
la
genial
idea
de
fundir
cacharros
de
cocina
en
moldes
de
barro,
produciendo
un
eficiente
menaje
de cocina
que no
se derretía
con
el
empleo
del
carbón
mineral.
Estos
objetos
se
fracturaban
fácilmente
pero
eran
fácilmente
sustituibles
ya
que
se
podían
refundir
y
volver
a
producir.
La
fortuna
que
ganó
pudo
haberla
empleado
en
ennoblecerse,
pero
al
contrario
de
los
estándares
europeos
Darby
I
la
empleó
en la
investigación
mejorando
de
ese
modo
su
obra.
En
1750,
su
hijo
y
sucesor,
Abrahan
Darby
II
logró
convenios
con
los
herreros
lo
que
facilitó
el
empleo
de
la
obra
familiar.
Abrahan
Darby
III
conseguiría
en
1779
su primer
puente
metálico
sobre
el
río
Severn,
poco
antes
de ue
aparecieran
los
modernos
sistemas
de producción
de hierro
dulce,
barato
y de
calidad.
El
hierro
dulce
pasó
a ser
un
material
innegable
de
las
construcciones
británicas,
sustituyendo
a la
madera.
Energía
a
vapor.
Desde
ya
tiempos
remotos
la
capacidad
del
vapor
de
agua
como
herramienta
productiva
era
conocida
-citada
por
Herón
de
Alejandría-;
fue
usada
por
mesopotámicos
y
árabes,
pero
en
el
mundo
cristiano
esta
inventiva,
como
todas
las
demás,
fueron
frenadas
por la
Iglesia.
En
la
Edad
Moderna
la
mayor
problemática
que tenía
que hacer
frente
el sector
minero
era desaguar
las
galerías,
cada
vez
más
profundas
y
difíciles
de
acceder,
por
lo
que en
1668
el
ingeniero
militar
británico
Thomas
Sabery
patentó
un
complejo
artilugio
propulsado
por
energía
a
vapor,
un
antecedente
de
bomba
de
desagüe
que
se
ubicaba
al
fondo
de
la
mina.
Y
aunque
el
artilugio
poseía
un
ritmo
aceptable,
era
costoso,
lento
y
complejo,
lo
que
imposibilitaba
su
uso
comercial
restringiéndose
este
paso
de un avance
práctico
a uno
teórico.
Una
de
éstas
máquinas
fue
adquirida
por
Thomas
Necomen,
quien
solventó
los
problemas
más
evidente
volviendo
operativa
a la
máquina,
pese a
ello
su
falta
de
contactos
sociales
y en
el ámbito
minero
restaron
relevancia
al
logro.
“El
amigo
del
minero”,
como
se
denominó
la
máquina,
ha
sido
considerada
una
máquina
a
vapor
pese
que
sería
más
correcto
situarla
como
un
ingenio
atmosférico.
Pese
a
los
avances,
la
máquina
seguía
poseyendo
problemas,
ésto
derivó
que
en
1760
una de
ellas
fuese
entregada
a
James
Watt
para
que
la
arreglase,
lo
que
consiguió
además
de
patentar
una
versión
mejorada
de la
misma,
aunque
siguió
siendo
considerada
una
máquina
atmosférica
y
no
a
vapor.
Los
numeroso
cambios
que
Watt
realizó
en
la
máquina
no
permitían
su
abaratamiento
por
lo
que
seguía
siendo
inaccesible.
Ante
ello
surgió
la
siguiente
propuesta:
los
mineros
expresarían
en
el
contrato
la
cantidad
de
carbón
que
consumían
al
año,
por
ello,
Watt,
le
suministraba
la
máquina
sin
coste
inicial
siendo
su
beneficio
la
mitad
de
lo
que
hubiesen
ahorrado
en
carbón
durante
un
año. Fue tal
el
triunfo
de la
iniciativa
que
Watt
no la
renovó.
Trabajo en formato PDF: https://mega.co.nz/#!gogQTRrL!wJbS70Wg-3PLDeq_ghkp5issMpNs6Kjpu4Y3jbN90UU
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