GUERRA
DE INDEPENDENCIA CUBANA
Ilustración
I: mapa de McNally Rand Company de Chicago en 1904. En ella se hace especial
hincapié en las líneas ferroviarias del nuevo protectorado estadounidense.
Ilustración
tomada de: http://www.wdl.org/es/item/11323/#q=Cuba
Alumna:
Bulpes
Fernández, Carmen
Trabajo tutorizado por Dña:
Encarnación Barranquero Texeira
Universidad de Málaga
1.
Contextualización:
marco histórico, geográfico, climático, demográfico y social
La
isla de Cuba, conocida como “La Llave del Golfo” en época colonial, es la isla
de más tamaño de las llamadas Antillas mayores. La isla mayor podemos dividirla
en tres territorios: oriental, central y occidental. La zona oriental en época
colonial estaba muy poco poblada; la zona central de igual modo, no lo estaba
mucho más y conservaba el bosque tropical, irrumpido por ciénagas y campos de
caña de azúcar; la zona de mayor riqueza es la occidental, casi totalmente
desforestada para su uso en cultivos –tabaco, azúcar y café-[1]. Sería en la zona
oriental, de gran pobreza, donde nacería el sentimiento nacionalista, criollos,
negros y chinos se unirían por un mismo objetivo[2].
Su
clima tropical tendría especial incidencia en las campañas bélicas. El
independentista Máximo Gómez al preguntarle un periodista estadounidense cuáles
eran sus mejores generales no dudó en responder “junio, julio y agosto”[3].
A
fines del siglo XIX, Cuba tenía una población de un millón y medio de
habitantes, la mitad de ellos negros y mulatos. Más de un millón vivía en la
zona occidental –dominios de azúcar y otros cultivos- zona bajo el dominio de
la Habana; mientras que otros 300.000 vivían en la zona central, habitando el
resto en la zona oriental[4].
En
este contexto de manutención del legado Imperial, España también poseería otros
territorios en otros continentes como en África –islas Canarias y las plazas de
Melilla y Ceuta- integrados desde la Edad Moderna, a los que se le sumarían
otros en el siglo XIX tras la Guerra de Marruecos –finalizada en 1860-, una de
las campañas bélicas de carácter intervencionista, que junto a Gran Bretaña y
Francia, se llevarían a cabo. Otras a destacar y sin las que no podríamos
entender el contexto internacional serían: la expedición a México, la ocupación
de Vietnam, la Guerra del Pacífico –por la que el antiguo Imperio recuperaría
momentáneamente Santo Domingo[5]- y la expedición a Guinea,
por la cual España se consolidaría como potencia africana.
A
pesar de ello, la España de la Ilustración, respecto a épocas y andaduras pasadas, adoptó una política internacional proteccionista en relación con su
legado Imperial. Para ello, y debido al escaso poder geopolítico que
conservaba, Cánovas, buscaría el apoyo de potencias como Francia y Alemania.
Esta época de recogimiento se contrapone con el expansionismo o
neo-imperialismo que adoptaron competidores como EEUU. Para el apadrinamiento de Francia, España
tuvo que estabilizar sus conflictos internos –carlistas y republicanos-. Este
acuerdo se mantendría vigente hasta el gobierno progresista de 1887[6].
Estas
intervenciones trajeron consigo un prestigio internacional paralelo a pequeños
incrementos territoriales. España se posicionaba como un país cauteloso sin
ambición que había pagado un elevado coste económico y social por mantener sus
alianzas. Pese a las indemnizaciones de guerra, como el conflicto marroquí,
estas campañas supusieron el empeoramiento del déficit y un gran número de
movimientos pacifistas en respuesta de las pérdidas humanas[7].
2.
Antecedentes a
la insurrección: políticas liberalistas y ruptura del acuerdo colonial
Durante
los intervalos centrales del siglo XIX, desde 1837 a 1878, la metrópoli
aplicó un régimen constitucional en Cuba, mientras que en fechas anteriores la
única política llevada a cabo estuvo dirigida a reforzar las figuras y poderes
del Gobernador y el Capitán General[8]. Desde el reinado de
Carlos III, pero con mayor incidencia desde Carlos IV, se han venido observando
políticas metropolitanas catalogadas por coetáneos y espectadores contemporáneos como actos de agresión para con los gobiernos
coloniales, quienes comenzaban a ostentar una gran autonomía[9].
El
cubanista Allan Kuethe propuso, después de una ardua investigación en archivo,
que el acuerdo que alcanzó la élite isleña con el gobierno peninsular entre
1763-1765, tras la recuperación de la plaza de la Habana en manos inglesas, se
fundamentaba en el establecimiento de un nuevo sistema fiscal a cambio de la
liberación comercial. Asimismo, habría que añadirle ventajas de tipo honorífico
como la lideración de las milicias urbanas[10].
Estas
concesiones se establecieron en dos fases sucesivas: con las reformas de
Gálvez, en primer lugar y, más adelante, con las de Godoy, hecho que se denominó
“despotismo ministerial” por los nombramientos a dedo y prebendas por los que
se caracterizaron. Todo ello marcaría el punto álgido del poder criollo,
formalizado en 1760[11].
El
cambio de rumbo en el sistema colonial comenzaría con los liberales
progresistas –desde Mendizabal a Espartero-[12], misma corriente que
logró consolidarlo entre 1840 y 1868, lo que impediría movimientos
reformistas hasta la Paz de Zanjón en 1878[13]. Ello nos sitúa en un
contexto problemático, un siglo XIX de carácter deficitario, que se agravaría
aún más con la llegada de la pareja formada por Isabel II y los progresistas
liberales, hecho irremediablemente unido a las Guerras Carlistas y al desgaste
de las arcas públicas que ellas supusieron.
En
todo el conjunto territorial que componía la monarquía sólo había una posesión
con excedentes de capital: la isla de Cuba[14]. Emporio económico desde
el ’35, primer productor y exportador de azúcar del mundo, además de ser uno de
los más importantes en tabaco, café, bananos y cobre. Según Ramón de la Sagra,
Cuba suministraba más de la cuarta parte del azúcar consumido en Occidente[15]. Su superávit servía para
compensar las pérdidas que reportaba el resto del legado colonial, así como los
conflictos internos en la península[16]. Todo ello propiciaría
que en las primeras décadas del siglo XIX se desarrollara un período dorado en
las relaciones de la élite cubana y el gobierno de Madrid[17]. El período de mayor
esplendor de las relaciones internacionales isabelinas se produciría durante el
gobierno de la Unión Liberal –entre 1858 y 1863-. El decaimiento de EEUU por
sus propios conflictos internos facilitó la libertad de movimientos en las
colonias de ultramar[18].
La
burguesía sacarócrata habanera había conseguido establecer unas relaciones
coloniales asimétricas a su favor, por ello, el giro político hacia la
metrópoli supuso que comenzara a establecerse lazos con las oligarquías
isleñas. El aumento de aranceles y los derechos preferenciales por bandera
afectaba enormemente a la aristocracia criolla, mientras que beneficiaba a los
grandes comerciantes refaccionistas, traficantes de esclavos, etc. quedando el
poder isleño en manos peninsulares, desplazando a la élite cubana[19]. Asimismo hay que
destacar otro grupo como los blancos de clase media, que aún estando en un
principio posicionados con la metrópoli, su hipernacionalismo e intransigencia
les iría alejando; cincuenta mil soldados combatirían en las unidades de
voluntarios contra los insurgentes pese a su desacuerdo, desatando una verdadera
guerra civil[20].
Otra
explicación a la basculación de poder isleña, obviando los intereses de los
grandes inversores peninsulares, se justifica con el temor a perder la isla
cuando la metrópoli más la necesitaba. Las conspiraciones llevadas a cabo por los
independentistas –también denominados peyorativamente filibusteros[21]- nunca, salvo
excepciones, habían contado con el apoyo de la élite, eran movimientos del
populacho. Además de la posición de los Estados Unidos en el conflicto colonial
español; a principios de siglo EEUU había declarado que tarde o temprano la
isla sería parte de la Unión. La participación yanqui en el despegue comercial
cubano es innegable, hacia 1840, la Unión compraba y vendía a Cuba tanto como
la Metrópoli, porcentaje que no pararía de ascender en décadas posteriores.
Todo ello impulso a España a copiar el modelo colonial inglés, protegiendo y
aislando sus colonias ante la amenaza extranjera[22]. “¿Pero hemos de cederles
Cuba, Puerto Rico y Filipinas sin que les cueste un río de sangre”[23] El liberal
La
exclusión en 1837 de los diputados cubanos de las Cortes implicaría el
nacimiento de un nacionalismo cubano en las élites burguesas, antes ligadas a
la monarquía, que buscaban de este modo librarse del agente opresor que
suponían. Estas segundas generaciones criollas eran vistas como jóvenes
idealistas, educados en los Colleges del Este de Estados Unidos, con lazos y
relaciones que hacían ver a estos como el súmmun del progreso, lo que ellos,
bajo el yugo español, nunca llegarían a conseguir. Mientras, el viejo Imperio
estaba desgarrado por una costosa y desgastadora Guerra Civil[24].
Esta
nueva generación no era independentista per se, y por lo tanto tampoco
nacionalista, pero ante el germen liberalista español y las deficientes
actuaciones de sus enviados como Miguel Tacón, se trasladarían políticamente a
un pro-anexionismo. Querían ser una provincia ultramarina de la península, con
todas las consecuencias sociales y económicas que ello implicaba. Estos
criollos enriquecidos en el período anterior sustentarían al movimiento y a sus
líderes, como por ejemplo a José Antonio Saco, uno de los diputados expulsados
de las Cortes en 1837.
De
igual modo cabe destacar que algunos de los derechos exigidos por este
movimiento cubano aún no existían en Europa, sino que lo hacían en EEUU y con
muchas matizaciones como lo era la libertad de prensa[25].
Ante
el intento fallido de Miguel Tacón de recuperar el control de la isla, se haría
con su puesto el conde de Villanueva, Claudio Martínez de Pinillos, conocido
como el vocero de los criollos en el siglo XIX, quien en vez de buscar la
devolución de los derechos que se les habían negado expuso una nueva salida, la
anexión a los EEUU. La presión yanqui, pese a su fuerza, sería frenada por Gran
Bretaña y por Francia, quienes buscaban mantener el equilibrio de poder[26].
José
Gutiérrez de la Concha sería el sustituto del conde entre 1854 y 1858, enviado
desde la península con un claro objetivo, poner orden en la isla y aplicar la
reforma de 1856[27],
paralela a la creación del Banco español, usado como mero instrumento de
control. Todo ello se desarrolla en un contexto de cambios; desde 1765 hasta
1830 había existido un cuerpo de milicianos con el objetivo de la defensa de la
isla, pero con la llegada de Gutiérrez de la Concha se crearía un Cuerpo de
Voluntarios, financiado por Julián de Zulueta, con el fin de controlarla y
establecer el orden constitucional de la Metrópoli[28].
Todo
ello –influjos europeos revolucionarios, influencia americana y la altísima
carga impositiva[29]-,
sumado a la crisis del azúcar propiciaría que la mayor parte del grupo
autodenominado anexionista virará hacia el reformismo[30], iniciando la carrera
hacia la Independencia. El reformismo sólo sería la chispa que haría saltar la
revolución. La crisis de la industria azucarera arrastraría consigo el sistema
esclavista, y con ello todos los modos productivos de los propietarios de los
ingenios, hecho que sería palpable entre 1861 y 1870[31].
El
haber sido desplazados del gobierno se volvió la queja más explotada por la
élite cubana de la lista de reformas que se realizaron[32]. A mediados del siglo
XIX, el azúcar cubano encontraría un serio rival en la azúcar de remolacha, lo
que propiciaría un viraje al mercado americano, que en 1894 ya suponía el 94%
de las exportaciones cubanas. Ello nos explica que a partir de los años ’50
nace una tendencia anexionista con EEUU, quienes veían en Cuba la posibilidad
de mantener el modelo esclavista a pesar de las confrontaciones con los estados
del sur, hecho que compensaría el avance del abolicionismo en los estados
norteños[33].
Era tal el interés que hubo varias propuestas de compra por EEUU sin respuesta
española entre 1812 y 1897. Durante la primera mitad del siglo los yanquis
verían frenadas sus ambiciones por Inglaterra, pero una vez acabada la Guerra
de Secesión y puesto en orden sus demás conflictos internos, los esfuerzos se
renovaron[34].
Ya desde principios del siglo XIX, la perla de las Antillas era más americana
que española, pese a sustentar su soberanía Estados Unidos exprimía el
beneficio[35],
pero su titularidad era mantenida por temor a abrir un conflicto de rango
internacional donde la isla se traspasara, en una carambola impredecible, a
Gran Bretaña[36].
Con
el resultado de la ocupación de casi todos los territorios españoles en
América, África y Oceanía, observaremos el aprovechamiento yanqui de la
deficiente situación española respecto a sus territorios coloniales; lejanía,
dispersión y mala estructura administrativa, serían principios claves para que
este proyecto neo-imperialista pudiese llevarse a cabo[37].
La
lejanía de las colonias pacíficas y antillanas respecto a la metrópoli, y en
contrapartida su cercanía a EEUU facilitaba la problemática y evidenciaba la
debilidad española. La incapacidad militar y la superioridad diplomática del
enemigo, con gran calado en las colonias, haría que el interés de España fuese
mantener el status quo, pese a la presión[38]
3.
Corpus bélico:
enfrentamientos entre la colonia y la metrópoli
El
episodio de la Guerra Colonial española merece un estudio aparte en la Historia
reciente del Mundo. No sólo fue la pérdida de las últimas colonias de ultramar
de un Imperio en su última fase de decadencia, sino que forma parte de nuestro
pasado reciente, siendo su sustrato base de cambios en ámbitos de lo social y
político que desencadenan nuestro contexto presente. De igual modo no se puede
atribuir como un absoluto dicha pérdida territorial a las derrotas navales de
Cavite y Santiago de Cuba, sino a un contexto que se remonta décadas, incluso siglos[39].
Una
rápida contextualización del problema cubano nos acerca a la rápida paz de
Zanjón del ’78 –primer conflicto conocido como la Gran Guerra para los
castellanos o la Guerra de los diez años para la historiografía cubana-, desde
1868 hasta 1878[40].
Este sería impulsado por los criollos, quienes incitarían las rebeliones
esclavas[41].
Asimilado como el primer contacto con la problemática independentista los modos
para su resolución fueron insuficientes, tratado como una mera eventualidad
pero cuya base sería el principio del puzzle en el que se convirtieron las
posesiones hispánicas. Esta, quizás, fuese impulsada por la revolución
septembrina española -1868, por quien se depuso a Isabel II- y por el grito de
Yara, por el cual, Carlos Manuel Céspedes avivó la insurrección[42], a tan sólo veinte días
un acontecimiento del otro[43] Entre sus apoyos aún no
se encontraba la élite, ya que las consignas de la Independencia aún les
quedaba grandes.
El
primer choque sería liderado por el Capitán General Lersundi quien se
mantendría, pese a sus aficiones poco ejemplares, en el poder hasta enero de
1869, cuando sería sustituido por el general Domingo Dulce. Mientras el
gabinete yanqui, que apoyaba la independencia bajo cuerdas, enviaba una misión
a Madrid encabezada por Sickles para comprar la isla. Mediante la misma tesis
en la que se enmarca esta actuación –de frontera Turner-, EEUU se haría con
otros territorios como Luisiana en 1803 o Alaska en 1867[44].
Tras
el fracaso del general Dulce, Caballero
de Rodas daría comienzo a una guerra sin cuartel continuada por el conde
de Valmaseda. Fue un conflicto de desgaste, donde las enfermedades causaron más
bajas que el enemigo. Mientras, lo hombre solicitados por el conde –unos ocho
mil-, no eran enviados, las bajas cubanas sí eran suplidas por armamento y
personal estadounidense. Tras los breves períodos de mando de los generales
Ceballos y Pieltain, sería nombrado el general Jovellar en noviembre de 1873[45].
Los
cubanos se caracterizaron por luchar a caballo, mientras que las tropas
españolas lo hacían a pie. La técnica de guerrillas y el desgaste que ello
supuso para las tropas metropolitanas hizo que las demás estrategias cayeran en
un saco vacío. Se intentó aislar a los insurrectos en un lado de la isla
mediante una trocha, una especie de cortafuegos de 500 metros de anchura y 80
de longitud[46].
De
los 181.040 españoles enviados en 1868 a la isla murieron 81.248. De ellos sólo
6.900 lo harían en combate; la cólera, la tuberculosis, la fiebre amarilla y la
desnutrición serían los peores males[47]. En 1876 llegarían nuevas
tropas españolas a la isla tras el fin de la tercera Guerra Carlista, lo que
propició la solicitud del alto el fuego por los independentistas[48].
Desde
1875 observaremos un tratamiento del conflicto deficiente. El partido liberal
propondría un programa de autonomías pero este chocaría con los intereses
económicos de los antillanos y de algunos miembros de la sociedad peninsular de
gran influencia. Por otro lado, los distintos conflictos que abarca este
contexto –ultramar y Melilla-, supusieron un verdadero despilfarro de las arcas
públicas[49].
En
la Paz de Zanjón se pactaron una serie de medidas que vistas de nuestro
contexto fueron insuficientes, pero su implantación fue un verdadero suplicio y
lucha entre su mayor valedor, Martínez-Campos y el gobierno canovista. Entre
estas medidas destaca la ansiada representación en Cortes de diputados cubanos,
recuperando la figura representativa anterior a 1837 -la representación
parlamentaria cubana se fijó en 1878, asimismo se implementó en 1880 la
constitución española del ’76[50]-; la libertad de comercio
para la clase criolla y la abolición de la esclavitud, medida que no favoreció
a nadie ya que no se impuso inmediatamente, sino que se estableció un sistema
de patronato por el cual los esclavos seguían padeciendo lo mismo en los
ingenios de azúcar, pero todo ello evidenciaba los nuevos modos del recién
estrenado monarca, Amadeo I de Saboya. Estas medidas propiciaron la creación de
la “liga nacional·, compuesta por esclavistas, terratenientes y demás
comerciantes que se veían perjudicados por las concesiones a la isla[51], sólidos intereses en
manos de vascos, catalanes, cántabros y gaditanos, principalmente[52].
El
gobierno español abolió la esclavitud totalmente en 1886 y entre 1880 y 1898
desmanteló el entramado de leyes que limitaba los derechos civiles de africanos
y afrocubanos[53].
No
obstante estas medidas no obtuvieron el efecto deseado; la administración
colonial por su parte siguió ejerciendo potestad más allá de la metrópoli y el
triángulo opositor formado por propietarios, negreros y comerciantes, de la
alta y baja burguesía, quienes no estaban dispuestos a perder una serie de
privilegios e intereses en la isla que les alzaban como una nueva
estratificación social[54].
En
vez de cumplir las leyes de la Paz de Zanjón se implementaron leyes electoras
que favorecieron a los españoles como modo de viciar la vida política cubana[55].
Mientras
la sociedad cubana sufría una elevada fiscalidad condenada a pagar los gastos
bélicos, así como un descenso de su comercio con Europa, lo que consolidaría el
predominio estadounidense gracias a la presión política de McKinley, quien
terminó por doblegar el proteccionismo español[56]. Entretanto, la
oligarquía cubana sufría un gran varapalo en este período donde vieron reducida
su influencia[57].
El
plano político español, caracterizado por el bipartidismo, se plasmó en Cuba
con la aparición del Partido Autonomista –1878-, quien buscaba un mayor número
de privilegios para los criollos y su anexión a España conformado en un
principio por la élite reformista aunque tendría prontas incorporaciones
independentistas. Para 1894 se habría convertido en un partido de masas como
atestiguarían los publicistas afrocubanos Juan Gualberto Gómez y don Martín
Morúa Delgado[58];
mientras que el Partido Unión Constitucional estaba a favor de los intereses de
la metrópoli y de la manutención de la situación, ganaba casi todas las
elecciones debido a las leyes electorales, se le consideraba el partido español
y por lo tanto, el que abogaba por la continuidad de la Corona española en Cuba[59]. Los desvanes gubernamentales,
tanto en el campo español como en el cubano supusieron la respuesta social y la
consolidación del deseo de independencia.
Los
cubanos autonomistas eran nacionalistas dentro de la Corona española, pero
querían la concesión de la autonomía por métodos políticos –civilistas-,
evitando la intervención y asimilación estadounidense y la revolución que
podría militarizar la sociedad imponiendo un caudillaje[60]
Ante
todo este escenario deberemos destacar la figura política de José Martí,
político cubano que en 1892 creó el partido independentista denominado Partido
Revolucionario Cubano –PRC-. Este contó con el apoyo encubierto de EEUU, país
desde donde Martí desarrollaba su propuesta[61], además del apoyo de la
mayoría de cubanos residentes en EEUU, anexionistas que buscaban convertirse en
agloamericanos pero cuyo plan fue tildado de utópico, pese a su retórica, por
no pronunciarse en temas como el económico o el administrativo.
Los
continuos movimientos insurreccionales dan lugar en 1879 a la llamada Guerra
Chiquita, denominada así por los castellanos por la simplicidad de su
desenlace, en tan sólo quince días[62]. Una serie de insurrectos
autodenominados mambieses, en honor de un antiguo jefe guerrillero, fueron
derrotados por su falta de preparación militar y apoyos.
La
década de los años ’80 supuso un breve intervalo no contencioso, aunque tras el
establecimiento del “arancel Cánovas” en 1891, volvería a reavivarse el
conflicto. Este impuesto gravaba las mercancías que la isla comerciaba con
EEUU. Ello dio lugar al cierre de fronteras por parte del presidente Mc Kinley,
lo que resultó catastrófico en las relaciones económico-diplomáticas entre
ambos países. Tras el “grito de Bairé” en 1895 –“¡Viva Cuba Libre!”[63]-, la balanza de la guerra
parece estar decidida.”¡Perdamos cuánto haya que perder, pero sigamos siendo
dignos!”[64].
El Imparcial
El
24 de febrero de 1895 la mayor parte de la población cubana no era
independentista. En Madrid se acababa de votar las reformas liberarizantes de
la isla en las Cortes. Pero con la insurrección acontecida ese mismo año, el
gobierno canovista actuaría como si toda la población fuese insurrecta[65].
El
general Martínez Campos fue enviado a la isla con la idea de que el conflicto
sería otra “Guerra Chiquita”, pero en este caso se topó con un ejército mal
aprovisionado y un enemigo que había aprendido de sus errores, usando su
entorno –la selva- como campo de desgaste para unas tropas que no tardaron en
diezmarse moral y físicamente por las enfermedades tropicales.
Ante
la incapacidad de Martínez Campos, éste sería sustituido por Valeriano Weyler
en 1896[66], quien emplearía métodos
obsoletos sin dar la relevancia que poseía al oponente que ya era imparable.
Lograría frenar la insurrección pero la reconcentración de los campesinos para
asegurar su aislamiento del agente independentista causó miles de muertes por
hambre y enfermedad[67]. Los cien mil hombres
fieles a la metrópolii en tierras cubanas serían insuficientes, por lo que se
necesitó 90.000 más a lo largo de 1896[68], esta sangría de jóvenes
se aceptó, por lo general, por una población que no poseía las 1.500 pesetas
para pagar a un sustituto[69]. Ello precipito el
endurecimiento de las leyes de reclutamiento por lo cual se consiguieron
reclutar a 127.000 quintos que marcharon a Ultramar, precipitando el terror de
una sociedad que encabezada por sus madres comenzaron a manifestarse en las
ciudades a grito de “¡Que vayan los ricos! ¡Que vayan los causantes de la
guerra!”[70].
A
excepción de la región oriental, el llamamiento a la insurrección de Martí
desde EEUU no encontró muchos seguidores. En febrero de 1894 un reportero del
New York Times escribía que la mayoría de los cubanos quería la libertad, pero
por medios políticos no violentos[71].
Sin
embargo, el verdadero punto de inflexión político de la contienda sería el
asesinato de Cánovas del Castillo a manos del anarquista italiano Michele
Angidillo. La magnitud de este hecho es visible en la compunción de su
adversario político, o sustituto en los mandatos progresistas –pucherazo-,
Sagasta, quien diría: “Después de la muerte de Don Antonio, todos los políticos nos podemos
llamamos de tú”.
No
hizo falta esperar mucho tiempo para que las críticas se volcaran hacia el
difunto, y de manera menos clara hacia Sagasta. Juan Valera afirmaba “cuando
estaba vivo contribuyó a preparar las cosas para que se hundiesen”. Los
diferentes sectores en el partido conservador –Silvela y Robledo-, fragmentaron
el maltrecho bando, hecho que poco a poco se volvería contagioso observándose
en su adversario[72].
Ello dotaría al partido conservador de un inmovilismo que se reflejaría en la
dificultad para tomar decisiones en la Cámara, ya que una vez muerto Cánovas,
su modelo no sería ni continuado ni apartado por sus sucesores, creando un
clima de gobierno caótico y sin salidas[73].
El
general Blanco asumiría la Capitanía General de Cuba sustituyendo a Weyler, que
con su propuesta pacífica fue el candidato menos propicio para un conflicto que
estaba en sus últimos pasos[74]. Weyler marchó con aires
triunfalistas, alardeando de la pacificación de cuatro provincias occidentales
y prediciendo una pronta recuperación, pero tales afirmaciones se tornaron a
burla cuando Blanco desveló que de las 192.00 tropas regulares recibidas por Valeriano
Weyler sólo quedaban 84.000[75], asimismo los cubanos no
olvidarían las tropelías realizadas por el general. Blanco intentaría volver
tangible las libertades concedidas por la metrópoli a Cuba, el 1 de enero de
1898 juraría su capitanía “por Dios y por los evangelios fidelidad al rey y a
la reina regente y asimismo mantenerse estrictamente dentro de las leyes y de
la Constitución nacional”, ello en un gabinete donde no había representación
del partido conservador[76]. “España está dispuesta a
gastar su última peseta y a dar la última gota de sangre de sus hijos en
defensa de su derechos y de su término”. Sagasta[77].
Un
punto y aparte en la cuestión colonial sería la independencia de Filipinas,
cuyos antecedentes se remontan a la Liga filipina creada por José Rizal, así
como el brazo armado de Katipunam. Juntos alzaron un levantamiento en la
capital, Manila, a lo que el Estado español respondió enviando al general
Polavieja, que propició la muerte de Rizal en 1896, pero sin embargo no pudo
contener el desenlace de la batalla de Cavite, la cual ganaría Filipinas con la
inestable ayuda de EEUU. Mientras en la sociedad española se tenía un
estereotipo anacrónico de la potencia que codiciaba sus territorios, algo
completamente opuesto a la realidad ya que los superaban tanto en número como
técnicas y en armamento, los tiempos del oeste y la fiebre del oro ya habían
quedado en el recuerdo[78].
Regresando
al caso cubano que parecía estancado se reavivaría en 1898, año en que los
liberales se harían de nuevo con la batuta del poder y pese la concesión de la
autonomía presenciarían con estupor el caso del acorazado Maine[79]. Esto nos llevaría a una
de las intrigas más polémicas de la Historia reciente[80]. Situándonos, 15 de
febrero de 1898, un buque norteamericano
explota en el puerto de la Habana dejando una estela de 266 fallecidos. Ello
propiciaría la excusa necesaria de cara al contexto internacional para que los
yanquis declarasen la Guerra a España, invadiendo inmediatamente la isla.
En
1974 el Pentágono reconoció que la implosión del Maine fue un desafortunado
accidente, pero en 1898, ya fuere por el interés, o por desconocimiento, el
conjunto de expertos norteamericanos dictaminó que el impacto procedía de fuera
del buque, pese que a España se le informó de lo contrario[81].
El
Maine llegó a las costas de la Habana con el pretexto de proteger a los
ciudadanos estadounidenses de la plaza de los ataques entre insurgentes y el
gobierno metropolitano. La verdad es que en ninguno de estos ataques, premeditados
y a objetivos muy concretos, sufrió daño alguno algún estadounidense, pero ya
desde enero de 1898 se podía leer en periódicos americanos la intención de
enviar el buque “como consecuencia del ataque a las redacciones de algunos periódicos”[82]. El Maine llegaría a la
Habana como “prueba de amistad” entre el gobierno yanqui y el liberal español[83], una reanudación de las
relaciones con motivo de la tranquilidad del conflicto[84].
Cuando
la reina regente le concedió la autonomía a Cuba y a Puerto Rico los
insurrectos no la aceptaron pero la mayoría de la población sí lo hizo. El
presidente del gobierno autonómico José María Gálvez le decía en abril de 1898
en un telegrama al presidente de los EEUU William McKinley, que si había
cubanos levantados en armas la mayoría de los habitantes de Cuba aceptaba la
autonomía y estaba resulta a trabajar bajo esta forma de gobierno para
restablecer la paz y la prosperidad del país[85].
A
pesar que teóricamente Cuba era una provincia más no se le abrieron los
mercados peninsulares, quizás los gobiernos de la restauración no querían
marcar un precedente inaceptable para un gobierno centralista[86].
Un
gran número de insurrectos desertaron tras la amnistía que siguió a la
autonomía de 1897, lo que hace pensar que la autonomía no llegó demasiado tarde
para triunfar. Pero el generalísimo Máximo Gómez decretó la condena a muerte a
todo soldado del ejército libertador que se entregase a las autoridades[87].
En
un principio la escuadra liderada por el general Cervera rompió el bloqueo, propiciando
todo tipo de alabanzas[88].
“Esto ya es otra cosa. Ahora
podremos demostrar nuevamente a los yankees que España no cede así como quiera,
y les ha de costar carísima la aventura en que se han metido”[89]. El
imparcial.
Pero
finalmente el conflicto finalizó con una última batalla al sur de la isla que
concluyó con la derrota del general Cervera.
“Cambiar, si es preciso el
modo de ser de aquellos organismos que contra toda voluntad y bue deseo de su
valeroso personal no puedan, en la ocasión precisa, responder a todo lo que la
patria tiene derecho a exigir”[90]. El
imparcial.
Años
después Antonio Maura diría “cuando era tarde ya para el remedios, Cánovas y
Sagasta corrían por a manigua detrás de los cabecillas cubanos ofreciéndoles a
espuertas de autonomía y la dignidad de la patria”[91]
España
quedaría reducida al espacio europeo, una situación desconocida desde 1492[92]. Finalmente en 1898 España se ve obligada
a firmar la paz de Paris, aceptando la pérdida de Cuba, Puerto Rico y
Filipinas, quienes pasaban a ser protectorados estadounidenses. Ello supuso el
fin del Imperio colonial español, cuyas consecuencias se desarrollarían en
distintos ámbitos, en el económico cabe destacar la pérdida de los propietarios
españoles; en lo político, el desastre del '98 fue lo que provocó el cambio
dinástico; en lo sociológico, que fue el más destacado, cayó el "mito
español", convirtiéndose este escrito en una crónica de una muerte
anunciada, una nación moribunda, cuyo pueblo ya no creía en la política. Esto provocó
el nacimiento de la corriente regeneracionista, había voces que pedían una
enseñanza libre de la doctrina católica, su mayor exponente sería Joaquin
Costa, quien dijo que España no necesitaba otra cosa que "escuela y
despensa".“Venga la paz, siempre que sea con honra y con colonias”[93] El socialista
4.- Publicística internacional y nacional
La
prensa nacional no hizo nada por llevar a España a la guerra, pero hizo muy
poco por evitarla, enardeciendo los ánimos y creando castillos en el aire de grandezas
ya perdidas emulando o superando un patriotismo calderoriano. Todo ello se
contextualiza en un período de crisis que hizo de conflicto cubano la válvula
de escape de una sociedad demacrada y decaída que pudo focalizar sus problemas
en la causa colonial[94], ya que sería la sociedad
quien más consecuencias obtendría del conflicto, la escasez de alimentos, el
aumento de los precios y la presión fiscal sólo serían los primeros índices en
dispararse[95]
“Téngase en cuenta que los
despachos que hemos recibido hasta ahora son de procedencia yankee: júzguelos
el lector sobre a base de que proceden de enemigos de España, de gente
fanfarrona y dada al embuste, ganosa de ocupar un puesto en el Walhalla
guerrera, donde están los grandes capitanes de la victoria”[96]. El
Imparcial.
Los
grandes acontecimientos que marcan o fracturan una sociedad son aquellos que
obran sobre la mentalidad colectiva. En el caso colonial en España deberemos
destacar el surgimiento de la generación literaria del ’98[97]. Generación resultado de
años de guerra, conflicto que hizo perder a casi 50.000 familiares un hijo y
cuyas consecuencias afectaron a un cuarto de millón de jóvenes[98].
Por
otro lado, y como resultado de la derrota, la denominación de “desastre”, tan
común en la historiografía para denominar la coyuntura económica que vivió
España a fines del siglo XX, ha sido ensalzada por dos dictaduras militares que
le seguirían y verían en este momento el varapalo y el inicio de un sentimiento
hegemónico, que cuan ave fénix, haría resurgir de sus cenizas a la nación[99].
Mientras
la publicística yanqui inyectaba día tras día moral a los insurrectos, hombres
que querían ser libres y a los que animaban mientras bajo cuerdas sólo eran el
mismo subyugador con traje de libertario. Tanto la administración demócrata de
Cleveland como a republicana de McKinley sostendrían a los independentistas
moral y materialmente. La temática cubana se convirtió en una mina de oro y
base de la batalla entre Hearst y Pulitzer –New York Journal y New York World
respectivamente- para hacerse con más público. Sus comparativas tacharon a
España como una nueva Inglaterra, asimilando el conflicto cubano y volviéndolo
semejante al propio[100].
Aunque
grandes figuras americanas de la historiografía siguen manteniendo la corriente
conspirativa, siendo casi delirantes, ya conocemos la tendencia de justificar
asaltos a naciones inocentes cuando hay muertos americanos sobre la mesa.
5.- Bibliografía
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[41] J. Maluquer
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[50] Tarragó,
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y sus consecuencias. ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura. CLXXXV
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[51] Ibídem. P: 79.
[52] J. J Pereira (2003). P:
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[53] R. Tarragó, (2009). P:
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[55] Ibídem. P: 216.
[56] J. Bosco
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[57] F. Puell
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[58] Gualberto
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de Cuba en 1884. Madrid. P:30. Citado por Rafael Tarragó en “La guerra de
1895 en Cuba y sus consecuencias”.
[59] R. Tarragó,
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[60] Ibídem. P: 219.
[61] Ibídem. P: 219.
[62] F. Puell
de Villa. (2013), P: 35
[63] J. Maluquer
de Motes Bernet (1999). P: 27.
[64] J. Rivera
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[65] R. Tarragó,
(2009). P: 215.
[66] Ibídem. P: 215.
[67] Ibídem. P: 215.
[68] F. Puell
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[69] Puell
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soldado desconocido: de la leva a la “mili” (1700-1912), Madrid, Biblioteca
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[70] Ciges,
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[71] R. Tarragó.
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[72] Pérez
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[73] Ibídem. P: 174.
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[79] R. Pérez
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[80] Concostrina,
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[81] Batista,
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[82] Campanys
Monclús, Julián. De a explosión
del Maine a la ruptura de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y España
(1898). ESPAI/TEMPS, Universidad de Barcelona. P: 6. Hace mención en este
caso al “Wichita Daily Eagle, el 13 de enero de 1898.
[83] Ibídem. P: 9.
[84] Ibídem. P: 22.
[85] R. Tarragó. (2009). P: 216.
[86] Ibídem. P: 216.
[87] Ibídem. P: 218.
[88]
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[90] Ibídem. P: 56.
[91] R. Pérez Delgado. (1976).
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[92] J. Campanys Monclús, Pp: 1 y 2.
[93] J. Rivera
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[94] Sánchez
Baena, Juan José (1999). Resonancias
de la guerra hispano-norteamericana en Murcia. Universidad de Murcia.
Anales de Historia Contemporánea 14. P: 242.
[95] Ibídem. P: 243.
[96] J. Rivera
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[97] Ibídem. P: 49.
[98] F. Puell
de la Villa. (2013). P: 34
6.- Artículos recomendados
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7.- Trabajo
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